La Caridad sin Verdad sería ciega, La Verdad sin Caridad sería como , “un címbalo que tintinea.” San Pablo 1 Cor.13.1
jueves, febrero 08, 2018
Waterloo
Si
lo que quiere trasmitir el cónsul vitalicio de La República catalana
con su decisión de trasladarse a vivir a la tumba del esplendor
napoleónico es que admite al fin su propia derrota lo suyo es que se
hubiera largado a vivir a un granero de Santa Elena
Ningún
megalómano que se precie debería unir a su biografía el nombre de
Waterloo. Esa locución ha cruzado la frontera histórica y geográfica y
se ha hecho fuerte en el territorio de la semántica como sinónimo de
desastre. Todos los seres humanos nacidos después de 1815 hemos
padecido, en algún momento de nuestras vidas, un pequeño Waterloo. Y a
veces no tan pequeño. Si lo que quiere trasmitir el cónsul vitalicio de
La República catalana con su decisión de trasladarse a vivir a la tumba
del esplendor napoleónico es que admite al fin su propia derrota -como
ya hizo en los mensajes telefónicos que le envió el martes pasado a Toni
Comín- lo suyo es que se hubiera largado a vivir a un granero de Santa
Elena, que es donde su insigne predecesor de calenturas ególatras pagó
el precio de sus errores hasta el momento de su muerte, y no a un
palacete ajardinado con vistas privilegiadas al camposanto que sepultó
los cadáveres de las víctimas de la batalla.
Las Santa Elena del
siglo XXI se llaman Estremera o Meco y no son tan insalubres como lo era
en su día el islote perdido en el Atlántico. Pero ni por esas. A
nuestro napoleoncito catalán no le hace gracia que sus honorables huesos
acaben confinados en un cuarto oscuro de la historia y está tratando de
construir una especie de Colombey-les-Deux-Eglises, a cuatro mil
quinientos euros la mensualidad, donde afrontar sus postrimerías con la
dignidad que le confiere haber sido el gran general del desafío al
Régimen totalitario de Vichy, siendo Vichy, naturalmente, una manera
metafórica de referirse a la despótica y pérfida España.
Este
hombre, empeñado en dictar personalmente los términos de su obituario
político, mira a veces la imagen que le devuelve el espejo cóncavo de su
propio callejón del gato y otras veces se fija en la que refleja el
convexo. De ahí que los principales acontecimientos de los últimos
capítulos del culebrón catalán se parezcan más a un esperpento de Valle
Inclán que a ningún otro género literario. Cuando a don ombligo no le
gusta verse bajito y gordo como un Napoleón derrotado cambia de espejo y
se reconforta viéndose alto y estilizado como un glorioso general de
Gaulle de los años cuarenta. Hemos entrado en la fase de lo grotesco.
Hay tantos reflejos posibles aguardando en su imaginación como papeles
históricos demande el guión del panegírico.
Y
lo peor es que nadie de su alrededor parece dispuesto a decirle que la
realidad se parece muy poco a lo que captan sus ojos. No hay nada de
distinguido en lo que piensan de él la mayoría de sus socios. Para la
CUP es el traidor que apuñaló el procés en el último minuto y estuvo a
punto de convocar elecciones autonómicas para eludir la declaración de
independencia que él mismo había prometido. Para ERC es el cobarde que
huyó de España en el maletero de un coche mientras Junqueras era
conducido a la cárcel en un furgón policial. Y para la mitad del PDeCAT
es el obstáculo que impide encontrar la solución política que acabe
cuanto antes con la onerosa vigencia del 155.
Conscientes de que a
un megalómano solo se le saca de su ofuscación hipertrofiando su ego,
los cabezas de huevo de la situación la han propuesto nombrarle
archipámpano de todas las cataluñas, con honores retroactivos y promesas
de pleitesía eterna, si permite que después se produzca la investidura
efectiva de un president que se encargue del día a día. Pincho de
tortilla y caña a que antes o después terminará aceptando el trato. Lo
hará, sin duda, porque la alternativa sería forzar unas nuevas
elecciones a las que no podrá presentarse porque el Tribunal Supremo le
habrá inhabilitado antes. ¿Qué pasaría entonces? ¿Cuánto tardarían el
olvidarle? ¿De qué viviría? ¿A qué dedicaría su tiempo libre mientras le
dure el chollo del exilio fingido? La salida honorífica le proporciona
un proyecto vital y una rica cámara mortuoria en una pirámide faraónica.
Mejor eso, desde luego, que el granero de Santa Elena.