«Los españoles somos durísimos juzgando a nuestros héroes. Nos atraen más los personajes controvertidos»
ABC Historia conversa con el historiador Agustín R. Rodríguez González sobre algunos de los capitanes españoles rescatados en su nuevo libro «Señores del Mar»
En otra vida no le habría hecho feos a acompañar a Álvaro de Bazán en su misión de salvar, desde la retaguardia, las líneas cristianas en Lepanto. O a ser uno de los pilotos que gobernaban con brazos de hierro los grandes galeones atlántico de aquella exitosa y feliz hazaña que fue la Flota de Indias. O tal uno de esos marineros y científicos ilustrados del siglo XVIII, al estilo de Churruca o Alcalá-Galiano. No cabe duda de que historiador Agustín Rodríguez González (Madrid, 1955) habría sido, dado su pasión descomunal por la mar, un excelente miembro de la Armada española, pero en ningún caso habría hecho tanto por su olvidada memoria como lo ha procurado a través de su labor de investigación y divulgación. Porque, todo. Todo está en los libros.
Tras abordar recientemente sendas biografías a las figuras de Antonio Barceló y Álvaro de Bazán, este académico de Historia publica ahora el libro «Señores del mar» (La Esfera de los libros, 2018), un recorrido apasionante por 500 años de historia, de la conquista del Nuevo Mundo hasta el Desastre del 98, en busca de algunos de los marinos españoles más brillantes y, al mismo tiempo, desdeñados. «Los españoles somos durísimos juzgando a nuestros héroes», advierte en una entrevista a ABC el autor de una treintena de obras dedicadas a la historia naval.
¿Por qué han caído en el olvido los personajes que usted trata en el libro?
Elegí
precisamente este libro para reparar la injusticia y corregir la imagen
sesgada y parcial de nuestros marinos. Se dice que uno de los grandes
defectos de los españoles es la envidia, pero el origen de la envidia es
la soberbia. Reconocer que alguien es mejor en algún campo o aspecto le
suele costar mucho trabajo a los españoles, como se puede percibir
incluso hoy en la sociedad. Esto hace que nos atraigan más los
personajes controvertidos que los personajes virtuosos. A esto, se añade
la larga tradición en España de admiración hacia la figura del héroe no
reconocido ni recompensado, al estilo del Cid Campeador.
Nos gusta este tipo de héroes maltratados por el Rey y al que luego se
le acaba reparando con el tiempo. Claro que sería mejor evitar el
maltrato en vida, que luego repararlo muerto.
No conocemos a los héroes españoles, pero sí a los extranjeros a través de la literatura y el cine.
Hay
un total desconocimiento de nuestra historia y cierta candidez a la
hora de leer lo que han escrito otros países sobre nosotros. Hemos
olvidado a menudo que los estados del mundo, más allá del vínculo
afectivo, son grandes empresas que compiten con nosotros y no están
dispuestas a hablar bien del resto. Nos hemos creído así versiones de la
historia de nuestros competidores, de gente que quería esconder
nuestros logros y exaltar los suyos. En toda Europa tienen cosas de las
que lamentarse; no somos ninguna anomalía.
«España era el problema, Europa la solución», decía Ortega. ¿Somos un país excepcionalmente negativo?
La
autocrítica constante más que ser positiva en España ha servido, por
exceso, para excusar cualquier comportamiento. El resultado es que los
españoles han imaginado que viven en un país desastroso y aislado del
mundo, sin entender que en países vecinos se han vivido sucesos
idénticos. Cuando hemos buscado con quién compararnos no lo hemos hecho
con los vecinos, sino con la «perfección absoluta». Al preguntarnos, por
ejemplo, si nuestra Armada estaba a la altura nos hemos dejado llevar
al terreno del siglo XVIII, momento de máximo esplendor de la Royal
Navy. Y en vez de compararnos con la débil Marina francesa
o con la de Alemania e Italia, que ni siquiera existían como estados,
lo hemos hecho solo con los ingleses. ¿Por qué con la potencia puntera?
¿Por qué no comparamos con Inglaterra pero en el siglo XVI o en el XVII?
La Armada española es una de las grandes damnificadas de este menosprecio, ¿por qué han olvidado los españoles su importancia?
Si
conociéramos bien nuestra historia y la de nuestros vecinos sabríamos
que no somos excepcionales por nuestras flaquezas, sino precisamente por
nuestros puntos fuertes. Así es el caso del desarrollo de nuestra
Armada, un tema central en la historia de España, que se ha tratado de
minusvalorar, a pesar de que nuestra bandera procede de la Marina y
hasta el escudo tiene como única referencia a una hazaña colectiva el lema de Plus Ultra.
Debemos recordar que no fuimos un pequeño país mediterráneo, sino una
gran potencia atlántica durante 300 años. El maravilloso Imperio
británico, con el que nos gusta compararnos en su momentos de esplendor,
duró menos de un siglo; mientras el nuestro aguantó tres siglos en pie y
dejó un fondo cultural evidente, como demuestra el que el castellano
supere ya como lengua materna al inglés.
