miércoles, agosto 10, 2011

En un nuevo aniversario de la Cruzada Hispánica

lunes 18 de julio de 2011

En la semana del Alzamiento (IV)

En un nuevo aniversario de la Cruzada Hispánica
           
SIN NOVEDAD EN EL ALCÁZAR
  
  
Jubilar y heroico es este mes de julio, pleno de grandezas para la Hispanidad. En primer lugar porque es el tiempo del Gran Patronazgo de Santiago Apóstol, el discípulo predilecto iniciador por los caminos de la Iberia pagana del mensaje del Hijo del Hombre.
  
Dicen las crónicas que el Apóstol predicó en Braga. Más tarde, desde Zaragoza, recorrió los caminos legionarios de Numancia para seguir por el curso del Ebro y por la Vía Augusta de Tortosa a Valencia, para trasladarse a Andalucía y llegar a Murcia.
  
En el correr de esos días en constante trajinar predicador y regresado a Jerusalén, la vida del hijo de Zebedeo se consumó en el martirio por manos ya deicidas. Sobre la firme cimentación de su sepulcro al que fue conducido por sus discípulos Atanasio y Teodoro se edificó Santiago de Compostela, que vivió y vive por la Fe. Desde el lejano 25 de julio del 44 arranca la hermosa tradición que hizo de esa fecha, día no sólo de Galicia, sino de nuestra América, como prolongación espiritual de la antigua Iberia, ya Católica y como nunca Romana.
  
Pero he aquí que,en el correr de los siglos, España y el Apóstol se encontraron en el mismo camino el 18 de julio de 1936, cuando la realidad brutal era impúdica expresión de la Siniestra, demoniocráticamente  electa como otrora lo fuera Barrabás. Aquel año no repicaron las campanas. La única en hacerlo fue la Berenguela, lanzando a decenas de leguas su plegaria de bronce y llamando a la Cruzada. Los cañones y los “paqueos” tronaron arriba y abajo enfrentando a la roja España cainita. Y el poeta anónimo invocó a Santiago: “Capitán General de la vanguardia / Señor de las espadas de Castilla / Monta en tu mar de estrellas y de soles / Y orienta por la ruta a Compostela/ la rosa de los vientos españoles / Y haz que la gloria de tu infantería / clave en el alto sol de mediodía /el empeño Imperial de las espadas”.
  
Para la memoria augusta cuenta también el cesáreo mes con hazaña abultada, que por haber paralizado la sangre de multitudes no podemos olvidarla en esta Séptima Década que nos convoca para honrar a los Héroes de una guerra que por justa era inevitable.
  
Desde el martes 21 de julio de 1936 el mundo fijó su atención en Toledo, donde los  resistentes a la anti España, con terquedad heroica se encerraron en los muros centenarios del Alcázar, por entonces Academia de Infantería de la brava Castilla. La misma que, como profetizara José Antonio, estaba “otra vez arma al brazo y bajo las estrellas por España”. Ese mismo día el Jefe de aquel baluarte de la Fe, el Coronel José Moscardó Ituarte, planteó con claridad su posición ante el requerimiento enemigo para que se rindiera. Así escribió en su memoria de guerra fundamentando la negativa: “Ante todo el amor a la Patria en poder del marxismo, nuestra confianza ciega en el General Franco, además de no aceptar la deshonrosa e indigna orden de entregar a las milicias rojas el armamento de los Caballeros Cadetes”.
  
Pero esto era sólo el comienzo. Unas horas después, exactamente el 24 de julio, Luis, hijo menor del  defensor del Alcázar, era detenido por los partisanos.  Conectando el teléfono de la fortaleza, aquellos hijos de las miasmas, con estiércol hasta en los sentidos, pusieron ante el Hombre de Honor la vida y la carne de su carne. La libertad del cautivo con la rendición, o la muerte. Se dio entonces un diálogo que es romance y que repite el drama histórico del siglo XIV protagonizado por el Conde Guzmán el Bueno, que en lenguaje medieval significaba Valiente. Un hijo es algo inmenso, pero la Fe y la Patria exigían el desgarrón de la vida moza.
  
Así lo sintió Moscardó y por eso no aceptó salvar a su muchacho a precio vil. Y prefirió que se lo asesinasen. Su decisión fue la que puede encontrarse en la tierra que ensanchara Rodrigo Díaz de Vivar, la misma que viera dar testimonio de la Verdad hasta verter su sangre a José Antonio Primo de Rivera, el Caudillo del nacionalsindicalismo y  adalid universal de los valores eternos.
  
Con estilo espartano el Gran Capitán relató su imponente gesto estampando en el ya citado diario de guerra: “A las diez horas, el jefe de las milicias llamó por teléfono al Comandante Militar (el que habla) notificándole que tenía en su poder un hijo suyo y que le mandaría fusilar si antes de diez minutos no nos rendíamos, y para que viese que era verdad, se ponía el hijo al aparato, el cual, con gran tranquilidad dijo a su padre que no ocurría nada, cambiándose entre padre e hijo frases de fervor religioso y de un gran patriotismo. Al ponerse al habla el Comandante Militar con el jefe miliciano le dijo que podía ahorrarse los diez minutos de plazo que le había dado para el fusilamiento de su hijo ya que de ninguna manera el Alcázar se rendiría”.
  
