INFOGRAFÍA DEL CONFLICTO MALVINAS
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martes, 8 de octubre de 2013
Año VII Buenos Aires, 3 al 9 de diciembre de 1968 Nº 310
Acabaron
 de develarse, entonces, las verdaderas intenciones de la gira de Lord 
Chalfont a las Malvinas: el Gobierno de Londres ha resuelto deshacerse 
de las islas, reconocer la soberanía argentina. Naturalmente, Lord 
Chalfont debía ocultar a sus compatriotas que la Corona los abandonaba; 
con ese fin, nada más diplomático —ni más inglés— que hacerles creer lo 
contrario. En la quincena próxima, ambos países tratarán de firmar un 
acuerdo sobre esta centenaria querella: no obstante, y aun si se 
entorpecen o dilatan las negociaciones, el éxito argentino y la 
capitulación británica son un hecho real 

La Devolución De Las Islas Malvinas 
Tal
 vez le sentaron los 28 grados de calor, a él, que venía del frío 
austral. El sábado a la tarde, cuando se entrevistó con el Canciller 
Nicanor Costa Méndez, Lord Chalfont acababa de cumplir la más ardua 
misión de su carrera diplomática: advertir a los 2.000 habitantes de las
 Malvinas que el Gobierno de Su Majestad ha resuelto abandonarlos. 
La conferencia con el Ministro fue un mero gesto protocolar requerido por el Palacio San Martín: un
 miembro del Gabinete que visitó las islas reclamadas por la Argentina 
no debía volverse a Londres sin pisar Buenos Aires: hacerlo, entrañaba 
una descortesía. Pero también fue un gesto protocolar el viaje a las 
Malvinas de Lord Chalfont, legislador y Secretario de Estado para las 
Relaciones Exteriores: las autoridades británicas no tenían que 
consultar a los súbditos malvineros, porque su decisión ya estaba tomada
 de antemano. Consiste en devolver un archipiélago que retienen, 
ilegalmente, desde 1833. 
Un par de meses atrás, el Foreign Office envió a Costa Méndez el 
borrador de un documento que, una vez aceptado por ambos Gobiernos, 
serviría de epílogo a los casi tres años de negociaciones bilaterales 
entabladas por consejo de la UN. Se trata de un plan de acción para la 
futura transferencia de las Malvinas a la órbita argentina, y la 
Cancillería inglesa ansiaba que quedara suscripto antes del arribo de 
Lord Chalfont a Puerto Stanley. Una lógica brizna de cautela, y la 
necesidad de estudiar el texto a fondo, demoraron la firma. 
En verdad, las opiniones se dividieron dentro del Palacio San Martín 
entre quienes preconizaban el acuerdo inmediato y quienes —como el 
propio Ministro— deseaban aguardar los resultados de la visita de Lord 
Chalfont y evitar que un exceso de premura desbaratase lo que tanto 
costó obtener. No cabe duda de que la gira del Secretario por las islas 
ha sido un barómetro indispensable, pese a que sólo tuvieron acceso a 
las discusiones los líderes de las Malvinas, encabezados por el 
Gobernador, Sir Cosmo Haskard, y los cinco periodistas que acompañaron 
al legislador desde Montevideo, en el navío Endurance. 
El Palacio San Martín conoce la posición inglesa: no necesitaba, por lo 
tanto, prestar oídos a las andanzas de Lord Chalfont; sin embargo 
importaba saber cómo se entendería con los convidados de piedra: los 
malvineros. Un repaso de los extensos —y a veces iracundos— despachos 
remitidos a Londres por los corresponsales, amén de ciertas 
declaraciones públicas del Secretario, permiten reconstruir su método 
admirable. 
