Así narró Sofía Casanova el asesinato de Rasputín hace 100 años
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Honesta y decidida, como bien la describe Inés Martín Rodrigo en su libro «Azules son las horas» (Espasa), a Sofía Casanova no le duelen prendas en subrayar que si bien parecía confirmarse el crimen, no así aún las circunstancias que lo rodearon. Este es el relato que hizo llegar a Madrid esta pionera del periodismo, que se arriesgaba para estar en primera línea (entrevistó a Trotski) y aderezaba sus crónicas de cuantos testimonios podía recoger:
«Cierta noticia conturbadora, trágica, se confirma hoy. Anoche la oí, y la leí en un periódico; pero como "aquilato cuanto escribo" por imposiciones de conciencia, y para la posible comprobación de los hechos que narro, he aquí esa noticia seca, misteriosa, folletinesca:
"Muerte de Gregorio Rasputín. Ayer, a las seis de la mañana, en una aristocrática mansión del centro de la capital y después de una fiesta, de repente, perdió la vida Gregorio Rasputín Nowich".
¿Quién era este hombre?, preguntará el lector, felizmente ignorante de las novelas de San Petersburgo. Una especie de "duende negro" de la Corte, y, en suma, un místico ó un alucinado: acaso un hombre insignificante al que se le atribuye poder milagroso, influencia entre determinados personajes, y a quien una leyenda insondable ha hecho odioso, amado, diabólico y célebre...
"Dos tiros lo remataron", aseguran unos.
"Fue un estiletazo", contradicen otros.
"El matador es... príncipe". "No, general".
Tampoco se ponen de acuerdo los bien informados, y puede que hasta resulte falso el dramático fin del mujik famoso, el cual podría servir de héroe a uno de los novelones por entregas, aquellos de luchas, encuentros, fantasmas, cuchilladas y equivocaciones. Vivo o muerto Rasputín, no vendrá mal a su alma un rezo.» SOFÍA CASANOVA. San Petersburgo, 31 de Diciembre 1916.
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El 1 de enero de 1917 el diario ya se había hecho eco de un despacho de San Petersburgo en el que se informaba del «asesinato misterioso» del «monje Rasputín», a quien su reputación de taumaturgo había dado gran notoriedad e influencia hasta en las más altas esferas. «Este religioso, de origen siberiano, había logrado imponerse en los círculos eclesiásticos y aristocráticos y en la Corte Imperial. Intervenía activamente en los nombramientos del alto clero, que no se hacían nunca sin su asentimiento, y estos últimos años se había ocupado también de política, especialmente bajo el Ministerio Sturmer», reseñaba el diario.
De su asesinato «no se saben más detalles sino que el asesino es un joven que pertenece a la más elevada sociedad rusa y con vínculos en el mundo de la Corte. Créese que se trata de una venganza de familia», añadía la nota antes de apuntar otros intentos de agresión sufridos por Rasputín, uno de ellos protagonizado por una dama aristocrática.
Esto es cuanto se supo en aquellos primeros momentos del asesinato de Rasputín. Con el apoyo de la Gran Duquesa Militza, aficionada a las artes oscuras, el falso monje había ingresado en la corte y pese a su humilde origen se había ganado el aprecio del zar Nicolás II y sobretodo el de la zarina Alejandra, a quienes llegó a «hipnotizar», según la leyenda. Un complot liderado por el príncipe ruso Félix Yusúpov (1887-1967) acabó con su vida.
El crimen, según uno de los conspiradores
Según relató Stanislav Lazovert, el único del grupo de conjurados que aún vivía en 1967, Yusúpov utilizó la belleza de su mujer Irina Románova (1895 -1970), sobrina del zar, para atraer a Rasputín a su palacio, sabida su fama de mujeriego promiscuo. Mientras esperaba a la princesa en una estancia del sótano acondicionada como salón, Yusúpov ofreció a Rasputín vino y pastelillos envenenados con cianuro.
Después, ataron el cuerpo con cadenas de hierro y lo arrojaron al río Nevá, donde fue encontrado días después. En enero de 1917, Rasputín fue enterrado junto al palacio de Tsárskoye Seló (la Villa de los Zares de San Petersburgo), donde permaneció hasta que tras la Revolución bolchevique, su cuerpo fue desenterrado, descuartizado y quemado en el bosque de Pargolovo.