El Escorial, un laberinto esotérico
Por MIGUEL ÁNGEL BARROSO
Lastrado por la leyenda negra, Felipe II fue un hombre de su tiempo, un auténtico príncipe renacentista, y su obra más imperecedera, el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, un nuevo templo de Salomón lleno de misterios. Un libro desvela las claves escondidas en este formidable monumento
Sostiene Luis Racionero, superficial viajero (por confesión propia, y como tantos otros) en este laberinto pétreo, que «ni la personalidad enigmática, reticente y esquiva del rey constructor, ni la serena solidez clara de su obra, darían a pensar que El Escorial contuviese símbolos esotéricos o academias herméticas de sabios rozando inesperadas heterodoxias. En este panteón envuelto por un convento, el rigor petris es abrumador».
Sostiene Luis Racionero, superficial viajero (por confesión propia, y como tantos otros) en este laberinto pétreo, que «ni la personalidad enigmática, reticente y esquiva del rey constructor, ni la serena solidez clara de su obra, darían a pensar que El Escorial contuviese símbolos esotéricos o academias herméticas de sabios rozando inesperadas heterodoxias. En este panteón envuelto por un convento, el rigor petris es abrumador».
Sin embargo, El Escorial es mucho más que una mole dibujada con escuadra y cartabón bajo la sombra del monte Abantos, en la sierra de Guadarrama. Su aparente frialdad es una impostura. Todo es equívoco a primera vista. Las puertas que parecen entradas principales estaban destinadas a la servidumbre. El atrio que se abre majestuoso al Patio de Reyes se convierte, de pronto, en insólita y angosta entrada, oscura como una cueva, que da acceso a la gran basílica que nunca estuvo abierta al público. El Palacio del Rey, casi escondido en un extremo del edificio, en realidad se encuentra colocado en el centro de las comunicaciones, como la cabina de un piloto que dirige una nave de gran poder. Porque el monumento fue concebido como un nuevo templo de Salomón para la sabiduría y el gobierno universal. «Tras la imagen del rey austero hay un fondo de esoterismo místico —continúa Racionero—. Es lo último que nos esperábamos de Felipe II».
La leyeda negra deconstruida
«Para comprender El Escorial hay que meterse en la cabeza y el corazón del Rey», asegura Javier Morales Vallejo, autor de «El símbolo hecho piedra» (editorial Áltera). Según el hispanista George A. Kubler la leyenda negra inventada en Holanda, Francia e Inglaterra como arma política se extendió y llegó a nosotros porque los propios españoles nos la hemos creído. Morales está de acuerdo. «La imagen que ha hecho fortuna de Felipe II es la de un Monarca oscuro y ultracatólico, pero fue un auténtico príncipe del Renacimiento, con una cultura enciclopédica y afán coleccionista, creador de universidades y de hospitales, gran bibliófilo, estudioso de la filosofía neoplatónica del siglo XVI y de la mística de Raimundo Lulio —como Juan de Herrera, que concibió el grandioso concepto arquitectónico de El Escorial—. Tuvo profundas creecias de acuerdo con la generación de místicos españoles de su siglo, a los que conoció y comprendió. Favoreció a San Ignacio de Loyola, hizo liberar de su cárcel a San Juan de la Cruz y protegió a Santa Teresa de Jesús, quien le avisaba de algunas cosas. En aquel tiempo, la religión del Rey era la de los súbditos. Eso ocurrió en la Inglaterra anglicana, en la Holanda protestante y en la España católica. A los herejes se los perseguía en todas partes. A lo largo de la historia ha habido otras oportunidades para levantar leyendas negras. Por ejemplo, Napoleón fue el gran agresor, el primer mandatario derrotado por una coalición y juzgado por un tribunal internacional; pero dígale a los franceses que alguien quiere mancillar su prestigio».
Para su investigación, Javier Morales, doctor en Historia del Arte y en Filosofía, que ha dirigido diversos departamentos de Patrimonio Nacional y actualmente enseña iconografía y arte en la Facultad de Teología de San Dámaso, en Madrid, ha buceado en los escritos de Lulio —filósofo, poeta, místico, teólogo y misionero mallorquín del siglo XIII— que Felipe II leía con avidez y subrayaba, y de Jean L'Hermite —ayuda de cámara del Monarca— y otros personajes del «círculo escurialense», como Fray José de Sigüenza, historiador de la orden Jerónima, bibliotecario y primer cronista del monasterio.
Un espacio religioso privado
«A principios de la década de 1990 di una conferencia sobre este asunto en los cursos de verano de El Escorial», recuerda Morales. «Incluía una visita comentada. El plan era para un día, pero al final me quedé un mes. Funcionó el boca a boca: la gente quería saber más de lo que se cuenta en el recorrido turístico. De todos los elementos que no se perciben a simple vista me fascina, especialmente, cómo el Rey “privatiza” el espacio religioso. A pesar de su sobriedad, es el dominador del mundo. De ahí parte la idea del libro».
El Escorial fue la obra de madurez de Felipe II. Comenzó a construirse cuando contaba 36 años y se finalizó veintiún años más tarde, cuando cumplía 57 de su edad. Desembolsó cinco millones de ducados y lo disfrutó terminado durante 14 años. Según Morales, «El Escorial es el molde en piedra de una conciencia hermética, sabia y profunda. Es la cara oculta y verdadera de Felipe II, que organizó su vida a escasos metros del Sagrario y de su sepulcro, en situación en absoluto triste, necrófila o morbosa como la pintó la leyenda negra, aunque solo comprensible desde la conciencia mística».
Hebraísmo escurialense
En el complejo panorama religioso español del siglo XVI tuvo una gran importancia la mística hebraica y la cábala, una de las principales corrientes del esoterismo judío, en esencia una «ciencia nueva» que busca en la Torá (el Pentateuco, los primeros cinco libros de la Biblia) el significado del mundo y la verdad. Esa huella está presente en El Escorial de forma abrumadora. En las crónicas del padre Sigüenza aparece con toda claridad el paralelismo entre el templo-palacio de Salomón y el templo-palacio de Felipe II. De hecho, los gigantescos reyes hebreos que el Monarca español ordena colocar sobre las puertas de la basílica son, precisamente, los constructores del templo de Jerusalén. La idea fue de Arias Montano, maestro de José de Sigüenza y uno de los eruditos del hebraísmo escurialense. En uno de sus libros aparece un grabado de Salomón con efigie de Felipe II rodeado de instrumentos.
Javier Morales da más pistas. Por ejemplo, en el templo de Salomón el pueblo se quedaba en el atrio, desde donde podía divisar el altar. Nadie se sentaba a excepción del rey. En la basílica de El Escorial, sin bancos para sentarse, el pueblo sólo entraba hasta el sotacoro y tenía su función religiosa fuera, en el Patio de los Reyes. En ambos recintos estaba prohibida la entrada de animales. En El Escorial las piedras se traían ya labradas de sus canteras imitando el sistema de construcción del templo que narra la Biblia, aunque Juan de Herrera se preocupó de demostrar que este era el método más barato, racional y cómodo de afrontar las obras.
No perdamos de vista en este tramo final al arquitecto y aposentador del Rey. Herrera, autor del «Discurso de la figura cúbica según el arte de Raimundo Lulio», llevará la geometría cósmica del misionero franciscano a la arquitectura de El Escorial: en la figura cúbica y de las esferas encontrará la razón profunda de su obra, grandiosa y monumental, pero seca, desornamentada y esencialista. Una arquitectura severa que sirve a una brillante decoración simbólica.