Lord Chalfont indujo a sus compatriotas a contemplar una próxima asociación con la Argentina como la salida más favorable: la
 economía de las islas —basada sobre la cría de ovejas y la venta de 
lana— no se sostendrá por mucho tiempo. Es vital modificarla y 
desarrollar el archipiélago, amén de dotarlo de comunicaciones y 
adelantos de los que ya no puede carecer. Gran Bretaña, hundida en su 
propia crisis financiera, no cooperará con las Malvinas. Por lo tanto, 
entregar la soberanía es un favor de la Corona a estos súbditos. 
 Nicanor Costa Mendez
De paso, Lord Chalfont los amedrentó con la posibilidad de que, si no prosiguen las negociaciones con la Argentina, el Gobierno de Buenos Aires adopte una línea de acción más violenta. Conviene, entonces, no sólo aprobar las tratativas entre ambos países, sino alentarlas: su quiebra no dañará a Inglaterra sino a los moradores del archipiélago. Por otra parte, la Argentina se ha comprometido a preservar los intereses de los malvineros, su lengua y sus credos.
The Guardian resumió así: "[Lord
 Chalfont] divulgó el mensaje de que el porvenir de las islas y el de 
sus habitantes está vinculado con el vecino continental y no con un ex 
imperio distante miles de kilómetros". Dicho de otro modo: la devolución de las Malvinas es un hecho. 
El Gobierno quiere que cualquier arreglo con Gran Bretaña admita dos 
esenciales premisas: el reconocimiento de la soberanía argentina, aunque
 no se fije la fecha de la transferencia; y la de respetar los intereses
 del pueblo, no su voluntad, pues tal cosa significaría proponer a los 
malvineros como última instancia. 
Se trata de un reparo justo: no sólo porque, según se verá luego, las 
Naciones Unidas establecieron el respeto a los intereses, sino porque el
 pleito debe dirimirse de Gobierno a Gobierno. Ahora bien: la primera 
exigencia está contemplada en el documento de Londres; en cuanto a la 
segunda, una hojarasca de retórica impide todavía la definición 
rotunda. 
Los funcionarios argentinos vinculados con las negociaciones estiman que
 Gran Bretaña se allanará a retirar una cláusula en la cual se estipula 
que el traspaso de la soberanía se realizará "si los habitantes de las Malvinas dan su acuerdo". Cómo es notorio, la reincorporación de las islas al territorio nacional se hará en dos partes: la
 etapa inicial (de cuatro a ocho años, quizá se reduzca a dos) servirá 
para el mutuo acostumbramiento y la apertura del diálogo entre el 
archipiélago y el país; la segunda fase prevé la posesión. 
Si al cabo de la primera parte se solicitara el pronunciamiento de los 
isleños, la cláusula obraría como una trampa; además, el mandato del 
Partido Laborista vence en 1970, y los conservadores, que acaso ganen 
entonces, se oponen con ferocidad a la devolución del antiguo botín. 
La Argentina se apresta a no ceder, aunque su negativa rompa las 
gestiones bilaterales o las estanque. Inglaterra, a su vez, parece 
dispuesta a que el documento (o posición de acuerdo) se firme en los 
próximos veinte días. Serán veinte días de suspenso, aunque no lograrán 
cambiar el clamoroso final de la obra: la transferencia de la 
soberanía. 

ASÍ QUE PASEN CUATRO AÑOS
"Alguna
 vez, cuando me retire, quizás escriba la historia de estas 
negociaciones —ha dicho a un par de amigos el Canciller Costa Méndez—. 
No fueron menos tensas y sutiles que las de Kennedy y Kruschev durante 
la crisis de los cohetes cubanos." En
 todo caso, si bien es cierto que las tratativas por las Malvinas no 
hicieron peligrar la paz del mundo, significan para la Argentina el 
camino hacia una reivindicación de primera magnitud, hacia algo más que 
un mero triunfo diplomático. 
