sábado, enero 26, 2013

El alegato final de Etchecolatz

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El pasado 18 de diciembre, el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, integrado por los jueces Carlos Rozanski, Mario Portela y Roberto Falcone dictó 15 condenas a prisión pertpetua, entre ellas al ex ministro de gobierno bonaerense durante el último proceso militar, Jaime Smart, por delitos cometidos en seis centros de detención del denominado Circuito Camps. Además de Smart, recibieron la misma pena, entre otros, el ex jefe de Investigaciones de la policía bonaerense, Miguel Etchecolatz, y el ex subjefe de la fuerza, Rodolfo Aníbal Campos. El siguiente es el texto completo del alegato final de Etchecolatz, de fuerte contenido político.
Quiero que sean mis primeras palabras un sincero y sentido agradecimiento a mis incansables defensores oficiales Dres. Laura Díaz, Adriano Liva y Daniel Ranuschio quienes por razones de prudencia estimaron aconsejable no ventilar la verdad descarnada, dura y cruel de lo que debieron sufrir durante el juicio cuando se vieron enfrentados a una realidad de perfiles dramáticos y sorprendentes que los obligaron a ceñirse a la única alternativa que el tribunal les ofreció: ajustar su labor a una tan sólida como ineficaz defensa técnica.
Estoy aquí para ser condenado. Yo puedo decir parafraseando a Marco Anneo Lucano, “Nadie resulta inocente cuando su adversario es el juez”, porque, jueces del tribunal, ustedes no han venido aquí a juzgar. Ustedes han decidido que soy su enemigo y siendo parte de la causa han venido, más allá de razones y pruebas, a condenar.
Me van a condenar por haber cumplido la orden de enfrentarme a aquellos que atacaron a mi Patria. Me van a condenar por lo que dijo y ordenó en su momento el Señor Presidente de la Nación, Tte. Gral. Juan Domingo Perón luego del cruento ataque terrorista a una unidad militar: “Nosotros vamos a proceder de acuerdo con la necesidad, cualesquiera sean los medios. Si no hay ley, fuera de la ley también lo vamos a hacer y violentamente. Porque a la violencia no se le puede oponer otra cosa que la propia violencia.” Y nunca me cansaré de destacar que nosotros siempre actuamos dentro de la ley vigente que en estas circunstancias era el Código de Justicia Militar.
Por tercera vez me enfrento a un tribunal revolucionario, tercera vez que no será la última ya que no faltará alguien que amañando hechos o tergiversándolos, fragüe otra causa. Yo no soy un acusado común, jueces del tribunal, yo, y todos los que combatieron la subversión- hoy prisioneros de guerra condenados o por condenar- somos el enemigo.
En otro País, con otra justicia, esta animadversión sería severamente penada ya que sería calificada de prevaricato. Aquí es solo un episodio de menor cuantía y no faltarán ocasiones para que espurias asociaciones ilícitas formadas por la malquerencia de inquisidores y el resentimiento de presuntos vengadores imaginen nuevos hechos y falseen situaciones que ocurrieron más de treinta años atrás. No ha habido, no hay, ni habrá en esta clase de juicios, argumentos que sean conformes a derecho ni testigos que no hayan sido adiestrados en la falacia y el enredo.
En estas condiciones, prestos a ser lanzados a un circo donde no les espera otra cosa que un pulgar dirigido a tierra, hay mil doscientos cincuenta argentinos que cumplieron con la orden de defender a la Patria. Para ellos no hay Pacto de Costa Rica ni, menos aún, Constitución Nacional. Serán condenados de la exacta manera que hacen conmigo, apelando a leyes posteriores a la comisión de los presuntos delitos de los que son imputados, limitando arteramente su derecho a la defensa y sin tener en cuenta los problemas de salud que por su edad arrastran.
En estas condiciones y a causa del tiempo que esa entelequia llamada “justicia argentina” se toma para inventar causas y encontrar testigos “confiables” ya han muerto en miserables condiciones ciento noventa y cinco de ellos.
Es mentira que ustedes estén aquí para juzgar. En verdad están cumpliendo el mandato de mostrarle a la República lo que les sucederá, de aquí en más, a aquellos que acatando órdenes deban defender a la Patria de una agresión terrorista. No solo van a condenar a todos aquellos que el poder político del momento, ante el cual se postran, lo ordene sino que al actuar así han demostrados ustedes que no son ni rectos ni ecuánimes. Solo para demostrarlo quiero hacer referencia al episodio del día que un testigo propuesto por la fiscalía se presentó como “mano derecha” del jefe terrorista Mario santucho y pidió que se le rindiera un homenaje a éste y a los “héroes” que colocaron una bomba en la Jefatura de Policía de La Plata donde hubo muertos y heridos entre los que yo me encontraba. Ninguno de ustedes, jueces, ni el fiscal dijeron palabra alguna ante esta apología del delito. Se mantuvieron en un sistema pusilánime que asquearía a cualquiera que creyera que el juicio se desarrollaba en un País que presume de respeto a las leyes. Cuando les pedí a mis abogados defensores que pusieran fin a ese agravio el juez Rozanski, presidente del tribunal, me increpó agregando que de repetirse mi actitud sería expulsado de la sala.
