¿Qué secretos esconden las joyas de la realeza inglesa?
En cuanto la proclamaron reina de Inglaterra preguntó si ya podía hacer lo que quisiera. Le respondieron que sí y decidió encerrarse sola en su habitación durante una hora. Victoria de Inglaterra no se encontraba preparada para ser reina, así lo manifestó en uno de los 114 diarios que escribió a lo largo de su vida.
La casaron a los 20 años con su primo Alberto, que intentó cortejarla memorizando sus gustos musicales y literarios y repitiéndolos como un papagayo. El pueril intento fracasó, y en cuanto dejó de buscar su amor, la heredera al trono inglés cayó presa de una obsesiva pasión que condicionaría irremediablemente su vida.
Sus nueve hijos, convenientemente casados, le dieron el apodo de «la abuela de Europa». Ella llegó a aborrecerlos porque, según confesó a sus biógrafos, «le quitaban tiempo para estar con su marido». Alberto, por su parte, fue un amante entregado. El apasionado romance entre ambos duró hasta la muerte de él. Ella nunca lo superó, «me pregunto por qué ha tenido que dejarme Alberto y mis hijos continúan a mi lado», lamentaba. Vistió de luto el resto de su vida y siempre llevaba una foto del príncipe consigo. Cada mañana pedía al servicio que dispusiesen su ropa para seguir sintiéndolo cerca.
Los años junto al príncipe Alberto fueron, según la propia reina, los mejores de su vida. Durante esas dos décadas, según sus biógrafos, el monarca consorte se deshacía en atenciones con su mujer. Él mismo diseñó muchas de las joyas que, con tanta frecuencia, le regalaba. La más icónica de todas ellas es la célebre tiara de diamantes y ópalos que heredó la actual monarca, Isabel II.

«En mis 25 años en Sotheby's no he visto una colección de esmeraldas de semejante calidad», exlamó Justin Roberts, director joyería de la casa de subastas inglesa ante las alhajas de la reina. Se refería, concretamente, a las piedras preciosas de la tiara creada para la reina por el joyero Joseph Kitchinf a petición, una vez más, de Alberto Sajonia.
Se la regaló en 1845, para celebrar el quinto aniversario de su boda y completaba un conjunto perfecto de pendientes y gargantilla su esposa solía lucir. En las joyas brillaban diamantes con talla cojín, en contraste con las esmeraldas escalonadas. Sobre ellas, otra fila de las mismas piedras talladas en forma de pera, la más grande, de 15 quilates. Este regalo hizo historia, fue la primera corona diseñada por un monarca para su reina.

Tiaras reales
Esta muestra de afecto fue la primera manifestación de una sólida tradición familiar de la Casa Real Inglesa. Los hijos y nietos de la pareja repitieron el cariñoso gesto con el que su abuelo se expresó en 1845 y, hasta la fecha, conmemoran con joyas las ocasiones especiales.La tiara que recogía la larga melena decorada con azahares con la que la princesa Louise, duquesa de Fifé, le juró lealtad a Alexander Duff en 1889 también se expone en el centro. Es de los pocos objetos que se guardan de aquella ilustre boda junto con una fotografía de la novia, ya que la iglesia privada en la que se celebró el enlace se cayó tiempo después.
De entre los complementos nupciales de la nieta de la reina Victora destacaba esta ostentosa joya, en la que todavía tilila el resplandor cientos de diamantes. Se trata de una de las mejores obras producidas por el prestigioso joyero Oscar Massin, los cortes de la piedras preciosas se asestaron con certera precisión, en total, la corona suma 200 quilates. Los artesanos debían extremar el cuidado al trabajar la pieza, ya que se diseñó específicamente para que atrapasen la luz de las velas en cada movimiento de cabeza de la princesa Louise.
Otra de las alhajas que más curiosidad suscita es la imponente tiara Kokoshnik un regalo de los príncipes de Gales y padres de la princesa, Eduardo VII y la Reina Alejandra. A la pieza se la conoce popularmente como «Queen Alexandra's Kokoshnik Tiara» y tiene la forma tan particular de los tocados de las mujeres del norte de Rusia. La joya, de inspiración eslava, toma como referencia el diseño de la corona de la hermana de Alexandra, la emperatriz consorte rusa, María Feodorovna.
La joya, en este caso, no fue un regalo familiar sino la solución desesperada de un grupo de mujeres de la corte a las que llamaban «Damas de la sociedad». El objetivo: ganarse el favor de la reina y consolidar sus respectivas fortunas. Las más poderosas de este grupo de 350 féminas eran la Marquesa de Salisbury, la Marquesa de Ailesbury, la condesa Spencer y la condesa de Corck que, temerosas por la incertidumbre, unieron sus fuerzas y sus fortunas para crear la pieza, que encargaron al joyero real, Garrad.

Fue finalmente fue lady Aliesbury quien entregó, orgullosa, el presente a su majestad, que lo recibió enfundada en riguroso luto: el suegro de la hermana mayor de su marido había muerto el día anterior.
El Sydney Morning Herald describió la tiara: «La tiara de diamantes que las damas de Inglaterra presentaron a la princesa de Gales es una copia de la de su hermana y no es un objeto particularmente bello».