A falta de esa, historia, sólo cabe rememorar sus hitos conocidos. El 9 
de setiembre de 1964, José María Ruda, entonces consejero legal del 
Palacio San Martín, abre el fuego en las Naciones Unidas con un alegato 
de hora y media ante el subcomité III del Comité de Descolonización (O 
Comité de los 24, por el número de sus países miembros). Este cuerpo 
funcionaba desde 1961, pero la Argentina tardó, tres años en recurrir a 
él; según la leyenda, fue casi por azar que un funcionario descubrió las
 Malvinas en la lista de materias elaborada por el organismo: se ignora 
quién anotó allí las islas. 
El discurso de Ruda es un acopio dé evidencias abrumadoras. "Nuestro
 propósito —enuncia— es persuadir a la comunidad internacional de que 
las Malvinas son parte integrante del territorio argentino y que el 
deber jurídico y moral de Gran Bretaña es devolverlas a su verdadero 
dueño." Una vez más, el enviado de Buenos Aires recuerda que el 3 
de enero de, 1833 —a seis décadas de su retiro voluntario de Puerto 
Egmont, en favor de la Corona española— los ingleses se apoderaron por 
la fuerza de Puerto Soledad, en la Malvina Occidental, arriaron el 
pabellón argentino y expulsaron a sus gentes. 
Ruda presenta el caso ante el subcomité III (formado por delegados del 
Uruguay, Irán, Bulgaria, Italia, Costa de Marfil, Madagascar y 
Venezuela); un emisario británico refuta sus argumentos. Sin embargo, la
 Argentina obtiene un espaldarazo: el 18 de setiembre, ,el organismo 
recomienda al Comité de Descolonización que invite a los Gobiernos de 
Londres y Buenos Aires a gestionar una solución para el pleito; de 
hecho, deja sentada la existencia del diferendo, otra victoria. 
No son éstas las únicas novedades. Nunca, antes, los ingleses habían 
utilizado argumentos jurídicos para desdeñar los reclamos argentinos; en
 1834, el Vizconde Palmerston, en carta a Manuel Moreno, señaló que los 
títulos de posesión de las Malvinas provenían del descubrimiento y 
subsiguiente ocupación de las islas por parte de la Corona británica. En
 las sesiones de setiembre de 1964, se abandona esta tesis para esgrimir
 la de la prescripción. Argentina desecha el planteo ya que, desde 1834,
 los sucesivos Gobiernos exigieron la devolución de las Malvinas, 
interrumpiendo así el efecto de la prescripción. 
Sólo un año después del "alegato Ruda", el 17 de noviembre de 1965, el 
Comité de Descolonización hace suyo el veredicto del subcomité III y 
aconseja a los dos países que busquen un arreglo pacífico del conflicto,
 "teniendo en cuenta los intereses" de los malvineros. Ordena además, 
que en todas las comunicaciones y documentos se emplee la denominación 
de Malvinas, entre paréntesis, junto a la de Falkland. 
Otra larga espera es necesaria para que la idea de las conversaciones 
bilaterales cobre el máximo de solemnidad: el 16 de diciembre de 1965, 
con 94 votos a favor, ninguno en contra y 14 abstenciones (entre ellas, 
la de los Estados Unidos), la Asamblea General de la UN aprueba las 
negociaciones: tal, el contenido de la Resolución 2065. Al mes, en 
Buenos Aires, los Cancilleres Michael Stewart y Miguel Ángel Zavala 
Ortiz dan por iniciadas las tratativas en un comunicado conjunto. 
En la práctica, corresponde al Embajador Alejandro Lastra inaugurar los 
debates con funcionarios del Foreign Office (19-20 de julio de 1966). 
El cambio de Gobierno, en la Argentina, estanca las discusiones hasta el
 28 de noviembre, día en que son reasumidas por el nuevo Embajador, 
Eduardo McLoughlin. 
