El Tratado de Londres, la paz con la que España avergonzó a Inglaterra tras la «Armada Invencible»
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Los rumores de que Felipe II planeaba envenenar a la Reina y sus constantes injerencias en los asuntos isleños elevaron las amenazas. Así las cosas, la guerra comenzó oficialmente en octubre 1585, cuando el pirata Francis Drake navegó por la costa oeste ibérica, saqueando Vigo y Santiago de Cabo Verde, además de intentar hacer lo mismo en La Palma, donde el asalto no tuvo éxito. En el Caribe capturó Santo Domingo y Cartagena de Indias y San Agustín (en la Florida). Fue aquí donde Felipe II comenzó los preparativos de la mal llamada Armada Invencible para trasladar parte del ejército en Flandes a Inglaterra y derrocar a Isabel I para colocar en su lugar a alguien favorable a la causa católica.
Durante la operación, en 1588, los ingleses no pudieron hundir prácticamente ninguno de los galeones españoles, auténticos castillos flotantes, pero el comandante español, Medina-Sidonia, no alcanzó a «darse la mano» con los ejércitos hispánicos en los Países Bajos y se vio forzado a bordear las Islas Británicas. Los arañazos alcanzados por los buques ingleses y las tempestades fueron transformando los barcos en ruinas flotantes. La defectuosa cartografía portada por los españoles fue el golpe de gracia para una travesía a ciegas por las escarpadas costas de Escocia y de Irlanda. Allí ocurrió la auténtica catástrofe: de las 130 embarcaciones enviadas se hundieron 35, siete en el Canal y en el Mar del Norte y 28 como consecuencia de los temporales.
Un tratado favorable a España
Los exitosos ataques ingleses al Caribe español, el fracaso de la Empresa inglesa y los sucesivos saqueos de Cádiz fueron compensados con la llamada Contraarmada, que devino en un desastre casi de la misma magnitud que el de Felipe II (la flota anglo holandesa perdió al 70% de sus hombres; solo regresaron 5.000 de los 18.000 hombres embarcados) y en una serie de victorias españolas a lo largo de la siguiente década. En 1592, el marino Pedro de Zubiaur dispersó en las costas francesas un convoy inglés de 40 buques; en 1596, Francis Drake y su mentor, John Hawkins, se estrellaron en el Caribe, donde pretendían repetir los lucrativos saqueos de su juventud y hallaron la muerte frente a poblaciones que se habían fortificado en años recientes.Ambos países vivían momentos económicos precarios, pero la paz era imposible mientras vivieran los dos cuñados, porque se odiaban a muerte y estaban demasiado viejos para perdonarse los errores del pasado. Así las cosas, Felipe II murió en 1598 e Isabel Tudor cinco años después. Entonces sí fue posible que los nuevos soberanos finalizaran un conflicto que se alargaba sin rumbo y sin acciones en curso. Jacobo Estuardo, Rey de Escocia, sucedió a la «Reina Virgen» al frente de Inglaterra. Al final de su vida, la propia Isabel había aceptado que le sucediera el hijo de su otrora enemiga, María Estuardo, a la que ella mismo había ordenado ejecutar en 1587. Jacobo I se escudó en que él, como Rey de Escocia, no estaba en guerra con España y, dado que no se podía separar al Rey de Escocia del de Inglaterra, eso significaba que tampoco Inglaterra estaba en guerra con España. Este gracioso galimatías tardó menos de un año en materializarse en una paz duradera.

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Por su parte, España renunciaba a su pretensión de colocar a un rey católico en el trono inglés y a invadir el país de nuevo, lo cual eran condiciones obvia para que hubiera una paz duradera. Asimismo, Felipe III accedió a facilitar el comercio inglés en América y apenas pudo incluir en el tratado nada referido a los derechos de los católicos oprimidos en las islas.
Una paz que acercó una posible alianza
La tolerancia religiosa hacia los católicos fue la asignatura a la que más renunció España al firmar el tratado. No es de extrañar, en tanto, que un veterano soldado del Ejército español en Flandes, el inglés Guy Fawkes, intentara junto a un grupo de conspiradores católicos explotar el Palacio de Westminster con explosivos situados debajo de la Cámara de los Lores pocos meses después de la firma del tratado. Fawkes fue capturado con las mano en la masa, ejecutado de forma salvaje por su conspiración y recordado como un enemigo simbólico del país, si bien lo que pocos recuerdan es que él ni siquiera era el cabecilla del grupo, sino el noble Robert Catesby, quien había intentado persuadir al Condestable de Castilla, Juan Fernández de Velasco y Tovar, para que apoyaran la causa católica antes de firmar el Tratado de Londres.A pesar del complot católico, el calvinista moderado Jacobo I se mantuvo firme en su paz con España e incluso dejó caer la posibilidad de casar a su heredero con una de las hijas de Felipe III. No obstante, las fallidas negociaciones a raíz de la posible boda de Carlos Estuardo y Doña María de Austria desembocaron pocos años después en una nueva guerra entre ambos países. A su vuelta a Inglaterra, Carlos Estuardo –sintiéndose víctima de un desplante amoroso– exigió a su padre que declarara la guerra contra España y retornara a los tiempos bélicos de Isabel.
Una vez muerto Jacobo, la guerra contra España no dio los resultados esperados y, en 1625, un ataque naval contra Cádiz terminó con una estrepitosa derrota para Carlos, causándole el descrédito ante sus súbditos. Varias derrotas más, incluida la Rendición de Breda donde había tropas inglesas desplegadas, llevaron a Inglaterra a firmar la paz en 1630 y a dar por finalizada su participación en la Guerra de Treinta Años. Los costes del conflicto y la mala gestión se sumaron a las disputas entre la Monarquía y el Parlamento que se alargaban desde el anterior reinado. Todo ello desembocó en la célebre Guerra Civil inglesa de la década de 1640 que terminó con la ejecución de Carlos I.