lunes, agosto 02, 2010

ARTÍCULO

MATRIMONIO GAY = CULTURA DE LA MUERTE
     Finalmente es ley la coyunda entre personas del mismo sexo. Una prueba más de la degradación moral en que se encuentra sumergida nuestra patria. No cabía esperar otra cosa de los tramoyistas de los legisladores, personajillos que traicionan y se venden por un plato de lentejas. No es la primera vez ni será la última que sancionen leyes contrarias a nuestras tradiciones y creencias, y al orden natural. La próxima será seguramente la despenalización lisa y llana del crimen del aborto.
     ¿Por qué rechazar esta ley ilegítima? El fundamento lo tenemos en tres pilares, que son: la Sagrada Escritura, la Tradición y la Ley Natural. La Sagrada Escritura (Lev. 18, 22; Rom. 1, 27; I Cor. 6, 9-10) nos enseña que los actos homosexuales son intrínsecamente malos, y lo reafirma el Catecismo (2357), más allá de la opinión de algunos curitas descarriados. Desde el punto de vista natural, el matrimonio es la sociedad permanente entre un hombre y una mujer. Esa institución matrimonial ya existente fue elevada por Jesucristo a la dignidad de ser uno de los siete sacramentos por los que nos viene la gracia divina. De manera que la unión de dos personas del mismo sexo es cualquier cosa, menos matrimonio. A esto le podemos agregar las marchas multitudinarias que se manifestaron en contra de la ley, a pesar del bombardeo propagandístico a favor de la misma. Aunque dejemos bien en claro que lo que está bien o mal no depende del número.
     Los defensores de la causa gay constituyeron un núcleo minúsculo, aunque poderoso y muy activo, integrado por elementos de la partidocracia, de la “cultura” y de los multimedios. ¿Acaso el demonizado Grupo Clarín estuvo en contra? La mayoría de los medios, como no podía ser de otra manera, le dio un tratamiento tendencioso al tema, inclinándose buena parte de los opinólogos por la aprobación de la ley, por supuesto. Sin ir más lejos, esto quedó patente en un programa de la mañana de la AM 560, emisora perteneciente al multimedios Grupo Uno de Vila-Manzano. ¿Libertad de expresión en los comunicadores, políticamente muy, pero muy correctos? Cuesta creerlo. Cualquiera se inclinaría a pensar en la bajada de línea que reciben desde arriba. La mayoría de la gente les expresó su rechazo a través de los contestadores. Los conductores ya nos tienen acostumbrados a sus opiniones acomodaticias, que justifican diciendo “el que no cambia es un necio”, “la sociedad aún no está madura para aceptar estas cosas”, “no hay que mezclar la religión en estos temas”. ¿El cambio por el cambio mismo es algo bueno de por sí? Mire usted. Dios no permita que “maduremos” nunca en esa dirección. ¿Dejar de lado la Religión en cuestiones de moral? Quedaríamos sometidos al capricho de los “iluminados” que sancionan leyes como la que nos ocupa, a quienes mañana se les podrá ocurrir, por ejemplo, que podrán constituirse “matrimonios” entre padres e hijos, entre hermanos, etc.
     ¿Qué hacer ante esto? ¿En dónde depositar nuestras esperanzas? ¿Acaso en la llamada Oposición, que no se opone a nada? ¿En el cambalache electoralista, quizá? Nada de eso. Ya algunas décadas atrás, cuando todavía no habíamos llegado a estos niveles de perversión, nos decía el Padre Julio Meinvielle que “Frente a estas sociedades, destructoras de Dios y del hombre, qué debe hacer el cristiano, si le toca vivir en ellas, sino aceptar, sí, la voluntad divina, que quiere que allí se dé su testimonio; pero no aceptarlas a ellas, porque con todo el dinamismo de su ser y de su vida orientada hacia Dios, centro de integración y de vida, estará proclamando la majestad de Dios y la ruindad de una sociedad que camina a la nada”. El alivio vendrá de arriba, si Dios así lo quiere, ya que lo hemos echado de todas partes. Pidamos entonces a Jesucristo, Señor de la historia, la gracia de permanecer fieles a Él, “Porque al inicuo lo matará el Señor Jesús con el aliento de su boca, destruyéndole con la manifestación de su parusía” (II Tes. 2, 9).
                                                                                                                              Lorenzo Guidobono