lunes, agosto 17, 2015

De su propio bolsillo armó una flota que a finales del siglo XVI acabó con las frecuentes invasiones holandesas de las islas

Bernardino de Lezcano, el héroe vasco que arrojó al mar a los piratas en las Canarias
En cualquier rincón de las Españas, en aquel hermoso tiempo en el que en nuestro corazón, en nuestra alma y nuestro Imperio nunca se ponía el sol, siempre hubo compatriotas corajudos que se lo jugaron todo, hasta la hacienda y la vida, por nuestra Fe, nuestra Patria y nuestra apasionada manera de entender la vida.
Uno de ellos fue Bernardino de Lezcano y Mújica, un canario de pro aunque, como sus apellidos bien indican, de profundas raíces guipuzcoanas. A finales del siglo XVI, los Lezcano eran una de las principales familias del archipiélago de las Islas Afortunadas, eran dueños de palacios y sus arcas estaban más que surtidas Pero en aquellos días las queridas islas estaban abandonadas de la mano de Dios, cuando no de la del Diablo, y desde la Península, valga la soez expresión, no se les hacía ni puñeteroo caso. De eso se quejan aún hoy en día los canarios, cinco siglos después. Su situación geográfica y sus tesoros agrícolas, además de ser la zona descanso de todos aquellos buques que querían aventurarse allende la Mar Océana y debían demorrarse unos días en sus puertos. De modo y manera que los enemigos del Imperio, sean dichos, ingleses, franceses y holandeses, principalmente, vieron en asolar sus costas una fácil manera de enriquecerse.
Los piratas y corsarios se adueñaron de la zona y no había día en que no se produjera una invasión, acompañada, claro está, de incendios, saqueos y violaciones por doquiera. Jasta que llegó Don Bernardino de Lezcano y Mújica Don Benjamín se entregó con denuedo a la causa de la Nación Española, de la Monarquía Católica y de la Fe verdadera y gastando a manos llenas se enfrentó a los feraces y feroces enemigos de España.
Bernardino de Lezcano y Mujica era hijo del esforzado conquistador y poblador de Gran Canaria. Juan de Siberio Lezcano Mujica y de doña Catalina Guerra, quienes, además de los bienes que se les habían señalado en las más fértiles vegas de la isla (6), poseían otra buena porción en las de Lanzarote y Fuerteventura (7). Bernardino se encontraba por los años de 1520 a 1550 al frente de un patrimonio considerable, y sus rentas, a pesar del estado del país, le ofrecían los medios de satisfacer sus caprichos y servir a su patria con la eficacia que permite una fortuna independiente y cuantiosa.

Débiles defensas

Como ya hemos dicho, las invasiones eran frecuentes y las defensas débiles y de nula importancia, careciéndose con frecuencia de armas y pertrechos para el combate. Entonces, Dom Bernardino mandó construir una magnífica casa en Las Palmas que le sirviera decobijo y a la vez de fortaleza. Además de esto, su empuje le llevó a tener su casa como almacén donde, en los frecuentes casos de rebato, acudían los vecinos y se armaban de picas, mosquetes y alabardas, teniendo además a su disposición víveres y pólvora, y en sus cuadras caballos para el servicio de los jinetes que habían de comunicar rápidamente las órdenes de los jefes a las milicias y pueblos del interior. Cuena la leyenda que esta casa de Bernardino Lezcano, célebre por todos conceptos en los fastos canarios, se hallaba situada, según nos dice la tradición, en las huertas que se extienden detrás del convento de S. Bernardo.
Viendo el dantesco espectáculos del acoso y ataque constante a las sierte islas el intrépido isleño, no escuchando más que la voz del honor e impulsado por su ardiente patriotismo, concibe un proyecto audaz digno de su gran corazón, y se propone llevarlo a cabo sin demora aunque sacrifique su fortuna y hasta su vida. Para ello aprovecha la ocasión en que con seguridad puede trasladarse a España, y verificándolo en un buque de guerra de gran porte que casualmente se presenta en Las Palmas, llega a la Península y pasa sin detenerse a Guipúzcoa, de cuya provincia era oriunda su familia y en donde tenía poderosos deudos y amigos; busca un buen constructor de buques y le encarga la fábrica de un galeón y dos naves de menor porte que puedan ser armados en corso, y ofrezcan todas las garantías para mantener una cruenta lid en la mar. Igualmente reunió expertos pilotos, tripulantes y capitanes, a quienes confía su pequeña escuadra, y víveres, armas y municiones con que dotarla. Y en éstas que puiso por fin rumbo, viento en popa, hacia las Canarias.
Y todo pagado con sus maravedíes y doblones. Se estableció en Las Palmas. Villa que tomó como base de operaciones. Y desde allí se dedicó a dar caza a nuestros adversarios. Y ya no hubo francés, ni flamenco ni hijo de la pérfida Albión que volviera a arriesgarse a merodear por las Afortunadas, so pena de sufrir fortísimo menoscabo en sus navíos, tropas y marinería.