Lutero, gran hereje
José María Iraburu, sacerdote
Actualidad de Lutero. El próximo 31 de
octubre se cumplirá un nuevo aniversario de las 95 tesis clavadas en 1517 por
Lutero en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg. Son varias las
publicaciones recientes sobre Lutero en las que se lo muestra como enamorado de
la Biblia y difusor de la misma en el pueblo, reformador de una Iglesia romana
corrompida en su tiempo, etc. Parece, pues, oportuno hacer algunas
verificaciones.
No fue reformador de costumbres, sino de doctrinas. La tesis de que la decadencia moral de la Iglesia,
bajo los Papas renacentistas, había llegado a un extremo intolerable, y que
Lutero encabezó a los «protestantes» contra esta situación, exigiendo una
«reforma», es falsa y ningún historiador actual es capaz de sostenerla. Entre
otras razones, porque el mismo Lutero desecha esa interpretación de su obra en
numerosas declaraciones explícitas. «Yo no impugno las malas costumbres, sino
las doctrinas impías». Y años después insiste en ello: «Yo no impugné las
inmoralidades y los abusos, sino la sustancia y la doctrina del Papado». «Entre
nosotros –confesaba abiertamente–, la vida es mala, como entre los papistas;
pero no los acusamos de inmoralidad», sino de errores doctrinales.
Efectivamente, «bellum est Luthero cum prava doctrina, cum impiis dogmatis» [Lutero
está en guerra contra la mala doctrina, contra el dogma impío] (Melanchton).
Reformador de la doctrina católica. Lutero, efectivamente, combatió con todas sus fuerzas contra la
doctrina de la Iglesia Católica. Para empezar, arrasó con la Biblia, ya que,
dejándola a merced del libre examen, cambió la infalible y única Palabra divina
por una variedad innumerable y contradictoria de falibles palabras humanas. Se
llevó por delante la sucesión apostólica, el sacerdocio ministerial, los
Obispos y sacerdotes, la doctrina de Padres y Concilios. Eliminó la Eucaristía,
en cuanto sacrificio de la redención. Destruyó la devoción y el culto a la
Santísima Virgen y a los santos, los votos y la vida religiosa, la función
benéfica de la ley eclesiástica. Dejó en uno y medio [el Bautismo y en teoría
la Eucaristía] los siete sacramentos. Afirmó, partiendo de la corrupción total
del hombre por el pecado original, que «la razón es la grandísima puta del
diablo, una puta comida por la sarna y la lepra» (etc., así cinco líneas más).
Y por la misma causa, y con igual apasionamiento, negó la libertad del hombre
(1525, De servo arbitrio), estimando que «lo más seguro y
religioso» sería que el mismo término «libre arbitrio» [o libre albedrío] desapareciera
del lenguaje. Como lógica consecuencia, negó también la necesidad de las buenas
obras para la salvación. En fin, con sus «respuestas correctas», según escribe
un autor de hoy, destruyó prácticamente todo el cristianismo, destrozando de
paso la Cristiandad.
Pensamiento esquizoide. Une la
Iglesia Católica razón y fe, entendiendo la teología como «ratio fide
illustrata» [la razón iluminada por la fe] (Vaticano I). Une la
Biblia con la Tradición y el Magisterio apostólico (Vaticano II, Dei Verbum 10). Une la
gracia con la acción libre de la voluntad humana. Et-et [esto y lo otro].
El
pensamiento de Lutero, por el contrario, es esquizoide: Vel-vel [o esto o lo otro]. Considerando que “la razón es la grandísima puta del
diablo”, concluye: sola fides [sola fe]. Convencido de que la mente y la conciencia del
cristiano están por encima de Padres, Papas y Concilios, dictamina: sola
Scriptura [sola Escritura]. Afirmando que el hombre no es libre, y que no
son necesarias las buenas obras para la salvación, declara: sola gratia
[sola gracia].
El mayor insultador del Reino.
Lutero escribe que “toda la Iglesia del papa es una Iglesia de putas y
hermafroditas”, y que el mismo papa es “un loco furioso, un falsificador de la
historia, un mentiroso, un blasfemo”, un cerdo, un burro, etc., y que todos los
actos pontificios están “sellados con la mierda del diablo, y escritos con los
pedos del asno-papa”. Podrían llenarse innumerables páginas con frases de
Lutero semejantes o peores.
