sábado, abril 13, 2013


Carta Abierta a Margaret Thatcher 

abril 11, 2013
By María Delicia Rearte de Giachino
Delicia Giachino Mendoza 13 de Julio de 1982.-
Sra. Margaret Thatcher
10 Downing Street
Londres – Inglaterra
Distinguida Señora:
Soy María Delicia Rearte de Giachino, de 59 años de edad, argentina, madre de cinco hijos, esposa de mi maravilloso hombre y abuela de seis nietos.
Uno de mis hijos es el Capitán de Fragata de Infantería de Marina, Pedro Edgardo Giachino, muerto el 2 de abril en la Gesta de Recuperación de las Islas Malvinas. Mi hijo tenía al morir 34 años de edad. Deja una joven viuda y dos hijas de nueve y ocho años.
Además de todo esto, tan frío y donde está condensada la vida física de un hombre, hay algo superior, algo intangible, pero real, que nos sofoca. ¿No es cierto? Algo a lo que no nos podemos sustraer, cuando la muerte, abate una vida joven.
Las que somos madres, como lo es usted, como lo soy yo, sabemos que un hijo, es un ser que al nacer, sigue unido a nuestro vientre con hilos invisibles, de tal consistencia, que todos sus movimientos, a través de su vida, nos arrastran tras él, corriendo, tropezando, cayendo, cruzando mares y fronteras, dolores y alegrías.
Pero estar ante su cadáver, vivir después de su muerte, es el más brutal tormento que puede soportar una mujer. ¿Puede comprenderlo? Yo la acompañé cuando su hijo se perdió en el desierto. La vi desesperada, supe de su angustia, me alegré con su retorno, vivo.
Señora: ¿qué piensa usted, de nosotras, las madres argentinas, que vagamos ahora por el mundo, con esos hilos invisibles, de tal consistencia, colgando de nuestros vientres vacíos? ¿Qué siente usted, por las madres inglesas, que lloran con lágrimas, que hablan todas un mismo idioma? ¿Llora con nosotras? ¿Son sus noches blancas rondadas por fantasmas de juventudes mutiladas? ¿Se hizo alguna vez preguntas como éstas? Ese suelo de Malvinas empapado por la sangre de nuestros hijos, ¿podrá ser pisado por usted, sin que ella le salpique el corazón? ¿Cree que podrá soportar mucho tiempo el peso del dolor de tantas madres? ¿No buscará desesperadamente, en cualquier momento, que alguno de cuantos la rodean, la considere mujer? ¿Se avergüenza de serlo?
Mi hijo fue el primero que cayó. ¿Por qué siguió matando? ¡Basta! Esas islas son nuestras y ahora por siempre jamás. Usted lo sabe. Déjelas. Déjenos a los argentinos que vivamos con lo nuestro. Permita a este dolor, convertirse en sonrisa. Que las madres argentinas podamos ir a besar la tierra donde cayeron nuestros hijos. Le prometo, que también lo haremos con los suyos, solos, ahora, en suelo argentino.
Señora, mi hijo ha muerto. Pero su valor, su entrega, su hombría viven. Yo sufro, pero miro de frente a quienes lo mataron. Usted, tiene poder, pero estoy segura de que, ante mí, bajaría la vista. Todavía está a tiempo, para que las dos, nos estrechemos en un abrazo. No lo olvide. Seamos ahora, sólo dos madres.
Respetuosamente,
María Delicia Rearte de Giachino

NUEVA CARTA ABIERTA A LA SRA. MARGARET THATCHER 

Mendoza, 9 de enero de 1983
Señora Thatcher:
El 13 de julio de 1982, hice llegar a usted una carta. Era la carta de una mujer sufriente, en representación de todas las que llevan sobre sus hombros, con orgullo, la pesada Cruz del dolor, que trajo como consecuencia la heroica gesta argentina de recuperación de las Malvinas e Islas del Atlántico Sur. Esa carta era misericordiosa, cristiana. Me dijeron que usted no podría entenderla. Que sus sentimientos son incapaces de captar los matices de amor. Hoy usted, desafiando las más elementales leyes de la caridad, puso sus pies en nuestras Islas.
¿Son el poder y la fuerza las únicas armas que sabe esgrimir? ¿No le importa el desprecio de todas las mujeres el mundo? ¿Sabe que en cada argentina que llora, tiene una enemiga? ¿Sabe que las inglesas que lloran, la detestan? ¡No le importa! Su bello césped en Puerto Argentino, tiene ahora hojitas celestes y blancas. ¿No las ve? La comprendo. Usted sólo ve las hojitas rojas, tintas en sangre, que estoy segura le salpican el corazón.
Nosotras, sí vemos las celestes y blancas, desde acá, de tan lejos y tan cerca: celestes y blancas como nuestra bandera, que quedó impresa en la retina de los que murieron, cuando flameaba, allí, frente a esa casa adonde usted, ahora, intenta dormir.
En esa casa, cayó mi hijo. En esa calle que transita, en ese mar que contempla, en ese aire que respira, en ese bocado que lleva a su boca, allí están y por siempre, los dedos acusadores, los ojos implacables de los jóvenes argentinos, que, llenos sus pechos de amor a su Patria, en cumplimiento de un deber Superior, los ofrecieron heroicamente a la metralla, de las fuerzas más poderosas de la tierra.
Usted ganó, señora. Triste victoria la suya. Su vanidad está satisfecha. No hacía falta tal demostración de poder. Las Malvinas son Argentinas. Usted lo sabe y ahora más que nunca porque sus tierras fueron holladas por la Dama de Hierro.
María Delicia Rearte de Giachino