domingo, marzo 13, 2016

PREDECIR EL FUTURO

PREDECIR  EL  FUTURO
     (Crónica de Davos)
Hugo Esteva

            Klaus Schwab, el creador de los encuentros de Davos –una suerte de Congreso Mundial sobre temas predominantemente económico/tecnológicos, pero también lugar de encuentro de quienes conducen el mundo en la superficie- publicó y regaló este año a los asistentes su libro “The Fourth Industrial Revolution”, editado por el propio World Economic Forum y que se puede obtener a través de Amazon.
            Schwab nació en Alemania en 1938 y estudió economía, ingeniería y administración pública allí, en Suiza y en Estados Unidos. Inició los Foros en 1972 y organizó junto a su mujer una tras otra fundaciones, orientadas a descubrir y entrenar, según declara, a jóvenes emprendedores en tareas sociales orientadas en escala global.
            En particular, presenta ahora lo que describe como 4ª. Revolución Industrial, parte en marcha, gran parte por venir según su predicción. Cronológicamente, la primera revolución industrial –universalmente señalada- se inició a fines del siglo XVIII con la máquina a vapor; le siguió la segunda con la aparición de la electricidad y la producción en línea de montaje, que aceleraron la manufactura hacia fines del XIX; la tercera revolución comenzó alrededor de 1960 con las grandes computadoras, seguidas de las computadoras personales y la internet. Según Schwab, la generalización y perfeccionamiento de la internet y la inteligencia artificial, que permite la construcción de máquinas “inteligentes” abre a principios del siglo XXI la cuarta revolución.
Su obra, interesante aunque algo reiterativa, describe a lo largo de 183 páginas apoyadas en citas numerosas lo que ya está pasando y lo proyecta a los próximos veinte a cincuenta años. Lo típico, señala, es el carácter ineluctable de los cambios que vienen y, naturalmente, sugiere que habrá que adaptarse o morir. Habrá autos que se manejen solos y eviten accidentes, robots aplicables no sólo a la industria sino también a múltiples actividades de la vida cotidiana, cantidad de otras máquinas inteligentes capaces de reemplazar tareas humanas mucho más allá de lo rutinario, y hasta inquietantes posibilidades de modificar el genoma humano, entre las más importantes.
Todo esto trastornará significativamente la vida individual, pero también la de las naciones y la de la humanidad en general. Como surge claramente la tendencia será hacia la concentración del poder, hacia la manipulación amplia de la vida y hacia el mirarse a sí mismo del hombre, con independencia de lo trascendente, aunque Schwab ni siquiera plantee esto último.
Habrá trabajo para menos, porque se reducirá el espacio para las manufacturas, aunque inventos como las impresoras 3D y su desarrollo crearán lugar para individuos “creativos”, pero pocos. La ubicuidad de la digitalización modificará las formas de las finanzas y el comercio que, necesariamente, irán a parar a escasas manos, dueñas de las “plataformas” (la palabra de moda) que los implementen. Así como la industria ve ya borradas sus fronteras dada la globalización, así las naciones verán borrosas las propias si se piensa en las grandes decisiones de poder y en los armamentos hiper-desarrollados que las sostendrán. Pero también así se verá drásticamente invadida la privacidad en tanto que el ojo digital se pose sobre cada uno. Y aumentará el riesgo de todo tipo de fraude y/o ataque cibernético en la medida en que hasta la defensa esté depositada en manos digitales.
            El trabajo de Schwab es advertir y preparar para lo que viene y eso justificaría en última instancia los encuentros de Davos, más allá de que puedan parecer principalmente una pasarela política mundial. No dice en qué manos va a estar ese poder concentrador (“solidificador” hubiera podido mostrar René Guénon, que lo anticipó), pero no es tan difícil imaginarlo. Lo que queda claro, aunque no sea de lo que el autor se ocupa específicamente, es que las naciones deberán dominar ese conocimiento si quieren obtener grados de independencia. En ese sentido y entre nosotros, la idea de Bernardo Houssay acerca de que la soberanía nacional pasa también por lo científico cobra todo su valor.
            Las observaciones del libro son, sin duda, inteligentes y realistas. El uso de la digitalización en materia de economía y propiedad hace que éstas estén ya claramente influidas: “El mayor minorista no tiene ni una sola tienda (Amazon). El mayor proveedor de cuartos no tiene un solo hotel (Airbnb). El mayor proveedor de transporte no tiene un solo auto (Uber)” (pág. 159).
            Pero al tiempo que sobran estas notas esclarecedoras alrededor de lo técnico, la mirada se hace mucho más pobre cuando se trata de levantar la puntería hacia lo espiritual. “Inteligencia emocional”, “adaptabilidad”, “conciencia de sí”, “agilidad social”, “aproximación holística”, son algunos de los términos empleados para reemplazar mal la idea de que “inteligencia es la suma de razón e intuición” que nos viene de la Edad Media y habitualmente olvidamos en el fárrago autoconcentrado de la Modernidad. Eso, y el sentido de la caridad. De ahí que el marco general planteado por Schwab podría hasta parecer ingenuo, cuando es puro vacío.
            Por lo mismo, este pronóstico global hace agua como lo hicieron las mesas redondas que en Davos discutieron sobre el presente groseramente complicado de Europa. Primeros ministros y hombres de decisión de los países centrales no lograron salir más allá de un lamento descriptivo cuando se trató de discutir sobre crisis económica, inseguridad y ola inmigratoria. Ni una idea de cómo enfrentar la creciente tormenta. Y entonces quedaba en evidencia la falta de profundidad de la base cultural. Esa misma base que permitió a Jean Raspail, hace más de cuarenta años, intuir y predecir con admirable detalle en su “El campamento de los santos” (hoy de lectura obligatoria) la invasión del “estado de bienestar” por la horda de los miserables obnubilados por la propaganda de ese mismo “bienestar”.