Al comienzo, la actitud británica reviste una extrema dureza; la 
serenidad y la cautela argentinas se vieron melladas por dos imprudentes
 demagogias: el aterrizaje en las Malvinas del piloto Miguel Lower 
Fitzgerald, el 8 de setiembre de 1964 (poco antes de que Ruda leyera su 
mensaje en Nueva York); y la desinflada invasión que intentó un grupo de
 17 hombres y una autora teatral el 28 de setiembre de 1966. 
En ambos casos, hoy es claro, hubo apoyo oficial; fue el Vicepresidente 
Carlos H. Perette quien bendijo la cruzada de Fitzgerald, que permaneció
 un cuarto de hora en Puerto Stanley para clavar una bandera argentina y
 entregar un manifiesto. El piloto tuvo que elegir entre asegurarse una 
dosis suficiente de combustible (un tanque auxiliar de 220 litros) o 
llevar un pasajero: Héctor García, propietario de Crónica y Así; optó 
por lo primero. En cuanto a la "Operación Cóndor", no caben dudas de la 
influencia y el respaldo financiero prestados por un par de sindicatos y
 empresas periodísticas, amén de la complacencia de ciertos generales 
del Ejército y funcionarios. 
Como
 es notorio, los 18 intrusos desviaron de su ruta a un avión de 
Aerolíneas Argentinas —en el que viajaban 35 pasajeros, uno de ellos, el
 editor García; otro, el Gobernador de Tierra del Fuego— y descendieron 
en Puerto Stanley empuñando armas automáticas; las rindieron a los dos 
días y hoy cumplen condenas diversas en el Sur. Como no hay dos sin 
tres, el miércoles último, cuando Lord Chalfont trataba de calmar la ira
 santa de sus compatriotas, García y Fitzgerald se descolgaban sobre 
Stanley. 
En
 febrero de 1967, el Poder Ejecutivo autoriza el montaje de una 
Dirección General de las Malvinas, en la Subsecretaría de Relaciones 
Exteriores. Ya entonces, los argentinos conocían el diseño de un escudo 
para las islas, que era propuesto a la Casa Rosada. Los ingleses, 
entretanto, se mostraban irreductibles; el 22 de marzo, el Foreign 
Office dijo: "El Gobierno británico no ha tomado en absoluto la decisión de abandonar su soberanía sobre el archipiélago".
 Pero la renuencia habría de ablandarse: una violenta crisis se ensañaba
 entonces con el Reino Unido, cundía el cisma dentro del Partido 
Laborista, y los sindicatos estorbaban las crueles medidas económicas de
 Harold Wilson. 

LA RESPUESTA BRITÁNICA
Ninguna
 de las fuentes consultadas por Primera Plana quiso revelar en qué 
instante preciso los ingleses se avinieron a cancelar su altanería y 
admitir su absoluto desinterés —estratégico y financiero— por las islas;
 la transición pudo comenzar, tal vez, hacia fines de 1967, cuando fue 
devaluada la libra esterlina y Gran Bretaña recordó aún más su 
presupuesto de defensa; o en el trimestre inicial de 1968, cuando el 
tempestuoso George Brown dimitió la Cancillería —que desempeñaba desde 
agosto de 1966— y Wilson volvió a ponerla en manos del templado Michael 
Stewart. 
Con todo, es injusto achacar los progresos en la negociación sólo a los 
desastres de la política interna de Gran Bretaña. Equivaldría a olvidar 
el brillante trabajo de persuasión cometido por los diplomáticos 
argentinos a las órdenes del Ministro Costa Méndez: el Embajador Ruda 
(44 años, casado, cinco hijos), quien encabeza la Misión Argentina ante 
la un desde febrero de 1966 y a quien se debe el exitoso fallo de Río 
Encuentro (ver Nº 208); su colega ante la Corte de Saint James, el 
brigadier McLoughlin; y el Embajador Ezequiel Pereyra, afincado en el 
Palacio San Martín, colaborador directo de Costa Méndez. 
la eficacia de este equipo y los trastornos ingleses construyeron un 
horizonte más luminoso en 1968. Ya en marzo, un grupo de malvineros 
lanza la voz de alarma: en
 una carta que reproduce la prensa londinense, acusan al Primer Ministro
 Wilson de urdir el inminente traslado de las Malvinas al dominio 
argentino. El Gobierno se defiende con robustas tiradas patrióticas; el propio Lord Chalfont jura, en la Cámara alta, que el Gabinete "se guía por un acendrado respeto a los intereses del pueblo" de
 las islas. Toca a Stewart, no obstante, asestar un inusitado golpe de 
esclarecimiento en los Comunes, el 28 de marzo último. 
