martes, febrero 01, 2011

La nave del millar de héroes: El Crucero ARA “General Belgrano”

La nave del millar de héroes: El Crucero ARA “General Belgrano”
COLABORACIÓN DE LA REVISTA GACETA MARINERA Y HOMENAJE A NUESTRA ARMADA NACIONAL
El crucero ARA General Belgrano en sus viejos buenos tiempos, orgullo por entonces de la Flota de Mar y ahora, eternamente en la memoria de los argentinos
La tarde del 2 de mayo de 1982, el crucero ARA “General Belgrano” fue herido de muerte por un submarino nuclear inglés. Este es el relato de lo que pasó a bordo del buque cuando fue impactado a las 16:00 hs por dos torpedos, y a las 17:00, hora del hundimiento.
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Imagen del film El Belgrano, que retrata cómo pudo haber sido uno de los momentos finales del orgulloso buque
…Continuaba el fuerte viento y el pronóstico meteorológico era malo para las 12 horas siguientes. El rumbo era Oeste para llegar al área asignada, donde debían esperar nuevas órdenes. En ese momento el buque se sacudió violentamente. Una poderosa explosión seguida del cese inmediato de energía e iluminación paralizó a los 1.093 tripulantes.
Y cuando parecía que el buque se elevaba por el aire, se produjo una segunda explosión proveniente de la popa, las consecuencias del primer impacto se vieron claramente desde el puente de comando cuando al caer la gran columna de agua, hierros y maderas, se descubrió la falta de 15 metros de buque. Quienes estaban en el comedor vieron que por un gran boquete abierto en el piso avanzó una bola de fuego. Los atravesados por ese aire abrasador sufrieron quemaduras en partes del cuerpo no cubiertas y las medias de nylon agravaron las consecuencias al derretirse sobre la piel. La reacción instintiva de cubrir la cara con las manos evitó quemadura en los ojos; no así en el cabello, orejas y dorso de las manos. Inmediatamente comenzó la inclinación a babor y un penetrante olor acre inundó el aire. Cesó la fuerza motriz y se apagaron las luces. La generación eléctrica de emergencia se inutilizó. Al estallar el primer torpedo en la sala de máquinas de popa (uno de los compartimientos más grandes del buque) se destruyeron todos los sistemas alternativos de emergencia.
Otra vista del crucero ARA General Belgrano en sus días de actividad plena con nuestra Flota de Mar
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El crucero ARA General Belgrano, repostando combustible y munición en Ushuaia, momentos antes de iniciar su última singladura
EL ABANDONO
En su movimiento hacia las cubiertas altas, todos debieron sortear obstáculos de cualquier tipo como escalas rotas, puertas trabadas, chorros de vapor y petróleo, calor intenso, humo y gases, incendios e inundaciones, enclaustramiento y la oscuridad que complicaba más aún ese duro camino. En este complicado transitar, los haces de luz de las linternas fueron aportes fundamentales para marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Cada uno que llegaba a la cubierta exterior se dirigía a las estaciones de abandono asignadas. El buque tenía 72 balsas salvavidas, de las cuales 62 eran las necesarias; el resto eran de reserva. Las órdenes del comando les llegaban a los tripulantes a través de megáfonos de mano y se retransmitían gritando lo más alto posible. Una imagen retenida por muchos es la de aquellos hombres saliendo a cubierta exterior transportando sobre sus hombros a camaradas heridos y rescatados de aquel grave escenario interior. Los esfuerzos personales para poder superar esa situación límite significaron un verdadero sacrificio para todos los tripulantes. La escora aumentó un grado por minuto, por lo que ya se había llegado a los diez grados a babor. El casco se hundía con mayor incidencia de popa, debido a la gran entrada de agua al espacioso hangar y a la sala de máquinas. Como prevención se arrojaron las balsas al agua, que se abrieron automáticamente al caer. Quedaron flotando al costado, sujetas por las amarras. Los techos anaranjados de las balsas parecían un collar rodeando al buque para protegerlo. Se estabilizó la inclinación y con ello se creó la esperanza de que el buque se pudiera mantener más tiempo a flote. Por la rapidez de los sucesos, algunos llegaron a cubierta muy desabrigados y se los auxilió con lo que se tuvo a mano, como las mantas de lana de las camas que se usaron como ponchos. Quedó demostrado que no fueron pocos los que bajaron varias veces a las cubiertas inferiores para prestar ayuda o buscar a alguien. Nadie posible de ser socorrido quedó sin asistencia. Por el contrario, algunos dieron la vida por ofrecer esa maravillosa ayuda.