Usted en
su libro denuncia el mito de los capitanes ilustrados y virtuosos en la
ciencia pero derrotados por malos militares en Trafalgar
Es
sorprendente que un país con nuestra tradición guerrera se haya creído
el mito de que nuestros marinos, incluso siendo brillantes científicos y
navegantes, luego eran pésimos militares. Es una imagen que se crea a
partir del siglo XIX por una mala interpretación tras la batalla de
Trafalgar. La culpa es de Pérez Galdós y de la ficción. No en vano, la historia como toda la ciencia avanza y va incorporando otros datos y otras visiones. Un repaso a 500 años de historia olvidada
Andrés
de Urdaneta alcanzó fama universal por lograr el tornaviaje desde
Filipinas, esto es, el viaje de vuelta a América. Usted recupera su vida
de «película» en uno de los capítulos del libro.
Es
un personaje que se merecería toda una serie biográfica, porque su vida
es una auténtica novela desde que se alistó a la expedición en las
Islas Molucas, siendo secretario de Juan Sebastián Elcano, hasta que
murió siendo un fraile en Ciudad de México. Es trascendental su éxito,
porque repitió en el Pacífico la hazaña de Colón en el Atlántico.
Porque el problema no era tanto ir a las islas Filipinas, sino
conseguir volver sin ir por la ruta portuguesa de África. Urbaneta
remontó hacia el norte, prácticamente hasta Japón, y desde allí fue
hacia Acapulco. Aquello fue importante porque supuso comprender la
dinámica y el funcionaba el mundo. Como figura militar, en cierta
ocasión desafió a una flota portuguesa nadando hasta sus barcos y luego
regresando de espaldas para no perderles la cara. Hay personas bastante
más aburridos de los que se han hecho superproducciones.
Su
anterior libro estuvo centrado en la figura de don Álvaro de Bazán, en
esta nueva obra recuerda usted que aquel no fue el único miembro
destacado de esta familia
Es toda una dinastía más allá del célebre Bazan. Está el fundador, Álvaro de Bazán «el Viejo»;
el célebre Álvaro Bazán y su hermano Alonso; luego su hijo y luego su
nieto. Es un fenómeno curioso porque en España las dinastías son raras, y
porque era una familia noble que podría haber vivido tranquilamente
dedicada a otros campos, pero eligió la dura vida del mar. El grande de
verdad fue el Bazán de Lepanto y de las Terceiras, si bien todos son
sorprendentemente competentes. El hijo, de hecho, es muy conocido porque
está en el cuadro del Socorro de Génova del Museo del Prado. La gente
que va al museo le ve a diario sin saber quién es ese señor.
Pedro
de Zubiaur, otro de los capitanes olvidados, demostró con una serie de
victorias en el Canal de la Mancha que la guerra de España contra
Inglaterra del sigglo XVI fue algo más que la archiconocida Armada
Invencible.
En otros siglos la gente vivía vidas
que eran como tres o cuatro como la nuestra. La trayectoria vital de
Pedro de Zubiaur así lo demuestra. Fue desde naviero y diplomático en la
labor de sacar a españoles de las prisiones inglesas de Isabel Tudor,
hasta espía y militar. Acabó al frente de una flota de corsarios
dedicada a combatir a los ingleses. Es decir: un 007 que, además, llegó a
ser un almirante de prestigio. Otra de sus facetas menos conocida fue
la de inventor. En Valladolid probó una máquina para elevar el agua del
río.
Juan Gutiérrez de Garibay es un completo desconocido.
Sí,
totalmente. Era un señor muy tranquilo que no dio nunca ningun
escandalo y ha pasado inadvertido a pesar de su asombrosa biografía. De
niño fue abandonado por sus padres y, con 14 años, se escapó hasta
Sevilla para alistarse en la Flota de Indias.
Durante años guardó las costas americanas desde Carolina del Norte
hasta el Estrecho de Magallanes. Fue el almirante que más Flotas de
Indias se trajo con éxito de América, en concreto 16, derrotando dos
veces a escuadras inglesas superiores a la suya. Terminó sus días siendo
un gran noble en Sevilla, a pesar de que allí, precisamente, había
llegado siendo un niño con lo puesto.
Si Bazán
fue el mejor almirante español del siglo XVI, ¿se podría decir que
Fadrique de Toledo y Osorio fue el más competente en el siglo XVII?
Fadrique,
perteneciente a una de las ramas de la familia Alba, se hizo famoso por
el excelente trato que daba al enemigo vencido. Cuando recuperó
Salvador de Bahía hay un buen puñado de oficiales y de soldados
holandeses que, viendo la falsedad sobre las crueldades de los
españoles, se alistaron a su mando. Probablemente es el mejor marinero
español del siglo XVII, porque es un gran almirante en la mar, pero
también tiene una mente privilegiada para las operaciones anfibias. No
hay que olvidar que son dos cosas muy distintas y en la historia del
mundo hay una infinidad de almirantes brillantes en el mar, como Nelson,
que luego han fracasado en las operaciones combinadas.
