lunes, febrero 11, 2013

Joseph Ratzinger renuncia al Pontificado dejando un legado teológico excepcional

«Queridos hermanos y hermanas, después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela que el Señor sepa trabajar con instrumentos insuficientes y me entrego a vuestras oraciones. En la alegría del Señor y con su ayuda permanente trabajaremos, y con María, su madre, que está de nuestra parte». Eran las primeras palabras de Joseph Ratzinger como Benedicto XVI el 19 de abril de 2005. El reputado teólogo iniciaba así el Pontificado al que ahora renuncia a los 85 años por su «edad avanzada».
Nacido el 16 de abril de 1927 en Marktl am Inn, un pueblecito de Baviera, era hijo de un gendarme del Estado Libre de Baviera y de una acreditada cocinera cuya familia provenía del Sud Tirol. Joseph Razinger descubrió su vocación de modo natural, siguiendo los pasos de su hermano Georg. La Segunda Guerra Mundial le arrancó del seminario. Se vio obligado a servir con solo 16 años en la artillería antiaérea y asistió en primera fila a la sistemática destrucción de Múnich en bombardeos. Quien ha visto caer bombas a toneladas ya no se asusta de nada el resto de su vida.
Aunque se expuso a ser fusilado, Joseph desertó y regresó a su pueblo. Arrestado por soldados americanos e internado en un campo de concentración con miles de soldados alemanes, el joven Ratzinger escribía poemas en hexámetros griegos, el verso de Homero. Desde su juventud había leído en griego las cartas de Pablo, los cuatro Evangelios y los Hechos de los Apóstoles. Había estudiado hebreo y se había familiarizado con el universo mental de la Biblia judía, en cuyas claves se expresaba Jesús de Nazaret.
Para Joseph Ratzinger, el día más importante de su vida fue el de su ordenación sacerdotal y el momento crucial de cada día es el de la misa, que celebra temprano.
Su carácter se formó durante veinte años como profesor en las universidades públicas de Bonn, Münster, Tubinga y Regensburg. En aquella época fue también asesor del Concilio Vaticano II (1962-1965), lo que le permitió trabajar en Roma y conocer personalmente a los grandes teólogos del momento. Su primer liro, la extraordinaria «Introducción al Cristianismo», se convirtió en «best seller», el primero de una larga lisa que le habría hecho millonario si no hubiese regalado las ganancias.
Desde las aulas pasó en 1977 a ser nombrado por Pablo VI arzobispo de Münich hasta que en 1981 Juan Pablo II le llamó a Roma para dirigir la Congregación para la Doctrina de la Fe y se convirtió poco a poco en su principal colaborador. Durante casi un cuarto de siglo, el prefecto fue a la vez, investigador, teólogo y escritor.
Ratzinger llegó a agotar sus fuerzas ejerciendo como decano del Colegio Cardenalicio durante la enfermedad de Juan Pablo II, las exequias y la preparación del Cónclave de abril del 2005. Estaba seguro de que allí terminaría su servicio al Vaticano, pero en la Capilla Sixtina le esperaba la mayor sorpresa de su vida. Su elección fue un «shock». Por fortuna los médicos lograron frenar su ritmo bajo la amenaza de que «o descansa haciendo pausas amplias en cada jornada o sencillamente, morirá». Tuvo que aprender a descansar.
Joseph Ratzinger llegó a la cátedra de Pedro en 2005 sin un programa de gobierno, pero con una lección que impartir al mundo. La «fumata blanca» le pilló con un gran libro pendiente de escribir sobre el tema más importante. Solo podía dedicarle los pocos ratos libres de la agenda de un Papa y por eso tardó siete años en completar «Jesús de Nazaret».
Sus encíclicas «Dios es amor» (2005), «Salvador por la esperanza» (2007) y «Caridad en la verdad» (2009) también fueron flechas dirigidas a la diana de lo esencial. No ha tenido interés en ser un Papa gobernante, sino un Papa catequista, profesor.
A partir del 28 de febrero, Benedicto XVI se retirará a un convento de clausura dentro del Vaticano.