La inclinación de 20 grados y el petróleo sobre la cubierta dificultaron el caminar de los tripulantes, y les fue necesario aferrarse a la estructura del buque o a sogas para no golpearse o caer al mar. Aparte de cuidarse a sí mismos, algunos debieron trasladarse con materiales como radios de emergencia, brújulas, elementos de situación astronómica o bolsas de sanidad. Un grupo llegó a tomarse de las manos para formar una barrera que protegiera a los heridos que podían rodar hacia la borda. El crucero pareció comprender que ya nada podía hacer por los hombres que tanto lo admiraban y como distendiendo sus músculos de acero, siguió recostándose. La situación tendió a agravarse y se llegó al punto de no retorno. Sólo faltaba la orden del comandante para abandonar el buque. La información que recibía el comandante de los hombres de control de averías sobre la progresión de la inclinación y apopamiento (anormal inclinación del buque hacia el extremo de popa) del buque le habían permitido demorar la orden de abandono durante un lapso que fue aprovechado para permitir desalojar el interior del buque y a los sanos ayudar a los heridos. Mientras tanto, los tripulantes se organizaron en los puestos de abandono tal como lo practicaron en tantos zafarranchos, sólo que ahora podría sobrevenir la orden del comandante para iniciar el abandono real.
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Los que estaban en la cubierta superior ignoraban en ese momento cuántos habían quedado en el interior, pero lo que nadie podía dudar era que los ausentes ya no estaban con vida, dado el nivel de inundación. Tanto para dar como para recibir ayuda, poco importó el cargo, grado o edad. Las balsas de babor estaban a nivel de la borda y los heridos graves se agruparon en ese lado para facilitar el trasbordo. Las balsas de estribor estaban estacionadas a varios metros abajo de la borda. Después de la tensa espera no se dio el milagro esperado y ya no quedó alternativa posible. Paradójicamente, la rápida inundación evitó que los incendios afectaran las santabárbaras y complicaran más la situación. Con palabras que seguramente ningún marino desearía pronunciar jamás, el comandante ordenó ”¡Abandonar el buque!”
Los heridos fueron transbordados a las balsas en delicada maniobra mientras las escalas, redes, cabos de cáñamo o saltar sobre el techo reforzado, fueron variantes usadas para llegar a las balsas por quienes conservaban sus energías. Algunas embarcaciones pegadas al casco por estribor, encontraron que el viento les dificultaba despegarse y otras fueron arrastradas hacia la proa destruida; una de ellas terminó pinchándose con las astillas de acero y los ocupantes debieron tirarse al agua para llegar a otras balsas. En ese intento cada uno perdió más del 50% de la capacidad motora y la ayuda debió multiplicarse para izarlos a bordo casi inanimados. El movimiento provocado por las olas hizo imposible mantener amarradas entre si a las balsas y debieron cortarse rápidamente las sogas que las unían por grupos, a fin de evitar que se rompieran los flotadores. Esa misma marejada impidió la visión y comunicación entre las balsas. Algunas quedaron sobrecargadas con treinta personas y otras subocupadas con no más de tres. Con frases que parecían susurros, los tripulantes de las reducidas embarcaciones trataban de perder juntos el miedo a la muerte. La popa sumergida y la gran escora, anunciaban una vuelta campana del buque que podría formar un vacío y arrastrar al fondo del mar las balsas más cercanas. Ese riesgo aumentaba minuto a minuto. Gruesos chorros de vapor escapaban por las aberturas y muchos escucharon explosiones, posiblemente por el contacto del hierro caliente con los 0º C de temperatura del agua de mar. El lapso que una persona podía permanecer con vida en esas aguas no pasaba de cinco minutos. Cuando ya nada quedaba por hacer a bordo, ni por los hombres ni por el buque, el comandante se arrojó al agua. Previo a ello lo hizo un suboficial, que permaneció con el comandante hasta el último momento. Ambos nadaron hasta un grupo de balsas, que los aguardaba con el riesgo de ser absorbidas por el gran vacío que produciría el crucero al hundirse. En el crucero “Belgrano” o en el mar, quedaban sólo los cuerpos de los que ya no tenían ninguna necesidad temporal.
La escora de 60 grados (inclinación lateral anormal) preanunciaba el hundimiento. Un denso humo blanco que salía del interior aumentó el dramático momento que se avecinaba. El rápido avance del anochecer y la disminución de visibilidad ayudaron a ocultar el fin de un gran buque. Ya nadie fuera de las balsas quedaba con vida. Las preocupaciones y problemas comenzaron a estar confinados dentro de cada pequeño recinto.
La evolución de los heridos graves pasaba a convertirse en un desafío para quienes compartirían las horas futuras. Muchos ojos de esos hombres se nublaron por lágrimas de rabia, emoción, impotencia, tristeza o tributo, al ser testigos de los minutos finales del ARA “General Belgrano”. ¡La proa fue el último adiós! La nobleza en la vida de este gran buque también estuvo presente en ese instante. Esperó que se completara el abandono y, cuando las 9.000 toneladas de agua que embarcó en 60 minutos lo tumbaron definitivamente, giró con suavidad hacia las profundidades sin afectar ninguna de las balsas que lo rodeaban. “¡Viva la Patria! ¡Viva el Belgrano!” Esas fueron las voces que se escucharon en ese instante en muchas balsas. Allí no había público a quien conmover. Sólo estaban los protagonistas, un mar casi helado y un viento de temporal cuya virtud fue transportar esos gritos de amor.
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Los últimos estertores del glorioso buque…