El Canciller anuncia a los legisladores estos tres apotegmas: 
• Gran Bretaña está convencida de su soberanía sobre las Malvinas, pero 
la custodia de ellas reside en el Gobierno, no en los habitantes. 
Moraleja: no habrá plebiscito, como ocurrió en Gibraltar (setiembre, 
1967). 
• La Argentina también está convencida de sus derechos sobre las islas y
 este dato debe tenerse en cuenta si Inglaterra desea, en verdad, 
mantener buenas relaciones con ese Estado. (El cese de los envíos de 
carne, por un feroz brote de aftosa, habían enfriado notablemente las 
relaciones.) 
• "Si partimos del punto de vista de la necesidad de lograr un rnodus 
vivendi apropiado, este país debe prepararse a discutir el momento y las
 circunstancias en que, cumplidas ciertas ccndiciones, acordará ceder la
 soberanía [a la Argentina]." La cesión, según Stewart, debería formar 
"parte de un convenio que asegure una permanente y satisfactoria 
relación entre los isleños y la Argentina, en la cual no haya 
hostigamientos, ni vejaciones, ni inconvenientes; un convenio en el que 
se garanticen si la soberanía es transferida, la salvaguardia de los 
derechos especiales de los isleños, su descendencia, su lenguaje..." Ese
 convenio es el que ahora se debate. 
Que no se convocaría a un referéndum —como solicitaban los Diputados 
conservadores y las autoridades de las Malvinas— es un tema sobre el que
 insiste Wilson en abril, para después declarar que la Argentina conoce 
"la respuesta británica" a su larga lucha por la reconquista de las 
islas. Costa Méndez niega estar al tanto de respuesta alguna; es posible
 que la haya sabido, de labios de Stewart, durante las dos conferencias 
que mantuvo con él en Nueva York el 27 de setiembre y el 10 de octubre, 
mientras asistían a la Asamblea General de la UN. 
Toca
 al Daily Express, de Londres, informar que Gran Bretaña se dispone a 
transferir las Malvinas en un plazo de cinco a diez años; el Foreign 
Office desmiente, pero ahora es visible que el órgano conservador hace 
algo más que proselitismq. Faltaba, sin embargo, una evidencia inusual: 
la ofrece el viaje de Lord Chalfont. 
Otras evidencias florecieron en Buenos Aires, pero deben adjudicarse a 
razones comerciales; tres zambas dedicadas a las Malvinas inundaron de 
mal gusto las radios de la Capital, sobre todo las oficiales. 
Una de ellas ha sido escrita, en un módico rapto de inspiración, por el 
capitán Federico Eduardo Mittelbach, ex colaborador de Federico 
Frischknecht y de Raúl Puigbó; su última estrofa: "Apronta, niña 
adorable, / ponte prendas de domingo, / que tu coraje y mi sable / 
sobran para echar a un gringo". La música pertenece al joven Gabino 
Correa. 
José Adolfo Gaillardou (a) Indio Apachaca, unió su estro al compositor 
Mario Valdez para proferir la segunda zamba, que se halaga con estos 
ripios: "Son tus mapas insulares / que llaman clamando como manos, / son
 tus cielos y tus mares / que gritan todo el sur americano". Pero el 
record de audiencia y de venta fue para Zamba de las Malvinas, de Juan 
Pueblito y Roberto Casal, grabada hace dos años por Los Changos de Anta:
 "Una es la Gran Malvina / otra es la Soledad; / quien quiera cambiar su
 nombre / está faltando a la verdad , se inflama. 
