Fundación Atlas 1853
El corrupto progresismo
Roberto Cachanosky
Economista. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
Seguramente los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández
pasarán a la historia como uno de los más corruptos de la historia
argentina. Es puro verso eso de que con Néstor hubiese sido diferente.
Néstor Kirchner fue el que armó toda la arquitectura para transformar el
aparato estatal en un sistema de represión y persecución de quienes
pensaban diferentes, y también construyó un sistema de corrupción como
nunca se había visto, al menos en la Argentina contemporánea.
Si
algo tenemos que aprender los argentinos de estos 12 oprobiosos años de
kirchnerismo, es a desconfiar de todos aquellos que prometan utilizar
el estado para implementar planes “sociales”, y regular la economía en
beneficio de la sociedad.
Tampoco es casualidad que el gasto
público haya llegado a niveles récord. El gasto público fue la fuente de
corrupción que permitió implementar el latrocinio más grande que pueda
recordarse de la historia económica para que unos pocos jerarcas "k"
engrosaran guarangamente sus bolsillos al tiempo que hundían a la
población en uno de los períodos de pobreza más profundos.
Con
el argumento de la solidaridad social se lograron varios objetivos
simultáneamente: (1) Manejar un monumental presupuesto “social” que dio
lugar a los más variados actos de corrupción (sueños compartidos,
Milagro Sala, etc.). (2) Crear una gran base de clientelismo político
para asegurarse un piso de votos. O me votás o perdés el subsidio. Como
la democracia se transformó en una carrera populista, el reparto de
subsidios sociales se transformó en una base electoral importante. (3)
Crear millones de puestos de “trabajo” a nivel nacional, provincial y
municipal para tener otra base de votos cautivos. O me votas o perdés el
trabajo. Finalmente, (4) una economía hiper regulada por la cual para
poder realizar cualquier actividad el estado exige infinidad de
formularios y aprobaciones de diferentes departamentos estatales. Estas
regulaciones no tienen como función defender al consumidor como suele
decirse, sino que el objetivo es poner barreras burocráticas a los que
producen para forzarlos a pagar coimas para poder seguir avanzando
produciendo. Un ejercicio al respecto lo hizo hace años Hernando de
Soto, en Perú y se plasmó en el libro El otro sendero. La idea era ver
cómo la burocracia peruana iba frenando toda iniciativa privada con el
fin de coimear.
Manejar miles de millones de dólares en gasto
público, encima manejarlos bajo la ley de emergencia económica que
permite reasignar partidas presupuestarias por Decreto de Necesidad y
Urgencia (DNU) sin que se discuta en el Congreso el uso de los fondos
públicos, es el camino perfecto para disponer de abundantes fondos para
el enriquecimiento ilícito.
La clave de todo el proceso de
corrupción pasa, por un lado, por denostar la libre iniciativa privada y
enaltecer a los “iluminados” políticos y burócratas que dicen saber
elegir mejor que la misma gente qué le conviene a cada uno de nosotros.
Ellos son seres superiores que tienen que decidir por nosotros.
Establecida
esa supuesta superioridad del burócrata y del político en términos de
qué, cuánto y a qué precios hay que producir y establecida la
“superioridad” moral de los políticos sobre el resto de los humanos auto
otorgándose el monopolio de la benevolencia, se arma el combo perfecto
para regular la economía y coimear, llevar el gasto público con sentido
progresista hasta niveles insospechados para construir el clientelismo
político y la correspondiente caja y corrupción.
Quienes de
buena fe dicen aplicar política progresistas no advierten que ese
supuesto progresismo es el uso indiscriminado de fondos públicos que dan
lugar a todo tipo de actos de corrupción. En el fondo es como si
dijeran: no es malo el modelo kirchnerista, el problema no son las
políticas sociales que aplicaron, que son buenas, sino que ellos son
corruptos. Esto limita el debate a simplemente decir: el país no
funciona porque los kirchneristas son corruptos y nosotros somos
honestos.
Mi punto es que el debate no pasa por decir, ellos
son malos y nosotros somos buenos, por lo tanto, haciendo lo mismo,
nosotros vamos a tener éxito y ellos no porque nosotros somos honestos.
El debate pasa por mostrar que el progresismo no solo es ineficiente
como manera de administrar y construir un país, sino que además crea
todas las condiciones necesarias para construir grandes bolsones de
corrupción. El progresismo es el caldo de cultivo para la corrupción.
Por
eso no me convence el argumento que el cambio viene con una mejor
administración. Eso podría ocurrir si tuviésemos un estado que utiliza
el monopolio de la fuerza solo para defender el derecho a la vida, la
libertad y la propiedad. En ese caso, solo habría que administrar unos
pocos recursos para cumplir con las funciones básicas del estado.
Ahora
si el estado va usar el monopolio de la fuerza para redistribuir
compulsivamente los ingresos, para declarar arbitrariamente ganadores y
perdedores en la economía y para manejar monumentales presupuestos,
entonces caemos en el error de creer que alguien puede administrar
eficientemente un sistema corrupto e ineficiente.
En síntesis,
el verdadero cambio no consiste en administrar mejor un sistema
ineficiente y corrupto. El verdadero cambio pasa por terminar con ese
“progresismo” con sentido “social” que es corrupto por definición y
ensayar con la libertad, que al limitar el poder del estado, limita el
campo de corrupción en el que pueden incurrir los políticos. Además de
ser superior en términos de crecimiento económico, distribución el
ingreso y calidad de vida de la población.
Este artículo fue publicado originalmente en Economía Para Todos (Argentina) el 20 de junio de 2016.