sábado, noviembre 01, 2008

Dios no se deja coimear | Panorama Católico Internacional

Dios no se deja coimear

La reciente muerte de Alexander Solyenitzin nos agudiza un sentimiento de angustia por la situación espiritual de este grande pensador y apóstol cristiano del siglo XX: por momentos quisiéramos dar crédito a las doctrinas neoecuménicas de moda. En algunos casos particulares, como en el del barbado gigante profeta de los males del mundo contemporáneo, nos asalta el sentimiento de que no es justo que un hombre de su talla sea cismático.
Escribe Marcelo González
La reciente muerte de Alexander Solyenitzin nos agudiza un sentimiento de angustia por la situación espiritual de este grande pensador y apóstol cristiano del siglo XX: por momentos quisiéramos dar crédito a las doctrinas neoecuménicas de moda. En algunos casos particulares, como en el del barbado gigante profeta de los males del mundo contemporáneo, nos asalta el sentimiento de que no es justo que un hombre de su talla sea cismático.
Escribe Marcelo González
Solyenitzin pasó, en el término de algunos años, de la oscura miseria del Gulag a la fama y la fortuna del Premio Nobel. Los hijos espirituales del inventor de la dinamita no son infalibles. El ruso era funcional al plan de liquidación de la URSS y por eso le dieron un podio de resonancia mundial, confiando tal vez en que las luces de neón de “occidente”, lo mantendrían en el carril de la corrección política.
Pero Solyenitzin era más fiel a su Fe cristiana y a su  patria Rusa que a las pompas y las obras del mundo. De ahí que desde su destierro en los EE.UU., espiritualmente comparable a los días aciagos del Gulag, (salvo quizás en la parte nutritiva) nunca dejó de testimoniar ni de profetizar que el sádico sistema soviético es, ni más ni menos, un subproducto de otro más perverso: el liberalismo.
Agotado como régimen, el soviet, o más bien, sus oscuros patrocinadores, urdieron la patraña de la “conversión democrática”, (perestroika) que oxigenó el cianótico flujo de recursos financieros y lavó la cara de su “mala imagen”. Uno que mereció realmente el Nobel por lo que él es, fue por todo el mundo, dispersando simpáticas sonrisas. Gorvatchov, el hombre de la marca en la frente, confirmó que la mala simiente, las peores ideas comunistas, están tan vivas y prósperas que es difícil hablar de un “fracaso del comunismo” en sentido ideológico, aunque la aventura política se haya agotado, al costo de cien millones de muertos.
El gigante barbado profeta ruso, más profeta aun en su talante de testigo apocalíptico, jamás aceptó ni la riqueza ni el honor mundanos como coima para cantar las alabanzas democráticas y progresistas de occidente liberal.
Visceralmente ruso, no soportó el exilio, tan pesado como el campo de concentración: volvió, en cuanto pudo, a su Rusia santa. Siempre recluido (tanto en los EE.UU. como en su finca de las afueras de Moscú) se negó a recibir los honores que farisaicamente le ofrecieron el pérfido Gorvachov y el payasesco Yeltsin. Los aceptó de parte de Putin, un acto que habría que descifrar en clave de Volkoff.
Murió ortodoxo, técnicamente, cismático y hasta herético.
Convengamos que el rostro visible de la Iglesia Católica en los años en que Solyenitzin emergió del Gulag y llegó a la fama, al exilio y a la repatriación no puede haber tenido ningún atractivo para un hombre de su talla espiritual. ¿Podremos acaso recriminarle que no haya sabido discernir la apariencia de la realidad, cuando la confusión campea en todas las instancias jerárquicas de la Iglesia de católica?
Pero, dirán, ¿la Ortodoxia no tiene culpas que expiar, incluyendo gravísimos pecados contra Rusia bajo el poder soviético? Solyenitzin no podía ignorar esta escandalosa realidad. Otro misterio que hay que vislumbrar en clave de Volkoff. El alma rusa es profunda y misteriosa. No por nada la Virgen de Fátima pide la conversión de Rusia y no la de alguna otra potencia mundial. Nuestra Señora conoce las reservas que quedan en ese pueblo que la ha venerado tanto.
Dios no se deja coimear, ha dicho el Cardenal Primado de la Argentina. Es una pena que no podamos hacer pasar a Solyenitzyn directamente al cielo.
O tal vez las noticias sean mejores de lo que la teología arrabalera del Primado argentino nos hace vislumbrar. Tal vez Dios sí se deje coimear y cierre un ojo cuando se presentan a juicio hombres de esta talla, hombres que jamás se han dejado coimear por el mundo, hombres inimaginables para la pragmática jerarquía de nuestros tiempos, que ya no cree en la gracia.