sábado, octubre 11, 2014

PILAR RAHOLA

image1.jpg El guiñol
Cristina Fernández ha montado un circo con espías de EE.UU., conspiradores argentinos e intentos de magnicidio
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Como todo país de sustrato mediterráneo, Argentina tiene tendencia al histrionismo. Es cierto que esa característica ha sido, para el mundo de la creación, una fuente inagotable de talento, no en vano el exceso tiende a la creatividad. Pero, y en igual proporción, ha sido históricamente letal para la política porque ha producido algunos engendros de difícil digestión. El último espectáculo histriónico, y quizás el más guiñolesco, es el que perpetra desde hace años la presidenta Cristina Fernández, cuya derivación hacia el absurdo está llevando al país hacia el vacío. Hace muchos años, en su casa de Montevideo, la mente incisiva de Sanguinetti respondió con munición cargada a mi poco inocente pregunta. "¿Hacia dónde va Argentina, presidente?", y el notable pensador me dijo: "Querida, Argentina no va a ninguna parte". Si esa ácida respuesta fue verdad en algún momento, ese momento es ahora, con un país al borde de la quiebra económica, pero sobre todo, en quiebra política, democrática y moral. Quizás Sanguinetti se equivocaba y Argentina iba hacia algún lugar, pero sin duda es un lugar inhóspito.

¿Cómo es posible que un país tan importante, con tanto capital humano, tantos recursos naturales y tanto empuje haya caído en manos tan simples y sórdidas? Lo último, en medio de una crisis político-judicial de gran envergadura, es el sainete folletinesco de doña Cristina Fernández avisando de complots yanquis para matar a su ínclita persona. En una derivación bolivariana al uso, la presidenta ha montado un circo con espías americanos, conspiradores argentinos e intentos de magnicidio. Como era de esperar, los norteamericanos aún intentan vislumbrar si se trata de un tango con mala letra, una estrategia a lo bestia para ganar enteros en el mercado del populismo, o sencillamente se ha vuelto loca. Y todas las hipótesis están abiertas, porque siguiendo el recorrido de sus amigos venezolanos -modelo hacia el cual viaja, a pasos acelerados, Argentina-, nadie tiene la certeza de si el mejunje ideológico de la presidenta no contiene los tres elementos.

Sea como sea, lo peor del Gobierno argentino no son los errores de bulto, que han llevado a su economía al borde del abismo; ni sus planteamientos maniqueos, que intentan dividir al país entre buenos y malos ciudadanos; ni sus persecuciones políticas, cada vez menos disimuladas; ni la lista de sus aliados preferentes, donde parece estar lo mejor de cada casa; ni tan sólo lo peor es el deterioro sistemático de la democracia argentina. Lo peor de lo peor es que este país tan orgulloso de su imagen está perdiendo, Cristina mediante, el sentido del ridículo. La historia asegura que nadie, en el mundo, hizo más el ridículo que Calígula cuando nombró cónsul a su caballo. Quizá sea cierto, pero Cristina Fernández se está entrenando mucho para superar cualquier ridículo histórico. ¡Qué triste, para un país tan digno!

Pilar Rahola
La Vanguardia. Barcelona.
06/10/2014