Según
la versión novelada, Fadrique cayó en desgracia por los celos del
valido del Rey, el Conde Duque de Olivares, cumpliendo aquí con la
figura del «héroe maltratado», ¿se trata de un historia mitificada?
No se puede decir que fuera un héroe traicionado. La caída de Fadrique coincidió con una guerra abierta entre Olivares y la familia de Alba.
El Conde Duque tenía una forma de gobierno muy autoritaria y
personalista. Las cosas tenían que hacerse cómo y cuándo él decían. Don
Fadrique se quejó de que nunca le dio descanso (llevaba más de una
década sin ver a su mujer) y de que para cumplir las órdenes de Olivares
tuvo que poner dinero de su bolsillo para pagar las tripulaciones y
para reparar los barcos. En esta rivalidad creciente chocaron dos formas
de ser muy fuertes: la de Olivares, que era un hombre bastante
inteligente y bien formado; y por otro lado, Fadrique, que dio cuenta de
que el valido estaba fracasando en su estrategia durante la separación
de Portugal y el levantamiento de Cataluña. Cuando el almirante cometió
cierta indisciplina, hartó de obedecer órdenes sin más; Olivares realizó
un escarmiento ejemplar con él.
Antonio
de Oquendo ocupa otro lugar importante en la obra, sin embargo, hoy se
le recuerda sobre todo por una derrota contra los holandeses (la batalla
de las Dunas de 1639). ¿Qué se puede decir en su defensa?
El
éxito y el fracaso a veces son dos grandes impostores. Piensa que Van
Gogh fracasó en su vida: nunca vendió un cuadro. No es tan importa si
has triunfado o has fracasado en apariencia, sino lo que has aportado y
lo que ha significado para su tiempo. Hay veces que las batallas se
ganan, no por capacidad, sino por otros muchos factores. En este
sentido, no creo que nadie en Francia diga que Napoleón fuera un inútil
militarmente a pesar de la derrota en Waterloo o de Rusia. Sin embargo,
en España el Gran Corso habría sido considerado un inepto, porque ganó unas cuantas batallas, sí, pero al final las perdió todas. Aquí somos los españoles: durísimos en el juicio.
Oquendo
ganó muchas batallas a lo largo de su vida, pero en 1639 le pusieron al
mando de un plan descabellado y, a pesar de la derrota, hizo cosas
portentosas. Consiguió volver con su barco a España en una situación de
inferioridad e incluso ganar una batalla en el regreso contra los
franceses. A su vuelta murió agotado.
Del siglo XVII salta usted directamente al XIX, ¿por qué ha excluido a la generación ilustrada?
Juzgué
que era la más conocida. No iba a escribir nada nuevo sobre Blas de
Lezo o sobre los héroes de Trafalgar. En general, es la parte más
estudiada de la historia de la Armada, porque es cuando
se formaliza este cuerpo como institución y, por otra parte, porque los
ingleses nos han llevado a su terreno. El siglo XVIII supuso el
despegue como potencia de Inglaterra. La historiografía mundial, no solo
naval sino militar, está controlada tradicionalmente por autores
británicos, que se han centrado en el XVIII, al igual que los franceses
han procurado no hablar mucho de las guerras napoleónicas ni de cuando Alejandro Farnesio entró dos veces en París aclamado por los ciudadanos. Prefieren hablar del reinado de Luis XIV… Y solo de una parte.
El libro sirve para recordar que hubo vida en la Armada más allá de Trafalgar.
Sí, los marinos del siglo XIX son los grandes desconocidos. Gente que participó en las Guerras de Emancipación
y que, tal vez por reacción la Armada ilustrada del siglo anterior, no
se lamentaban por la falta de medios y de dinero, ni por lo que pudieran
decir de ellos en la Corte. Están dispuestos a vencer como sea. Y desde
luego son gente mucho más decidida en el combate.
La
siguiente generación, la que acompañó a la Primera Revolución
Industrial, intentó ser la vanguardia en la innovación científica y
tecnológica de España. Estos marinero científicos son los últimos
personajes que incluyo en el libro, empezando por Joaquín Bustamante y
siguiendo con Jaime Janer Robinson. Una generación científica que ha
pasado bastante desapercibida.
Uno de los últimos
héroes de su libro es José Ferrándiz y Niño, que se se encarga de
reconstruir la Armada y dotarla de un nuevo espíritu. ¿En qué consiste
ese nuevo espíritu?
Tras el Desastre del 98 incluso la gente que
había apoyado la idea de que España tuviera una Armada poderosa
empezaron a pensar que tal vez no valemos para construir barcos ni
manejarlos, que lo que tenemos que hacer como mucho es un servicio de
guardacostas. Ferrándiz se encontró una Armada completamente
desmoralizada, que no sabía por dónde tirar, ni cuál era su papel. Él
consiguió renovarla y trazar las directrices que siguen hoy en día
presentes. En paralelo a este esfuerzo tecnológico, promovió a gente
joven, con ilusión, no gente desengañada o cansada. Si en esa época se
habló de que España necesitaba urgentemente un cirujano de hierro, y
nunca apareció; en la Armada sí apareció.