jueves, abril 27, 2017

La cuna de los heroicos capitanes españoles que desangraron a la infame Gran Bretaña en los mares

De Luis de Córdova a Cosme Damián Churruca. En 1717 se fundó la Real Compañía de Guardias Marinas, un organismo en el que se formaron los navegantes que plantaron cara (y en muchos casos humillaron) a la «Royal Navy»

Luis de Córdova y Córdova (1706), Jorge Juan (1713) y Cosme Damián Churruca (1761). A primera vista, poco podría unir a estos personajes más allá de que todos y cada uno de ellos tuvieron el honor de luchar por nuestra rojigualda allende los mares. Sin embargo, existen dos nexos más que enlazaron sus destinos y les hicieron ganarse (a tortazos, todo sea dicho) su particular hueco en las páginas de la historia naval española.
El primero de ellos es que hicieron sudar a los marinos de la infame «Royal Navy» a base de sangre y cañón. El segundo es que todos se formaron como oficiales en la Real Compañía de Guardias Marinas. La cuna de la sabiduría marítima hispana desde que, en 1717, fue fundada por Felipe V con el objetivo de sistematizar la enseñanza de los nuevos mandamases de los bajeles de nuestro país.
A estos marinos, y a tantos otros, es a los que rinde su particular homenaje la nueva exposición del Museo Naval de Madrid: «Guardiamarinas (1717-2017), 300 años de la Real Compañía a la Escuela Naval». Una muestra que cuenta con más de 80 piezas, que podrá ser visitada hasta 29 de octubre y que busca rememorar los tres siglos de existencia de esta escuela de oficiales.
Representación de un guardiamarina
Representación de un guardiamarina
Así lo confirmó el pasado 6 de abril (durante la inauguración de la misma) el director del Órgano de Historia y Cultura Naval, el vicealmirante Fernando Zumalacárregui: «No es una efeméride anecdótica, es un evento de gran entidad. La creación supuso un cambio en el modelo de formación y la sistematización de la enseñanza naval». Además, el militar también señaló que esta destacada institución no solo formaba a los futuros oficiales en las armas, sino que también les aportaba una educación científica.
Por otro lado, recordar el tricentenario de la Real Compañía de Guardias Marinas (así como de las múltiples escuelas que ha tenido a lo largo de las décadas) parece de obligación debido a la actualidad. Y es que (además de que una buena parte de los marinos que pasaron por sus aulas repartieron cañonazos a la «Royal Navy») fue fundada poco después de que España tuviera que pasar por el aro y rubricar el Tratado de Utrecht el 11 de abril de 1713. Un acuerdo mediante el que nuestro país se vio obligado a ceder a la Pérfida Albión plazas fuertes de destacada importancia para sus intereses tales como Menorca o Gibraltar. Esta última, fuente de disputas en las pasadas jornadas por culpa del Brexit.

Hacia el nacimiento de la compañía

Como todo en este amplio mar de datos que llamamos historia, hablar de la fundación de este organismo requiere primero retrotraerse en el tiempo. Más concretamente, es necesario retrasar el calendario hasta el siglo XVI, época en la que -tras la llegada de Cristóbal Colón a las Américas- desde nuestra España cientos de aventureros y comerciantes se animaron a cruzar los mares y hacer una pequeña fortuna en el Nuevo Mundo.
Una idea que no era mala, ciertamente, pero para la que muchos navegantes no andaban precisamente preparados. Por ello (y por organizar un poco la ida y venida de bajeles, algo siempre propicio) se crearon dos instituciones: la Real Casa de la Contratación de Indias (que regulaba el mercadeo y la formación de los pilotos de la Carrera de Indias) y el Real Colegio Seminario de San Telmo (fundado en 1681 y con unos objetivos similares a la de su antecesora).
«Los únicos que podían hacernos frente entonces eran los portugueses, y ellos hacían principalmente navegación de cabotaje»
De la mano de estas dos instituciones, los españoles fueron pioneros en el mundo en lo que se refiere a la exploración de nuevas regiones mediante navegación de altura (en la que la posición del bajel tiene que ser hallada mediante los astros debido a que no hay tierra para orientarse). Así lo señaló, al menos, el comisario de la exposición del Museo Naval, el vicealmirante José Manuel Sevilla López: «Los únicos que podían hacernos frente entonces eran los portugueses, y ellos hacían principalmente navegación de cabotaje (se orientaban con las costas)». Aunque nuestros marinos se regían entonces por una estimación basada en las teorías geocéntricas (las cuales conllevaban ciertos problemas de ubicación de las nuevas tierras descubiertas), fueron sin duda unos dignos precursores de Real Compañía de Guardias Marinas.