Los
teólogos católicos del tiempo de Lutero rechazaron sus tesis, ganándose de su
parte los calificativos previsibles. La Facultad de París es “la sinagoga
condenada del diablo, la más abominable ramera intelectual que ha vivido bajo
el sol”. Y los teólogos de Lovaina, por su parte, son “asnos groseros, puercos
malditos, panzas de blasfemias, cochinos epicúreos, herejes e idólatras, caldo
maldito del infierno”. No es de extrañar que, pensando así, rechazara Lutero la
proposición que le hizo Carlos V en Worms para que discutiera sus doctrinas con
los más prestigiosos teólogos católicos. ¿A quién puede interesarle discutir
con cerdos endemoniados?
Por
lo demás, los insultos de Lutero tenían una extensión universal: las mujeres
alemanas, por ejemplo, eran unas «marranas desvergonzadas»; los campesinos y
burgueses «unos ebrios, entregados a todos los vicios»; y de los estudiantes
decía que «apenas había de cada mil uno o dos recomendables».
El perfecto hereje. «Yo, el doctor Lutero,
indigno evangelista de nuestro Señor Jesucristo, os aseguro que ni el Emperador
romano [...], ni el papa, ni los cardenales, ni los obispos, ni los
santurrones, ni los príncipes, ni los caballeros podrán nada contra estos
artículos, a pesar del mundo entero y de todos los diablos [...] Soy yo quien
lo afirmo, yo, el doctor Martín Lutero, hablando en nombre del Espíritu Santo».
«No admito que mi doctrina pueda juzgarla nadie, ni aun los ángeles. Quien no
escuche mi doctrina no puede salvarse».
Duro con los pobres, débil con los poderosos. Con ocasión del levantamiento de los campesinos, que exigían, primero
por las buenas y luego por las malas, lo que estimaban que eran sus derechos,
escribe Lutero una durísima invectiva Contra las hordas rapaces y
homicidas de los campesinos (1525). «Al sedicioso hay que abatirlo,
estrangularlo y matarlo privada o públicamente, pues nada hay más venenoso,
perjudicial y diabólico que un promotor de sediciones, de igual manera que hay
que matar a un perro rabioso, porque, si no acabas con él, acabará él contigo y
con todo el país».
Muy
suave fue, en cambio, Lutero con los poderosos príncipes alemanes, a fin de
ganar su favor. Cuando, por ejemplo, Felipe de Hessen, gran landgrave, casado
con Catalina, de la que tenía siete hijos, exigió la aprobación de un
matrimonio adicional con una señorita de la nobleza sajona, obtuvo la licencia
de Lutero y Melanchton, a condición de que la concesión se mantuviera secreta.
Se acudió en este caso de poligamia, consumada en 1540, al precedente de los
antiguos Patriarcas judíos.
Espantado de su propia obra. Los
resultados de la predicación de Lutero fueron devastadores en la moral del
pueblo, y él mismo lo reconoce. «Desde que la tiranía del papa ha terminado
para nosotros, todos desprecian la doctrina pura y saludable. No tenemos ya
aspecto de hombres, sino de verdaderos brutos, una especie bestial». De sus
seguidores afirmaba que «son siete veces peores que antes. Después de predicar
nuestra doctrina, los hombres se entregaron al robo, a la impostura, a la
crápula, a la embriaguez y a toda clase de vicios. Expulsamos un demonio [el
papado] y vinieron siete peores».
A
Zwinglio le escribe espantado: «Le asusta a uno ver cómo donde en un tiempo
todo era tranquilidad e imperaba la paz, ahora hay dondequiera sectas y
facciones: una abominación que inspira lástima [...] Me veo obligado a
confesarlo: mi doctrina ha producido muchos escándalos. Sí; no lo puedo negar;
estas cosas frecuentemente me aterran». Y aún preveía desastres mayores. Un día
le confiaba a su amigo Melanchton: «¿Cuántos maestros distintos surgirán en el
siglo próximo? La confusión llegará al colmo».
Así
fue. Y así ha sido en progresión acelerada, hasta llegar a la gran apostasía
actual de las antiguas naciones católicas.