sábado, septiembre 10, 2016

CON TIROS NO ALCANZA --- Hugo Esteva


 
            Unos veinte años atrás pregunté a un colega colombiano, hoy Decano de una importante Facultad de Medicina en Bogotá, qué eran las FARC. No dudó un instante en contestar: “Son un gran negocio”. Y enseguida me explicó que, más allá de toda ideología, la guerrilla colombiana se había transformado en una enorme empresa de secuestros y tráfico de drogas.
            El tiempo no ha hecho sino darle la razón. Pero, peor, si en aquel momento el gobierno de Uribe había empezado a acorralar a los terroristas, hoy Santos –su prójimo/traidor- pacta con ellos sin reproches ni sanciones. El “negocio” va a continuar creciendo.
Otro tanto ocurre con el SIDA, cuyas cifras siempre en aumento vienen dejándose en pudoroso segundo plano de la información desde hace tiempo. Occidente, sitio de origen de la generalización de la enfermedad a través del inquieto tránsito aéreo de sus homosexuales, sigue acrecentándola. Para los interesados en números, hay 36 millones de infectados en el mundo (algo menos de un país como el nuestro), con 4% de aumento anual. En Brasil había 734.000 infectados, con 44.000 nuevos casos y 16.000 muertes en 2014; y hubo un aumento de 40 mil a 45 mil casos por año entre 2010 y 2015 (UNAIDS Brasil y Bom dia Brasil Globo.com).  Entre nosotros hay 120.000 infectados, con 6.500 casos nuevos y 1.400 muertos en 2015; la cifra de nuevos casos se triplicó en la última década; sí, la década ganada (La Nación, 20/VII/16). Todo esto a pesar de cierto control de la enfermedad gracias a los fármacos retrovirales entregados con generosidad por los gobiernos y a pesar de la propaganda a favor de los preservativos, ya que el grupo en que la endemia crece más sigue siendo el de los “hombres que tienen relaciones con hombres”, como los califican los políticamente correctos (fuentes citadas).
El asunto es grave y hasta la ONU confiesa que no va a llegar a la meta -siempre la utopía- de erradicar el SIDA en 2030, y teme retroceder. Todo a pesar de las campañas como la de nuestro Ministerio de Salud kirchnerista, o como la del Comité Olímpico, que no han hecho sino fomentar la promiscuidad.
 
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No tengo dudas sobre la buena fe que mueve al actual Gobierno al plantear la lucha contra el narcotráfico. Fomentarlas sería adscribirse a la rastrera mentalidad de los kirchneristas que no sólo usan la droga sino que muy probablemente la negocian. Seguramente habrá que afirmar fronteras y meter presos traficantes. Pero no va a ser suficiente.
El problema de la droga, como el del SIDA, es cultural. Y la cultura de la adicción y de la promiscuidad calan ya hondo en nuestra sociedad. Que lo digan, si no, los padres que tienen que ir a “hacer guardia” a la entrada de las fiestas de sus hijos quinceañeros (“chicos de buenos colegios”, por lo general) para evitar la entrada subrepticia de alcohol.
Los señores periodistas se escandalizan cuando un obispo lúcido condena por experiencia la sexualidad sin sentido. Son los mismos que aplauden la invasión a un convento de monjas libres y adultas que se sacrifican por amor a Dios y al prójimo (cosa que no pueden concebir). Y frente a esos periodistas -sean del signo político que sean, pero todos coincidentes en su concepción desaforada de la vida- el Gobierno tiene miedo porque carece de argumentos para sostener la idea de una sociedad mejor.
Es lo más grave que nos puede pasar, porque esa ignorancia (no han leído casi nada) va a terminar con todas las mejores intenciones.
Los tiros pueden hacer falta en algún concreto momento y frente a un enemigo refractario. Pero no van a alcanzar. Esta lucha, como tantas otras, sólo se gana en el fondo de los espíritus.