Imperdible reportaje a Vicente Massot
En declaraciones exclusivas para La Prensa Popular, el notable pensador nos habló sobre la flamante edición de su libro “Matar y Morir” y declaró que el grueso de los integrantes del Instituto revisionista dirigido por Pacho O´ Donnell “acreditan pobres pergaminos historiográficos” y “dejan mucho que desear”, agregando que sus aportes “se agotan en consignas relampagueantes”. En esta reescritura de la historia considera Massot que “el asunto más ideologizado y falseado es el de la guerra civil de la década del setenta”. Recomendadísimo.
Qué opinión le merece la creación del Instituto del Revisionismo Histórico Manuel Dorrego?
Por de pronto no me sorprendió. Casi podría decirse que era algo que se veía venir, en atención a esa verdadera obsesión por el relato que caracteriza al kirchnerismo.
Uno de los aspectos más cuestionados de este organismo es la falta de rigor o trayectoria académica de muchos de sus miembros: ¿qué opina al respecto?
Es cierto, la gran mayoría de sus miembros acreditan pobres pergaminos historiográficos. Comparados con los integrantes de la Academia Nacional que critican o con los firmantes de una solicitada aparecida hace pocos días, en los principales diarios del país, dejan mucho que desear.
¿Hasta qué punto la manipulación de la historia es funcional a la política? ¿Exagera el gobierno al creer que el manoseo del pasado es necesario para justificar maniobras del presente?
En algún momento de nuestro pasado, cuando la nación Argentina carecía de una historia escrita y se discutía si el idioma castellano debía o no ser obligatorio en las escuelas, la manipulación a la cual usted hace referencia podía ser funcional a la política o al régimen de turno. Pensar que hoy un fenómeno así tendría posibilidades de repetirse es no entender el paso del tiempo y el cambio de la sociedad.
Técnicamente podemos hablar de historiadores militantes.
Siempre han existido y no sólo entre nosotros. Piense, por ejemplo, en las versiones de Albert Mathiez y Albert Saboul sobre la Revolución Francesa y analice los entronques de uno y otro con el comunismo y saque sus conclusiones. Claro que han existido historiadores militantes con rigor científico –como los antes citados- y vulgares chapuceros.
Ud. fue formado en el revisionismo histórico más estricto y puro: ¿en qué se diferencia el revisionismo que Ud. mamó con el actual?
El revisionismo ha admitido, en sus amplios pliegues, a un conjunto variopinto de historiadores, periodistas, polemistas, repetidores y, porque no, de macaneadores. De hecho esa escuela –si puede llamársela así- fue beligerante y militante desde sus inicios. Por derecha y por izquierda sus adherentes machacaron durante décadas en contra de la historia oficial, sin ponerse del todo de acuerdo entre ellos. La gran diferencia es que Julio Irazusta, Vicente Sierra y el Padre Guillermo Furlong, para citar solo a los mejores de ellos, fueron investigadores fenomenales que pasaron buena parte de su vida intelectual en los archivos y nunca convirtieron a la historia en un instrumento ideológico capaz de servir a una causa política. Eran demasiados serios y talentosos para ceder a esa tentación. Respecto del revisionismo actual, ¿qué quiere que le diga?: se agota en consignas relampagueantes y se afana por recrear las peleas de otras épocas con arreglo a fórmulas binarias: malos y buenos; patriotas y vendepatrias; etc.
¿Acaso el revisionismo (si tomamos a Rosas como la figura reivindicativa que encarna a esta corriente) no fue ya lo suficientemente reivindicado durante los tiempos de Menem? ¿Hace falta hoy un revisionismo?
El revisionismo histórico tradicional había logrado consumar sus objetivos mucho antes de aparecer Menem en escena y repatriar los restos de Rosas. Nada quita que mantenga su presencia. De hecho existe el Instituto de Investigaciones Históricos Juan Manuel de Rosas –fundado en la década del treinta del siglo pasado- que, sin el bombo de esta creación kirchnerista, se ha mantenido fiel a sus orígenes. Dicho lo cual es conveniente tener en cuenta, como dice Peter Geyl, que “la historia es un argumento sin final”. O sea, siempre admite y exige ser revisada.
Hablemos de la reciente edición de su libro Matar y Morir, ¿es este un texto que podríamos llamar revisionista? ¿Cómo encaja esta publicación en medio de esta polémica? ¿Qué aporta su libro al debate instalado?