23ABR09, RELATO DEL ÚLTIMO COMANDANTE DEL CRUCERO
EL CAPITÁN DE NAVÍO HÉCTOR BONZO RELATÓ CÓMO FUE EL HUNDIMIENTO DEL CRUCERO, EL 2 DE MAYO DE 1982.
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El Capitán de Navío (R) Héctor Bonzo, último comandante del crucero ARA General Belgrano, recientemente fallecido
“La tarde del domingo 2 de mayo el Crucero ARA General Belgrano estaba navegando hacia una estación de espera -lugar donde recibiría la nueva misión- junto a los buques que integraban la escuadra (el Belgrano y los Destructores ARA Bouchard y ARA Piedrabuena). A bordo, subía al puente de comando. Pasé por el cifrario, donde recibían los mensajes en código y mediante claves que tenía el personal encargado de esas comunicaciones se traducía el mensaje. Salí de ahí, a dos cubiertas de la principal, subí la escalera hacia el puente de comando, y en ese momento -un minuto pasadas las cuatro de la tarde- se escuchó la explosión de un torpedo que había impactado en la mitad del buque.
De inmediato pensé que habíamos sido torpedeados, se empezó a expandir por todo el buque un olor a ácido de algo explosivo. Se sentía ese olor, fuerte, penetrante, el buque frenó su avance y se levantó, es la sensación que tuve a bordo. El buque se escoró, sensación o realidad, se sintió. Inmediatamente empezó una inclinación a babor (lado izquierdo de una embarcación). Apenas llegué al puente de comando se produjo una segunda explosión; esa vez, le sacó 15 metros de proa al buque. Un chorro de agua altísimo se elevó y empezaron a caer restos de metal, de madera; afortunadamente cuando ocurrió no teníamos a nadie en ese lugar. La explosión se expandió, hizo un corte, como si fuera de una navaja, y se cayó la proa. Las comunicaciones estaban totalmente inútiles, destruidas. La única forma de comunicarme fue con un teléfono manual a la central de Control Averías. Ahí se canaliza todo lo relacionado con incendios, abandono, contaminación.
El personal está preparado como si fueran los bomberos de abordo, y el corazón de esa función se ejerce en la central. Las personas especializadas en esa tarea permanecían ahí para informar al comandante la situación que se vivía. Una situación desconocida dado que en la cubierta principal de proa a popa, se veían chorros de petróleo, de vapor, con portas atrancadas por la gran flexión que padecía el buque durante los impactos. La central mantenía contacto para informarme la inclinación que tenía el crucero, se pudo conocer que fue de a un grado por minuto. En la velocidad que ocurrían las cosas cada hecho sucedía en instantes, apenas segundos entre un suceso y otro…
Con el Capitán de Fragata Pedro Galazzi, segundo comandante del buque que estaba varias cubiertas abajo, la comunicación fue a viva voz, estaba con un megáfono en la mano, impartía órdenes, gritaba para hacerse oír para que la gente cumpliera las recomendaciones para realizar el abandono. La primera medida que dí fue tirar las balsas al agua, pero no el abandono, fue una previsión. Una escora de 10 grados en un buque es tremendo, uno se cae al agua, había petróleo en las cubiertas y además la gente, ¡todos estábamos con tensión! pero había una virtud extraordinaria en toda la dotación: No demostrarlo. Eso fue determinante para no entrar en pánico aunque todo el mundo sintió miedo. La gente sabía lo que tenía que hacer pero no se trató solo de eso…desde el momento en que zarpamos -16 de abril- se comenzó a vivir un espíritu de buque, un espíritu de cuerpo, de equipo que fomentó la solidaridad, camaradería, respeto, disciplina, es decir, la gente sabía lo que estaba en juego: tenía la motivación de la defensa de la patria en el mar. Eran personas normales con una dosis de principios fundamentales, de valores que habían renacido en ellos en una forma extrema. La ayuda de los hombres que venían de abajo trayendo en sus espaldas a heridos y quemados, me demostró que cuanto más demoraba el abandono, más gente podía rescatar.
