miércoles, septiembre 20, 2017

"No hay que macanear con los sacramentos"

 

El arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, consideró oportuno hablar de la pastoral de los sacramentos, especialmente de la pastoral del Bautismo, porque “hubo macaneos muy graves", y expresó que "no se puede manosear los sacramentos. El manoseo de los sacramentos tiene un nombre terrible: sacrilegio. Es la manipulación de lo sagrado en función de posturas relativistas, ajenas a la doctrina y a la praxis de la Iglesia Católica”.

Lo dijo en el programa "Claves para un Mundo Mejor" que se emitió el sábado 16 de septiembre por el Canal 9 de TV.

“Si mal no recuerdo -comenzó diciendo el pastor platense-, hace poco hablé, en esta columna televisiva, sobre el Bautismo; repito lo que entonces dije y es que creo que la mayoría del pueblo argentino bautiza a sus hijos. Eso es un valor inestimable porque el Bautismo es el inicio de la vida cristiana. Quien bautiza a su hijo es porque quiere que su hijo sea cristiano, que sea católico”.

Y prosiguió explicando: “Tenemos mucho que trabajar todavía en cuanto a la pastoral del Bautismo porque, si ustedes han asistido a un Bautismo, habrán visto que lo que se pide allí, no al bebé que no puede hablar sino a sus padres y padrinos, es que se comprometan en nombre y representación del niño a vivir en la fe cristiana y a cumplir con todo lo que Jesús nos ha ordenado. Eso es lo que, a veces, no resulta tan bien y es, insisto, porque, en mi opinión, nuestra pastoral del Bautismo anda un tanto descaminada. Tendríamos que estar muy cercanos a los padres. El asunto de los padrinos yo lo pondría entre paréntesis, porque me parece que los padrinos no hacen tanta falta; la cuestión son los padres. Los padres, en cualquier situación en que se encuentren, si traen a su chiquito para bautizar tienen que darse cuenta, tienen que hacerse conscientes de que ellos son los responsables de que el chico sea educado en la fe cristiana. El padrino puede eventualmente cumplir una función supletoria, que resulta fundamental”.

“Lo que se dice en la celebración del Bautismo -subrayó monseñor Aguer-: ese “sí, quiero” o “sí, creo”, va en serio y no es simplemente un compromiso ritual, circunstancial, sino un compromiso para siempre con Cristo y con la Iglesia. Este valor del Bautismo tiene que ser muy marcado hoy. El Bautismo es el inicio, pero va unido de inmediato a otros dos sacramentos: la confirmación y la eucaristía. El bautismo debe ser complementado por la confirmación, y ambos están en función de la eucaristía. De hecho los cristianos de Oriente, los ortodoxos, confieren los tres sacramentos juntos mientras que nosotros en el rito romano o latino los separamos en el tiempo”.

“Aquí, en la arquidiócesis de La Plata -prosiguió explicando el arzobispo platense-, hemos restaurado el orden tradicional y teológico de los sacramentos: Bautismo, Confirmación y Eucaristía, porque en realidad solo el cristiano que está plenamente formado por el Espíritu Santo puede acercarse a la mesa del Señor”.

“El Bautismo se recibe una sola vez porque es la generación cristiana, es el nacimiento a la vida de hijos de Dios. La Confirmación también una sola vez porque es como una llegada a la adultez. Cuando yo era joven, a los 18 años nos daban la Libreta de Enrolamiento y eso era como convertirse un adulto, y las chicas festejaban sobre todo el cumpleaños de 15. Hoy todo se ha hecho más prematuro. La Comunión, la Eucaristía, en cambio es el alimento continuo. Entonces no se trata de valorar exclusivamente la Primera Comunión, que muchas veces resulta ser la única, sino la comunión asidua en la asamblea dominical, en la Misa”.

“Yo, a veces, disculpen si exagero un tanto, defino a la Argentina como un país de paganos bautizados, o un país donde los bautizados en la Iglesia Católica no van a misa. Esto es lo que hay que corregir, aunque sea difícil; los primeros responsables somos nosotros, los pastores. Tenemos que corregir eso mediante una buena orientación pastoral y no metiendo la pata con soluciones extravagantes".

Respecto de estas soluciones extravagantes, monseñor Aguer contó que se había enterado de que "en algún lugar se celebró un bautismo colectivo de adultos que vivían en concubinato. Eso no puede ser -manifestó- porque el bautismo supone la conversión, supone abandonar la vida de pecado, supone iniciar la vida de la gracia y, además, como insinué antes, cuando se bautiza a un adulto se confieren, además, los otros dos sacramentos, la Confirmación y la Eucaristía". Para ello "debe preceder un tiempo de preparación, de duración variable, que es el catecumenado, una institución antiquísima, renovada en la actualidad, según el ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos".

"Esto -observó el prelado en un paréntesis- no tiene nada que ver con el Movimiento Neocatecumental, que yo no comprendo bien, porque convierte a los que ya son cristianos en catecúmenos para toda la vida (por más neo que se pongan delante). Pero no se puede bautizar para que formen parte del Pueblo de Dios, entendiendo esta verdad subrayada por el Concilio Vaticano II en un sentido puramente sociológico y, aún a veces, ideológico y político”.

En la parte final de su columna editorial, monseñor Aguer prosiguió en estos términos: “El Pueblo de Dios es la Iglesia. Se los bautiza porque se han convertido y quieren vivir como cristianos. Eso es lo que enseña el Señor al final del Evangelio de San Mateo; antes de volver al Padre les encarga a los Apóstoles: 'vayan y hagan que todos los pueblos sean discípulos míos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado'. Por eso no se puede bautizar a una persona que no está dispuesta a cumplir todo lo que el Señor nos ha mandado, aunque eso cueste”.

“En la tradición de la Iglesia el sacramento de la Confesión o Reconciliación ha sido llamado Penitencia Segunda porque la Penitencia Primera es el Bautismo. Penitencia equivale a Conversión. Por eso un Bautismo sin conversión es una ficción, y en el bautismo de los niños los papás, y eventualmente los padrinos, se comprometen a que ese chico va a ser criado y educado como cristiano; si no se da este requisito hay algo allí que no funciona, y porque estas cosas no funcionan pasan muchas otras también en la sociedad argentina. Una 'teología del pueblo' parcializada, concebida como una realidad cultural o sociológica desfigura el misterio de la Iglesia, que expuso maravillosamente el Vaticano II en la Constitución Dogmática 'Lumen Gentium'.

Y concluyó: “Nosotros tenemos que tener esto en claro, porque la Iglesia lo ha sostenido siempre así. No hubo cambios en esto; lo que hubo han sido macaneos y macaneos muy graves, porque no se puede manosear los sacramentos. El manoseo de los sacramentos tiene un nombre terrible: sacrilegio. Es la manipulación de lo sagrado en función de posturas relativistas, ajenas a la doctrina y a la praxis de la Iglesia Católica.”.+