Es la reedición del ensayo que publiqué en el 2003, solo que corregido y aumentado con un capítulo final acerca de las violencias desideologizadas. No creo que pueda calificárselo de revisionista. Tampoco de antirrevisionista. Cuanto me propuse fue pasar revista a la violencia política llevada a su más alta expresión –de ahí el título de la obra- sin erigirme en juez del pasado. Me interesa entender cómo se desarrollaron determinados acontecimientos; no quiénes fueron ángeles y quiénes demonios.
De todos los períodos analizados en su libro (Revolución de Mayo, Unitarios y Federales, la represión radical a los obreros del sur, peronismo-antiperonismo, y la guerra antisubversiva en los años 70`), de todos estos temas: ¿Cuál crees que ha sido el peor contado o distorsionado?
En su momento el más distorsionado, de lejos, fue el período rosista. Precisamente los inicios del llamado revisionismo se vincularon, casi de manera excluyente, con la necesidad de revisitar y reconsiderar lo que significó el rosismo, en general, y la figura del Restaurador, en particular, con arreglo a una óptica distinta de la que habían canonizado Mitre y Fidel López. Actualmente el asunto más ideologizado y falseado es el de la guerra civil de la década del setenta.
Un punto irónico que pone equilibrio en el libro es cuándo Ud. tras repasar los crímenes de los federales se refiere luego a “la violencia de los civilizados” (por los unitarios): ¿es una forma de ver el Siglo XIX sin los maniqueísmos tradicionales?
Distinguir entre los federales, de suyo bárbaros, y los unitarios, siempre civilizados, fue la clave de bóveda de la primera historiografía argentina. Claro que era una visión interesada y sectaria que no resistió el análisis de la crítica. Cuando en el libro utilizo esos términos, los pongo en bastardilla para dejar en claro que, en todo caso, la barbarie y la civilización fueron siempre relativas y estuvieron presentes en los dos bandos enfrentados.
Decía Julius Menken que “toda imparcialidad es artificial”. ¿Coincide con esa reflexión? ¿Hasta qué punto se puede conservar la imparcialidad de un historiador o ensayista en temas tan polémicos como lo son las guerras internas?
La discusión puede ser eterna respecto de qué tan posible es la imparcialidad en este tipo de estudios. Yo prefiero hablar de seriedad en el sentido de que el historiador debe estar dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias en su análisis y debe basarse en los documentos como fuente principal de su empresa intelectual.
Ud. critica en su libro la denominación de la “década infame” (a los años 30 `): ¿por qué se opone a esa etiqueta?
Porque es un típico caso de sectarismo que, además, no se corresponde con la realidad. La frase hizo carrera, quizá como ninguna otra en nuestra historiografía, pero todo lo que tenía de sonora lo tenía de falsa. Cualquiera con un mínimo de ecuanimidad puede darse cuenta de que aquella Argentina –con todas sus imperfecciones- medida con arreglo a los parámetros de desarrollo social, económico, cultural y educacional de la época, figuraba entre los primeros países del mundo. ¿De qué infamia me hablan?
“Matar y Morir” trata extensamente la dicotomía peronismo-antiperonismo que hubo en el Siglo XX y la describe como “una guerra fría” vernácula: ¿Podrías comentarnos al respecto? ¿Encuentra parangones entre aquel odio social y la divisoria que hoy existe entre kirchnerismo y antikirhnerismo?
Defino la dicotomía peronismo-antiperonismo como una “guerra civil encubierta”. Tuvo una altísima intensidad en términos de los odios que se generaron en la Argentina y la división que produjo pero de baja intensidad en punto a la violencia llevada a los topes de matar y morir. En los diez años que gobernó Perón (1945-1955) hubo dos o tres muertos por razones estrictamente políticas que pueden achacársele al gobierno. El antiperonismo fue, en eso, más cruel si se cuentan los bombardeos de la Plaza de Mayo y los fusilamientos de 1956. Me parece que no se sostiene la comparación entre aquella y esta Argentina. El odio social de entonces hoy ha desaparecido por completo.
El libro empieza con las invasiones inglesas, parece raro que no termine también con Inglaterra: Las Malvinas. ¿Porqué omitió este último episodio?
En el prólogo explico que han quedado fuera de mi universo de análisis las guerras clásicas donde el ejercicio de la violencia tiene otras componentes.
Charles Maurras decía “Un error y una mentira que no nos tomamos el trabajo de desenmascarar adquieren poco a poco la autoridad de lo verdadero”. ¿Ud. con Matar y Morir y sus otros libros viene a tratar de impedir que esa reflexión de Maurras se cumpla en nuestro país?
Tácitamente, sí.
El libro de Massot “Matar y Morir” fue reeditado por editorial “El Ateneo” y ya está disponible a la venta en todo el país.
Por Nicolás Márquez.