viernes, febrero 03, 2012

LAS  HORMONAS  DE  LA  CALANDRIA
                                                                                              Hugo Esteva

            Como si esto fuera poco, el año le arranca seco y con problemas de salud a la Calandria. Hasta parecería que enconos del más allá, tan invocado, se hubiesen conjurado para apagar los festejos de la renovación de su mandato. Pero ella es como es y, en ese sentido, no le faltan agallas: enfrentó. Aunque, rodeada de loros -más ahora que ha sumado loros jóvenes, medio amargos- y algún pirincho ambicioso, lo que le faltó es consejo.
            El mal que la ha embromado, justo es decirlo, no es ni mucho menos culpa suya. Aunque, también es cierto, le cabe el sayo porque no ha amagado con resolverlo. Pero qué se le podía pedir a ella en esta materia si ni siquiera está claro que el título que ostenta sea legítimo. No, la Calandria no sabe nada de universidades.
            Resulta que últimamente las universidades se han vuelto más y más virtuales en la república que es también más y más virtual, disfrazada como está de reino unitario. Las universidades virtuales, es obvio, dan por fruto universitarios virtuales: profesionales que no sólo no tuvieron relación con la realidad de sus disciplinas mientras estudiaban sino que, en muchos casos, ya no tienen siquiera la posibilidad de adquirir el orden mental necesario para enfrentar esa realidad cuando ejercen. Si, encima, esos profesionales se quedan trabajando en el ámbito cerrado de la universidad, empiezan con frecuencia a despreciar la experiencia que no alcanzan y que ni siquiera entienden en los demás. Devienen así en teóricos, capaces de desarrollar enrevesadas clases, pero temerosos de enfrentar los problemas con criterio propio. Y entonces reemplazan el criterio por el “protocolo”. Es decir, meten a la fuerza el caso individual en una regla que pretende ser general y que, en verdad, es una manera de hacerse un poco menos responsables de su decisión.
            Esa tendencia teorizante hacia las disciplinas comparadas podrá ser aceptable si el universitario va a dedicarse a enseñar filosofía. Pero puede ser catastrófica ante la resolución del caso particular cuando uno se encuentra frente a un arquitecto, un ingeniero o un médico. Ya que, en tal materia, nada más sabio que la máxima de un viejo observador que decía: “Profesor es el que enseña lo que sabe; y si además lo hace, mejor”. Por supuesto, ningún profesional virtual corre ni remoto riesgo de caer en esa lúcida definición.
            Entretanto, los “virtuales” –que no necesariamente suelen ser “virtuosos”- se deslizan como peces en el agua entre los “protocolos”. Porque, encima, los “protocolos” tienen la ventaja de hacerle creer a uno que, si los conoce, sabe. Basta mentarlos para quedar automáticamente vestido con ese ropaje, “consensuado” además en los etéreos foros internacionales. Todavía más, lo protegen y lo cubren: ante la crítica, ante la “mala praxis” y, por ende, ante la Justicia. A tal punto que hay países en el Hemisferio Norte donde, por ejemplo, uno puede retirarse de una mala consulta médica con un impreso recién salido de internet que le demuestra que ha sido atendido dentro de los más recientes “protocolos” de la “medicina basada en la evidencia”, aunque la experiencia clínica vivida haya resultado de la peor calidad.
            Así es como gran parte de las instituciones universitarias se autocalifica “de excelencia”, aunque difícilmente haga las cosas bien.
            Algo de esto ha de haberle pasado a la Calandria con su salud porque cuando el hornero le fue a comentar al tero sobre la cirugía de la mandataria, el pájaro –con esa paciencia de los que han observado mucho- le sugirió:
            “Para mí que la Calandria no anda bien acompañada,
            Sólo escucha a los que adulan su cerebro y su figura.
            Eso servirá en las buenas, pero si se anda en las malas
            Hay siempre que someterse a los que de veras saben.
            Que “sospecha”, que “probable”, que “compatible”, que cuento…
            Esto no es para el “relato”, se lo aseguro y lo siento.
            En materia de salud -más antes de extirpar nada-
            Hay que saber bien exacto lo que se tiene en la mano.
            Y cuando eso es imposible -porque a veces eso pasa-
            Son otras alternativas las que tienen que estar claras.
            Porque el error, el apuro, el miedo o la obcecación
            Pueden costarle muy caro al enfermo que confió.
            Fíjese que esta señora, que por suerte estaba sana,
            Tendrá ahora que tomar, de por vida y diariamente,
            Hormonas que Dios le había dado con Su precisión.
            Ya veremos cómo le anda: cuánto le influye en el peso,
            Cómo le afecta el carácter, qué pasa con la silueta…
Porque usted sabrá, casero, que la cuestión hormonal
Es de equilibrio difícil, no es para hacerla ‘virtual’.”