El asedio continuó con terrible saña. Hombres del Ejército y Guardias Civiles con falangistas y requetés junto a familias enteras compuestas por niños, mujeres y ancianos se habían juramentado para emular a Numancia. La metralla comunista llegaba desde la tierra y  desde el aire, sumando durante aquellos terribles 72 días 600 bombas arrojadas por los aviones marxistas, 500 disparos de artillería, 2000 granadas de mano y otros tantos petardos, sin contar el “paqueo” constante y las minas que, desde túneles cavados hacia los cimientos, estallaron en varias oportunidades.
  
Entresacamos de uno de los partes nacionales, la batalla de los Héroes: “El enemigo por los escombros del torreón noroeste y procedente del Zigzag coronó éste y allí se hizo fuerte lanzando granadas de mano por el techo de las galerías y habitaciones, costó gran trabajo ocupar las ruinas, por encontrarse todas las escaleras obstruidas o rotas y con escaleras de mano empalmadas y marinas se pudo ocupar esa parte, la más peligrosa, tomando al enemigo una bandera que tenía para ponerla en su creencia en  la victoria. Al mismo tiempo atacaron también por la Puerta de Hierro con un tanque  de artillería pero tuvieron que retroceder ante el empuje de nuestras fuerzas instaladas en el comedor y lavadero…”
  

Dios velaba por aquellos mártires católicos. A las cinco de la tarde se rezaba el Rosario que volvía a repetirse a las siete y media. A esas oraciones  se agregó, por orden del Coronel Padre y Jefe, una Novena y un Octavario a la Virgen Protectora de Toledo, cuando el terror rojo se intensificaba.
  
Historiadores y testigos de la gesta, como el propio Moscardó, autor del invalorable “Diario del Alcázar”, o el Comandante Benito Gómez Oliveros, con Alberto Risco S.J. y el historiador Rafael Ballester, trasuntan junto a miles de documentos la existencia de un milagro efectivo en aquella Fortaleza en ruinas llena de polvo y con el aire irrespirable. Así se expresa Ballester: “En medio de las pestilencias se hicieron operaciones quirúrgicas y de obstetricia sin que hubiese una sola infección. Se vivió entre los piojos sin que se diese un caso de tifus exantemático y además, Dios debió escuchar la plegaria de los fuertes, porque no sucumbió en el asedio ningún débil”.
  
Milagro además en una construcción medieval que resistió durante semanas la potencia de la  artillería y las bombas del siglo XX. Moral altísima de aquellos combatientes que comenzaron a publicar un periódico bautizado como “Diario del Alcázar” y que era preparado por su director, un falangista llamado Amadeo Roig, en una primitiva  máquina multicopiadora. Finalmente llegó la Pascua para poner término al Via Crucis donde se ensayaba la canción del más bello morir: Por Dios y la Patria.
  
El empuje de los Regulares del General Enrique Varela y la majeza de los Legionarios de Castejón quebró el cerco de la horda anarcomarxista. El horror quedaba atrás cuando, ante la estatua del César Carlos V, un Hombre con las pupilas llenas del dolor por su hijo se cuadró militarmente ante su superior y lacónicamente dijo: “MI GENERAL, SIN NOVEDAD EN EL ALCÁZAR”.
  
Por aquellos días comentaba Germán Fernández Fraga: “Sin novedad y allí, a pocos metros estaba la figura de su hijo sacrificado, muriendo sonriente ante una pandilla de asesinos. Sin novedad, y allí junto a él formando cuadro los heridos, los amputados y los rostros macilentos de las mujeres y los niños. Sin novedad, y tenía a su alrededor Historia prieta e imperecedera”.
  
La Hispanidad toda se afirmó en aquella gesta de las primeras semanas del Alzamiento Nacional. Espadas brillantes se desenvainaron en su honor, como la de los Cadetes franceses de Saint Cyr, que pusieron el nombre de “Alcázar” a la promoción que admiraba la docencia heroica.
  
Porque, como escribiera Antonio Caponnetto, en  su libro “El deber cristiano de la lucha”: “Siempre será motivo de elogio un jefe que no vacile, una plaza que no se rinda, un alcázar sostenido sin renuncias… Siempre al fin será bien visto ese estilo militar que no define necesariamente un uniforme pero si la preferencia por lo veraz y lo justo, por la austeridad y la perseverancia, por bautizar Cruzada a la guerra contra la tiranía roja por la Cruz y por la Espada en armónica sinfonía”.
  
Poco antes de su fallecimiento (acaecido al siguiente año), en carta autógrafa para el madrileño diario “El Alcázar” fechada el 28 de septiembre de 1955, el Grande de España resumió el sentido de su gesta con estos párrafos: “Cada fortaleza tiene una leyenda y un fantasma. El Alcázar de Toledo, cargado de mitos, cuenta en cada piedra la legendaria historia de nuestra Infantería. El heroísmo, como fantasma que flota entre los torreones, enseña a los hombres del futuro a no temer más que a Dios cuando suena la hora de defender a la Patria”.

             
Luis Alfredo Andregnette Capurro