Menos frívolo, 'El reto de las Malvinas',
 un estudio de Ronald Crosby (Editorial Plus Ultra, 72 páginas, 250 
pesos), agolpa curiosos datos sobre el archipiélago. Por ejemplo: hay 30
 estancias en el millón de hectáreas que suman las islas; la población 
registró su mayor abundancia en 1936, con 2.272 habitantes; en la 
actualidad hay 2.079, El sueldo más: bajo, en las estancias, es el de 
los peones generales: 386.400 pesos por año: el más alto, el de los 
capataces: 845.040 pesos. 
Sostiene Crosby que la incomunicación, el pésimo sistema de enseñanza, 
la falta de oportunidad en el trabajo, y de esparcimientos en la vida 
cotidiana son los principales factores que determinan la emigración de 
los malvineros, hacia otros sitios. Un Gobernador, ayudado por un 
Consejo Ejecutivo y un Consejo Legislativo, conduce los negocios 
públicos; un Consejo Municipal se ocupa de la administración de Puerto 
Stanley. Treinta infantes de Marina, renovados anualmente, protegen a 
los ciudadanos; una estación de radio sirve a 565 receptores, y un 
sistema alámbrico alimenta e 348 altavoces instalados en casas 
particulares. Hay un solo gremio, con 550 socios, y los servicios 
públicos calecen del personal necesario. Sobre este aislado territorio, 
de clima insoportable, reina la Falkland Island Company;
 fundada en 1851, controla el 46 por ciento de la tierra y ejerce un 
franco monopolio comercial: sólo cuatro estancias no liquidan su 
producción por medio de esta empresa. La FIC vende la mayor parte pe las
 provisiones que llegan a las islas (desde Montevideo, en los viajes 
mensuales del barco Darwin); a su vez, carga la lana y la transporta a Gran Bretaña, donde es subastada por la firma Jacombe-Hoare Company. 
EL PRESENTE GRIEGO
Lord
 Chalfont no cesó de recordar a sus compatriotas las amenazas que penden
 sobre la economía local: si bien los 627.000 ovinos originan un ingreso
 líquido anual de 800 millones de pesos (con 2.235.000 kilos de lana), 
la caída de los precios en el mercado mundial y el alza en los costos de
 la producción acabará con la única fuente de riquezas del archipiélago;
 entonces, la Corona deberá subsidiarlo. 
Pero el Gobierno de Londres —que se desprende de sus últimas posesiones—
 no puede brindar asistencia financiera, ni aun para intentar una 
diversificación de la economía; tampoco está en condiciones de ofrecer 
ayuda militar y ya no se interesa por las ventajas estratégicas de las 
islas. 
También señaló Lord Chalfont que la Corona "debe tener en cuenta los intereses británicos en la Argentina":
 en la decisión de Londres, el desdén por las islas corrió parejo con la
 voluntad de seguir cultivando las exportaciones hacia, la Argentina y 
el retorno de sus dividendos, así como la tranquilidad de las 
inversiones británicas en el país, que totalizan unos 1.500 millones de 
libras esterlinas. 
Si bien se mira, es un presente griego el que ha de recibir la Argentina
 cuando restituya las Malvinas a su patrimonio; comprometida a velar por
 los intereses de sus habitantes, y obligada a una segunda colonización 
argentina, necesita despeñar un verdadero alud de fondos y de coraje. 
De todos modos, parece sensato este juicio de un funcionario de Gobierno: "Cualquier gasto será pequeño con tal de obtener las islas y de convertirlas en otro pedazo de Argentina".No
 pensaba, en ese momento, en otra consecuencia atrayente: los réditos 
políticos que la devolución de las Malvinas dará al Gobierno que la 
consolide. 
