miércoles, septiembre 18, 2013

De paloma a halcón, Obama y Siria 

Por Jorge Lanata 

Desde Los Angeles - 14/09/13
La Primera Guerra Mundial comenzó con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del trono austro húngaro, a manos del nacionalista serbobosnio Gavrilo Princip. La Segunda Guerra Mundial comenzó el primero de septiembre de 1939 con la invasión alemana a Polonia, el primer paso bélico de Hitler para fundar un imperio en Europa. La Tercera Guerra Mundial corre el riesgo de comenzar por error: la decisión de Obama de discutir en el Congreso un ataque a Siria –mucho más democrática que la de Bush, por cierto– está transformando la crisis con Damasco en una guerra “charlada”.
La pre-guerra con Siria sucede en la televisión: académicos de corbata de seda, políticos de sonrisa perfecta, analistas de todo tipo opinan sobre la conveniencia de librarla. Aquí no hay odio, sino miedo y crueldad televisada. Abajo del televisor, en la diagonal de la escena, hay un país que aún no sale de la crisis económica y se resiste a apoyar la guerra.
“Si entramos al conflicto de Siria es para manipular a la gente, para darles miedo, para demostrar poder. Obama llevó el tema al Congreso para demostrar que está haciendo un buen trabajo”, le dice a Clarín Alan, de 29 años, un vecino de clase media de Bakersfield.
“Obama quiere su propia guerra, es por esa razón que considera ingresar en el conflicto”, opina Salvador, un vendedor de clase baja de 28 años.
“En caso de que Siria haya utilizado armas químicas, Estados Unidos no debe sentir la obligación de funcionar como pacificador ”, agrega una chica de 22, clase media de West Hollywood.
CNN bombardea imágenes de guerra química, aunque las encuestas no remontan: la última publicada por el Washington Post y la cadena ABC señala que el 59% de los ciudadanos está en contra de la idea del ataque y que sólo un 29% lo apoya; quienes se oponen lo hacen convencidos de que serán peores las consecuencias (un 74%), que habrá enredos en otra guerra (un 61%) y que no logrará sus objetivos (un 51%).
“No me gusta la idea de un ataque armado, no sé dónde está Siria ni por qué quieren lanzar bombas, pero en la guerra todo el mundo pierde, no hay guerras humanitarias”, dice una vendedora más preocupada por lograr su cuota del día que por los asesinatos de Al-Assad.
La guerra electrónica del Premio Nobel de la Paz bien puede resumirse en dos párrafos. El primero es del discurso de Obama en New Hampshire, ícono de su campaña electoral: “Y cuando sea presidente de los Estados Unidos acabaremos la guerra en Irak, traeremos las tropas a casa, acabaremos el trabajo contra Al Qaeda en Afganistán, cuidaremos a nuestros veteranos de guerra, repararemos nuestra imagen en el mundo, y no utilizaremos el 9-11 para lograr votos a través del miedo”.
El segundo es otro discurso más reciente, el del martes pasado: “Franklin Roosevelt dijo una vez: ‘Nuestra determinación como nación de mantenernos fuera de las guerras y de los enredos en el extranjero no nos puede impedir sentir una profunda preocupación cuando se desafían los ideales y los principios que valoramos. Nuestros ideales están en juego en Siria. Estados Unidos no es el policía del mundo, pero con un esfuerzo modesto y mínimo riesgo podemos evitar que los niños mueran envenenados con gases tóxicos y, por consiguiente, hacer que nuestros hijos estén más seguros a largo plazo. Creo que debemos actuar”.
El interés “humanitario” de Estados Unidos en territorio ajeno ha sido puesto en cuestionamiento, entre otros, por la actual embajadora de Obama en la ONU, Samantha Power, cuando era profesora en Harvard. En “Un problema infernal: América en la era del genocidio”, Power sostiene que su país nunca ha actuado en política exterior por problemas humanitarios sino por intereses propios, y recuerda una frase del presidente Bush cuando empezó la guerra de Bosnia: “Estados Unidos no tiene ningún perro en esa pelea”. Recuerda Guillermo Altares en El País que “tras años de horrores en la ex Yugoslavia, una salvajada excepcional – Srebrenica, el mayor crimen de guerra cometido en Europa desde el stalinismo– desencadenó una acción militar en Occidente. Cuatro años después, Milosevic desencadenó una oleada de limpieza étnica en Kosovo y finalmente la administración Clinton decidió que los peligros de no actuar eran inferiores a los de hacerlo”.
Sólo un 16% de los norteamericanos cree “seguro” que el régimen de Assad haya usado gas venenoso contra la población civil, y un 67% sólo lo considera “probable”; están menos seguros hoy de que Siria haya usado armamento químico de lo que estaban sobre la posibilidad de una mentira completa: que Saddam Hussein escondiese armas de destrucción masiva en 2003.
En esta guerra charlada las teorías conspirativas florecen: Dale Gavlak, corresponsal de Associated Press, sostiene que según entrevistas realizadas con residentes y rebeldes en el barrio de Ghouta y en otras zonas de Damasco, las armas químicas que explotaron el 21 de agosto estaban en manos de los rebeldes y procedían de Arabia Saudita.
Las manchas de sangre en el tablero de ajedrez no son nuevas: el conflicto de Siria comenzó dos años y medio atrás, produjo la muerte de más de 110 mil personas, dos millones de refugiados y cuatro millones y medio de desplazados internos.
Mientras la guerra se debate en sets con aire acondicionado y teóricos de camisa blanca y corbata celeste, los rebeldes de Jobar suben un video a Internet en el que habla un médico de la localidad: “En el nombre de Alá, esta es una declaración del Jobar Medical Point con respecto a los hechos que ocurrieron hoy al alba (…) La catástrofe es de grandes proporciones.
La escala de fallecidos es masiva. Hemos agotado nuestro suministro de atropina e hidrocortisona en Jobar. El número de heridos y muertos entre niños y civiles es enorme. Yo mismo … (sic) por mis manos pasaron 50 niños muertos (…) Otro de los grandes errores vino de las estrategias de los ciudadanos ante la falta de conocimientos para responder a ese ataque. Los efectos de gas sólo habrían durado media hora, pero lamentablemente mucha gente bajó a los sótanos; el gas es pesado y por lo tanto bajó a los pisos inferiores, lo que incrementó la cifra de heridos y muertos (…) No puedo hablar más. Puedes filmar a tu alrededor lo que veas sobre el atardecer, pueden ir y grabar a algunos de los mártires que yacen en otras partes. Que Alá te recompense”.
“¿Por qué hay silencio?”, se pregunta uno de los refugiados. “¿Es porque somos musulmanes?
¿Es nuestra sangre más barata que la suya?
Investigación: María Eugenia Duffard / Amelia Cole / Mavi Bourdieu