En un momento pareció detenerse la inclinación, me permitió pensar que el buque podía sostenerse más tiempo a flote, seguí demorando el abandono. El clima era tormentoso, tempestad, lluvia, frío, evidentemente íbamos a sufrir mucho. A las 16.23 ya no se podía aguantar más: si seguía la inclinación, el buque podía dar la vuelta campana, es decir, girar 180º y causar la pérdida de toda la dotación. Ya no había alternativa, el buque no podía salvarse, fue entonces que ordené el abandono, y todos, absolutamente todos los que estaban en cubierta esperaron esos 23 minutos hasta que dí la orden para arrojarse al agua. Un grupo de hombres se tomaron de las manos para que los heridos no se fueran rodando y cayeran al agua; de este tipo hay cientos de anécdotas que demuestran hasta dónde llegó la consideración, el apoyo mutuo, el desinterés personal. Quedó demostrado que la dotación tenía tanto interés en la supervivencia del que estaba al lado como de la propia. Se sacaban la ropa para dársela al que estaba desabrigado, otros hacían ponchos con las mantas…eso se fue consolidando y haciéndose carne en la tripulación con la ayuda de la motivación y del ejemplo, el hombre sabía que el que estaba más arriba no hacía algo si el de abajo no lo podía hacer.
Se salvó el 75 % de la tripulación cuando en otros siniestros o accidentes alcanzaron el 25%. Todo estaba en contra: el viento, el frío, el temporal de esa noche, el resultado es tremendamente feliz aunque tuvimos que lamentar profundamente que 323 hombres desaparecieran. Valía la vida de los demás no la mía, como no le hubiera interesado a ninguno estando en mi lugar; lo único que pretendía era que mi gente estuviera a salvo, en las embarcaciones o en los botes.”
El Capitán Bonzo estaba cortando unos cabos de balsas que estaban trincadas y no se soltaban, cuando el suboficial Barrionuevo le pegó el grito… “en esos últimos momentos eran tantas las preocupaciones que pasaban por este cuerpo y esta mente que lo que me esperaba a mí no me preocupaba. Si cuando estaba ahí el buque se daba vuelta y se hundía me iba con él…”
La decisión del comandante del crucero nos acercó a este relato personal: “vivir fue asumir responsabilidad de acompañar a la gente, es seguir luchando por ellos, porque las responsabilidades no terminaron con el hundimiento y la realidad es que a lo largo de los años estuve al lado de la dotación y va a ser así hasta que Dios me llame. A 25 años nos seguimos reuniendo, abrazando. Ya no es una tragedia, es un hecho por el cual nos sentimos profundamente orgullosos Seguimos hablando de que el Belgrano vive, vive navegando, vive con sus hélices propulsándolo…"
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Los tripulantes rescatados del crucero, a su llegada a Ushuaia, dando vivas emocionados a la Patria y al glorioso crucero…
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Monumento al glorioso navío, levantado en la Base Naval Puerto Belgrano.
Cada 2 de Mayo, es el centro de reunión de los ex tripulantes y personal de toda la Armada, para recordar en silencio a sus héroes y al noble buque, que reposa a 3000 mts. de profundidad, en aguas del Atlántico Sur
Cuadro de texto: Escudo de la Provincia de Tierra del Fuego,

Antártida e Islas del Atlántico Sur

 

Aprobado por Ley Provincial nº 61/92 luego de un concurso realizado en 1992, al cumplirse 2 años de la provincialización.

Descripción

El escudo está compuesto por un óvalo central que tiene en el campo inferior la figura de 4 pingüinos Emperador, dos mirando a diestra y dos a siniestra, ubicándose detrás de ellos el mar; en el campo superior se observa un pico nevado sobre el que asoma un sol naciente de diez rayos. Rodeando el óvalo se encuentra una línea roja estilizada que forma diez llamas de fuego, cinco a cada lado del óvalo. Cerrando el escudo se ubica una serie de líneas azules que forman la figura de un albatros, ave emblemática de la zona, en actitud de volar. El albatros también está presente en la bandera provincial.

De acuerdo con el reclamo argentino, el escudo también es oficial en la Antártida Argentina y las Islas del Atlántico Sur, que son a efectos jurisdiccionales departamentos de la provincia._Pié Carlitos (3).jpg  
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