Una nueva enseñanza

De esta guisa continuó la enseñanza de los pilotos hasta que, tras la Guerra de Sucesión, sentó sus reales Felipe V en el trono de España. Este nuevo monarca llegó a la conclusión de que se necesitaban dos cosas para que nuestra marina estuviese a la altura de la del resto de países: buques modernos, y una oficialidad permanente y entrenada.
«A principios del siglo XVIII se pensó que no solamente hacían falta nuevos barcos, sino también, y más importante si cabe, dotaciones capacitadas. Así se inició un fenómeno que algunos han visto como una profesionalización de los Ejércitos Reales, y otros como una militarización de las ciencias», explica el capitán de navío José María Caravaca de Coca en su dossier «Apuntes para la historia de la Real Compañía de Guardias Marinas en sus momentos iniciales en Cádiz como continuadora de la labor científica de la Casa de la Contratación».
Con esta decisión tomada, el monarca nombró a finales de enero de 1717 a su consejero José Patiño Rosales Intendente General de Marina y presidente del Tribunal de la Contratación. Estos cargos le permitieron a su subordinado contar con la potestad para institucionalizar la enseñanza de los oficiales españoles.
«José Patiño promovió la fundación de la Real Compañía de Guardias Marinas de Cádiz en 1717, un centro militar de formación de oficiales de marina, entre cuyas disciplinas se encontraba el aprendizaje de la navegación», añade el experto en su dossier. La idea del nuevo oficial al mando era -según desvela la Armada en su página web- unificar los dos modelos de enseñanza existentes entonces en Europa: el francés (princpalmente teórico) y el inglés (mucho más práctico).
En palabras del comisario de la exposición, la Real Compañía estableció un sistema de enseñanza en dos partes. La primera era exclusivamente teórica (Academia) y se dividía en dos semestres en los que se formaba a los cadetes en «geometría, trigonometría, cosmografía, naútica, fortificación, artillería, armamento, evolución militar, construcción naval y maniobras de naos». Todo ello, acompañado de otras artes como eran la música, la danza y la esgrima.
Si los futuros oficiales lograban hincar los codos lo suficiente como para superar las diferentes pruebas asignadas, eran embarcados entonces durante seis años. Tiempo en el que adquirían conocimientos de mar, de pilotaje, y de hidrografía. De esta forma se logró, como buscaba Patiño, una «formación integral» que, además de formar completamente a los aspirantes, les permitiese a aquellos que no superasen las pruebas «regentar con acierto otros cualesquiera empleos públicos». De esta forma, el talento y el trabajo hecho no se perderían.
«José Patiño promovió la fundación de la Real Compañía de Guardias Marinas de Cádiz en 1717»
Para ingresar en la academia (y tal y como afirma el comisario de la exposición) era necesario que los aspirantes demostraran que eran «hijosdalgo» (con ser «hijo de capitán inclusive para arriba» valía) y contaran entre 14 y 18 años. En el caso de que no cumplieran con alguno de estos requisitos, podían ingresar como «aventureros». Algo bueno a medias. Y es que, aunque podían asistir a clases y adquirir los conocimientos de los guardiamarinas (aprendices a oficiales) subían a los bajeles de la Armada sin ninguna graduación y no obtenían ni una moneda por sus servicios. A pesar de todo, con el paso de los meses podían presentarse a un examen para ser considerados Alférez de Fragata, lo que sí les daba acceso a todo lo anterior. Posteriormente esta posibilidad se eliminó, con lo que se unificó todavía más la enseñanza.
A día de hoy, esta Real Compañía es una institución que ha enseñado sin interrupción a alumnos desde que fue fundada en 171, ya sea en una o varias escuelas.