¿Acaso me puede asombrar esta actitud?, de ninguna manera, desde hace tiempo sabemos que esta es la impronta con la que se iban a llevar a cabo esta sesiones de revancha. Me sobra experiencia para afirmar esto ya que previo a este juicio la Cámara federal de La Plata, en esos autos de fe pretendidamente jurídicos que se llamaban pomposamente “juicios por la verdad”, quiso tomarme declaración juramentada. Ante eso, me vi en la obligación de recusar a dos de los tres magistrados que la integraban. ¿Por qué debí hacerlo?, porque uno de los magistrados que componía la Cámara había sido detenido en 1977, siendo yo Director de Investigaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, por integrar como abogado lo que en ese entonces se denominaba “liga de compradores” y que no era otra cosa que una banda de veintitrés delincuentes dedicados a intimidar a los asistentes a los remates judiciales. La otra persona a la que recusé era un abogado que según constancias judiciales tendría un hijo “desaparecido” y que habría estado éste en áreas bajo mi mando, lo que significaría que ese juez estaría frente al presunto responsable de la “desaparición” de su hijo lo que hacía cuestionable su imparcialidad. No obstante al expresar que ello no le impedía actuar en mi caso no se hizo lugar a mi pedido de recusación en ninguno de los dos jueces. Como no se hizo lugar a mi pedido, ante tan flagrante despropósito opté por abstenerme de declarar.
Sería imposible seguir adelante sin considerar la lamentable actitud del fiscal a lo largo del “juicio” ya que contrariamente a lo que lo obliga su ministerio- controlar la legalidad del proceso- optó por convertirse en un querellante acérrimo negándose a evaluar las pruebas ofrecidas por mi defensa.
Es ridículo apelar a la conciencia del fiscal ya que él sabe muy bien que esta barbaridad jurídica que se ha cometido, carente de todo rigor científico o técnico pero a la que ha armado con un amplio bagaje de trucos, amenazas y provechos ha contribuido a poner a la justicia a merced de testigos mendaces y de interrogatorios inquisitoriales y no había en él otro motivo para ello que ponerla al servicio de la venganza personal de aquellos que en su momento y arma en mano atacaron a la República y que fueron derrotados militarmente por las armas de la Patria.
Pero este accionar perverso no existe solo en la mente del fiscal. Su falta de ética y objetividad no termina en él, existe también en jueces prevaricadores, en testigos falsos y falaces y en pseudo defensores de los derechos humanos.
En el colmo del disparate el fiscal me acusa de integrar un siniestro plan de persecución de “jóvenes idealistas”, plan que nunca integré pues no se si existió realmente o si solo se gestó en la vertiginosa fantasía del fiscal- ya que ninguna prueba tangible pudo ofrecer de esto más allá de una presunción subjetiva carente de lógica- que fue, a lo largo del juicio, inagotable pero contradictoria constituyendo un buen final para la culminación de una farsa jurídica de exhaustiva endeblez.
Ustedes, quienes integran este tribunal, tienen la liviandad de espíritu de juzgar una guerra, la peor clase de guerra que es aquella que desata el terrorismo, con un código penal desconectado de lo que fue la realidad de entonces. Han hecho oídos sordos a quienes de verdad conocen y saben como fue esta guerra e inclusive a lo que pensaban quiénes la desataron. Sólo les traigo a cuento una frase de un jefe terrorista, Rodolfo Galimberti: Si ellos hubieran peleado con el Código bajo el brazo, perdían la guerra.. Se equivocaba Galimberti, la guerra se ganó militarmente con el código bajo el brazo porque siempre peleamos siguiendo las directrices del CJM.
Si hubiéramos perdido la guerra para hombres como ustedes solo se habrían abierto dos caminos; de ustedes, aquel que se considerase hombre de criterio libre no habría habido futuro en una estado de lacayos, pero si se hubieran considerado “revolucionarios”, al menos habrían tenido la ventaja de no tener que torcer sus conciencias acomodando las leyes a una situación determinada porque ustedes, quienes integran este tribunal, están acá respondiendo no al cometido de enaltecer la justicia sino de afirmar un concepto político más que jurídico. Ustedes han venido aquí a condenar, no a juzgar porque el poder político así se los ha ordenado.
Quizás crean que con la condena que me impongan honran a la justicia, pero saben en su fuero íntimo que solo han consagrado la injusticia del poder. Ustedes no son jueces, ustedes son instrumentos de ese poder que ha decidido que aquellos que hoy estamos en la posición de derrotados, seamos sentenciados previo paso bajo las horcas caudinas de estos simulacros judiciales. Y es este poder quien los ha incitado u obligado a quitarse de sus conciencias todo tipo de escrúpulo moral que en ellas hubiera y les ha exigido despojarse de cualquier atisbo de ecuanimidad que en ustedes existiera.
Ustedes, en esta hora infame de la revancha tienen el demérito de haber cambiado la justicia por un tipo de demagogia revolucionaria en la cual solo pueden creer aquellos que con nuestra condena creen haber ganado algo. Ustedes, considerándose mis enemigos quedarán satisfechos con la condena. A mi me dejarán donde quieran junto con algo que ningún tribunal podrá quitarme, el orgullo de haber combatido por mi Patria contra los que la agredían. Lo que ustedes hagan, dejó de importarme hace mucho porque como dice San Pablo, “A los ojos de Dios no son justos los que oyen la ley, son justos los que la practican
Miguel Etchecolatz
Prisionero de guerra