Tres guardiamarinas que hicieron sudar sangre a Inglaterra

Luis de Córdova
Luis de Córdova
1-Luis de Córdova y Córdova (1706)
Luis de Córdova y Córdova nació en Sevilla allá por 1706. Al contar con un padre navegante, logró sentar plaza de guardiamarina sin dificultad en Cádiz cuando sumaba 16 primaveras (en el intervalo de edad estipulado para ello). Pronto destacó como un ávido hombre de mar y corsario, lo que le granjeó ascender en el escalafón militar de forma inexorable.
En 1774, ya talludito, dio su primer bofetón de importancia a los británicos. Ese fue el año en que (como teniente general) se internó en el Canal de la Mancha con una flota de 78 bajeles e hizo retroceder, con el miedo todavía en el cuerpo, a los ingleses hasta la seguridad de sus puertos en la Pérfida Albión. Tal y como afirma Marcelino González Fernández en su dossier «Linier, jefe de escuadra», en esa acción logró apresar el navío de 74 cañones «Ardent».
A partir de ese momento, sus acciones contra los ingleses fueron incontables. En 1780, como director general de la Armada española, logró apresar uno de los convoyes más ricos de la historia de Inglaterra. Un grupo de navíos que -como explicaba nuestro compañero Jesús Calero en su artículo «El día del gran golpe de Luis de Córdova a la Armada inglesa»- incluía 37 fragatas, 9 bergantines, 9 paquebotes, 1692 hombres de equipajes, 1159 hombres de la tropa de transporte y 244 pasajeros. Aquel desastre estratégico de los lords fue tal que provocó la caída de la bolsa de Londres.
Una humillación en toda regla, vaya. Y una humillación que siempre sería recordada en nuestra marina gracias a la presencia de tres bajeles. «En el convoy iban tres fragatas que más adelante se integraron en la Armada con los nombres de Colón, Santa Balbina y Santa Paula», añade González Fernández en su dossier.
Puedes leer más sobre Luis de Córdova siguiendo este enlace: El día del gran golpe de Luis de Córdova a la Armada inglesa
Jorge Juan
Jorge Juan
2-Jorge Juan (1713)
Jorge Juan nació en la villa alicantina de Novelda el 5 de enero de 1713. A los 16 años trató de acceder a la Academia de Guardias Marinas. Sin embargo, tuvo que esperar medio año debido a la falta de plazas. Con todo, finalmente logró alcanzar su sueño y entrar en ella por la puerta grande. Pronto adquirió fama de alumno aventajado, por lo que sus compañeros pasaron a llamarle «Euclides». De hecho, pasó las pruebas rápidamente debido a que había acudido como oyente a las clases, por lo que embarcó casi de inmediato.
Cinco años después de acabar sus estudios, Jorge Juan participó junto a Antonio de Ulloa en una expedición a América del Sur que buscaba medir un arco de Meridiano bajo el Ecuador y calcular cuál era el grado de achatamiento de la Tierra. Lo hizo a pesar de que no contaba con graduación militar antes de embarcar. El viaje se extendió durante 11 años en los que nuestro protagonista se dio a conocer como un destacado investigador y científico.
De regreso a España, fue reclamado para hacer las veces de espía en Inglaterra. Su objetivo sería recabar toda la información que pudiese sobre la construcción de buques por parte de la Pérfida Albión.
A su vez, su segundo objetivo era actuar como cazador de talentos en secreto, pues debía tratar de conseguir que especialistas navales del lugar viajaran a España para dar forma a una novedosa Armada. Todo ello, a cambio de unos contratos muy beneficiosos. Casi un centenar de expertos aceptaron cambiarse de bando y traicionar a los británicos gracias a él. Con todo, fue descubierto y se vio obligado a salir por piernas hacia España.
A su regreso, renovó la construcción naval con la reforma de los diques y arsenales de Cartagena, Cádiz y Ferrol y la implantación de un sistema propio de arquitectura naval. A su vez, en 1572 el Rey le nombró director de la Academia de Guardiamarinas. Finalmente, llevó a cabo varias misiones como espía y embajador en Marruecos hasta su muerte a los 60 años.
Puedes leer más sobre Jorge Juan siguiendo este enlace: Jorge Juan, espía y científico que pudo dar la victoria a España en Trafalgar
Churruca
Churruca- Wikimedia
3-Cosme Damián Churruca (1761)
El vasco Cosme Damián Churruca y Elorza se enroló a los 15 años en la Compañía de Guardias Marinas de El Ferrol para consolidar su formación naval. Allí destacó entre el resto de sus compañeros hasta que se graduó en 1778.
Una vez licenciado, recibió un ascenso como premio a su precocidad. A su vez, ese mismo año comenzaría su carrera marítima a bordo del navío «San Vicente». Después de navegar como aprendiz en varios barcos, llevó a cabo su primera acción de guerra en 1781, año en que se vería las caras por primera vez con los ingleses. Y es que, participó en el asedio que España protagonizó contra Gibraltar. En él, este marino arriesgó su vida para tratar de salvar a multitud de heridos.
Tras participar en varias expediciones científicas en las que hizo valer la formación que había recibido en la Real Compañía de Guardias Marinas (llegó a estudiar el estrecho de Magallanes en 1788 y llevó a cabo multitud de estudios hidrográficos para la reforma del atlas marino de la América septentrional) volvió a su vida militar. Tras recibir el mando del «San Juan Nepomuceno», fue asignado a la escuadra franco española que se enfrentó a los ingleses en Trafalgar allá por el 21 de octubre de 1805.
En el enfrentamiento contra los infames ingleses, Churruca se mantuvo en su puesto a pesar de que una bala de cañón le arrancó la pierna derecha por debajo de la rodilla. Hicieron falta las balas de seis bajales británicos a la vez para rendir su navío. El marino de Motrico protagonizó una curiosa anécdota incluso después de morir desangrado. Esta se produjo cuando los seis capitanes ingleses pidieron al oficial de mayor rango del «San Juan Nepomuceno» que entregara, como era tradicional, la espada del capitán vencido a aquel de ellos que hubiera derrotado a Churruca. En ese momento, y para sorpresa de todos, el español les dijo que, entonces, deberían partir el arma en seis trozos pues, de haber atacado uno a uno, no habrían vencido al vasco nunca.