Misterios en el castillo de Loarre
Hace mil años se erigió en el Pirineo aragonés una colosal fortaleza que hoy presume de ser el castillo románico mejor conservado de Europa. Luis Zueco novela cómo se llevó a cabo esta proeza y da respuesta a algunos enigmas aún sin resolver
¿Cómo construyeron en ese enclave montañoso del
Pirineo aragonés una cúpula en la iglesia sin parangón alguno en la
España de la época? ¿Cómo fueron a parar allí unas reliquias tan
destacadas como las de San Demetrio? A estas y otras preguntas Luis Zueco da su particular solución en «El Castillo» (Ediciones B), su última novela en la que aborda la proeza que supuso hace mil años la construcción de Loarre.
«Loarre es el prototipo de los castillos de
España», explica este novelista e historiador, vicepresidente de la
Asociación de Amigos de los Castillos de Aragón. «Aquí no tenemos los
castillos del Loira o el Rhin, más palaciegos. Los nuestros son
castillos militares, que es para lo que realmente servía un castillo, y
si se piensa en un castillo militar, Loarre cumple con todos los
requisitos de lo que es un castillo español», añade el escritor que
explica cuáles son estas características. La primera, «una ubicación que
al verlo dices: ¡madre de Dios, cómo lo pudieron construir allí!», la
cumple Loarre con creces. A mil metros, en la montaña pirenaica, es un
nido de águilas, un lugar estratégico que podría defenderse hasta sin
castillo como de hecho ocurre en la novela.
Es una fortaleza militar, que no está pensada
para vivir sino para albergar a una guarnición, sin fosos de agua, sino
defensa en altura. «Los españoles son castillos con muchas torres,
algunas de ellas albarranas (que se quedaban independizadas en caso de
ataque)...todo pensado para la guerra», describe Zueco.
Sancho III el Mayor mandó
construir este castillo como parte de la línea defensiva que protegía
los dominios del reino de Pamplona, en su máximo esplendor en aquellos
inicios del s.XI. A esa función militar, Loarre añadía un destacado
simbolismo, según este historiador, ya que «se construyó justo donde
acaba la montaña y empieza el llano, la hoya de Huesca».
Los cristianos de Loarre veían desde allí las huertas y las ricas
ciudades musulmanas, «lo que no tenían ellos, que malvivían en las
montañas, y eso incrementaba su deseo de conquista, algo muy importante
para un reino que quería crecer». Veinte años después, se había
conquistado Huesca y se estaba en camino de Zaragoza. «Ya se había
llegado al llano, que era el gran objetivo», señala Zueco.
Maestros lombardos construyeron el castillo primitivo con sillarejo,
utilizando la piedra a modo de ladrillo, como aún puede verse en la
parte más alta de Loarre. El autor de «El Castillo» relata cómo «en el
año 1000 los lombardos eran los que sabían construir esas iglesias y
castillos, pero en un momento dado desaparecen, no se sabe bien por qué,
dejando edificios a medio terminar. Algo pasó para que se fueran todos,
pero no se sabe a ciencia cierta».
El rito romano
Trabajadores locales que habían aprendido de
los lombardos quedaron al frente de la obra, apenas manteniendo lo
construido. Fue con el segundo rey de Aragón, Sancho Ramírez,
cuando Loarre experimentaría su impulso definitivo y cobraría gran
importancia religiosa. «El reino de Aragón era en aquella época vasallo
del reino de Pamplona, pero Sancho Ramírez hace una jugada maestra al ir
a Roma y convertir el reino en vasallo directo de Roma de forma que
nadie podía dudar ya de su legitimidad», explica Zueco. A cambio, Aragón
adoptó el rito romano que Roma había intentado sin éxito introducir en
los reinos y condados de la Península, donde el clero español seguía
fiel al rito mozárabe.
«La primera misa en rito romano fue en el monasterio de San Juan de la
Peña, próximo a Loarre, y la segunda o tercera sería en el castillo»,
afirma el historiador.
A su vuelta de Roma, Sancho Ramírez ordenó
construir en Loarre una gran iglesia, para la que no había espacio. Hubo
que ganar terreno a la montaña, se hizo un falso crucero, se habilitó
el acceso al castillo por debajo de la nave de la iglesia... «tuvieron
que pensar en mil soluciones arquitectónicas para encajar una iglesia
inmensa en un castillo militar».
El rey aragonés llevó a Loarre a una
congregación de monjes agustinos con los que llegó el arte románico. Se
trajo a escultores de Toulouse para realizar los 82 capiteles con que
cuenta la iglesia, con sus monos, grifos, basiliscos... hasta una sirena
que no deja de resultar chocante en el Pirineo.
Una bóveda sin parangón
Otro de los misterios de Loarre reside en la
bóveda de la iglesia, «sin parangón» en la Península en aquella época.
«La bóveda es el círculo que simboliza a Dios y cuando el rey se
colocaba debajo quedaba simbólicamente legitimado por Él», anota Zueco.
«No hay otra igual, pero quien construyó esa
cúpula tuvo que ver otra en algún sitio. En el año 1000, en el Pirineo,
no se iban a ir a Constantinopla a ver cómo está hecha Santa Sofía...
¿Cómo supieron construirla? De esas dimensiones y en el Románico, es la
más antigua», destaca el investigador, que en su novela ofrece su
solución.
En Loarre se vivió una dualidad
religioso-militar, según explica Zueco. Los soldados y los religiosos no
se cruzaban. Sus dependencias estaban separadas, con accesos diferentes
a la iglesia para unos y otros. «Es de las primeras veces en que
conviven monjes y soldados dentro de un conjunto religioso-militar, algo
curioso en una época anterior a las cruzadas y las órdenes militares»,
subraya.
¿Una portada oculta en la cripta?
Sancho Ramírez también encargó la construcción de una cripta para albergar las reliquias de San Demetrio,
que según la tradición llegaron milagrosamente hasta Loarre. «Era un
santo importante, que además era soldado, lo que encaja a la perfección
con que sus restos estén en un castillo y además da más fuerza al
enclave», señala Zueco.
Se cree que la portada de entrada del castillo,
que no se conserva actualmente, se reutilizó boca abajo en el suelo de
esta cripta. «Si algún día alguien se atreviera a levantar el suelo y
darle la vuelta igual nos aparecería la portada de entrada al castillo»,
aventura el historiador.
Hay cerca de 10.000 metros en Loarre, donde se
cree que estuvo la aldea de quienes trabajaron en su construcción, que
aún no ha sido objeto de ninguna excavación arqueológica. «Podría salir
de todo», cree Zueco, porque «Loarre se quedó suspendido en el tiempo».
La frontera avanzó y el castillo quedó solo como monasterio, pero no
llegó a tener gran magnitud y acabó por ser abandonado hacia el s.
XV-XVI.
«Si se hiciera una excavación se cree que
saldría una necrópolis, otras construcciones, mucho material... pero es
complicado porque no deja de ser un monumento turístico que visitan unas
100.000 personas al año», justifica.
Un homenaje a sus constructores
Los muros, pasadizos y salas de este castillo, donde se rodó parte de la película de «El reino de los cielos»
de Ridley Scott, se mantienen hoy tal y como estaban en el siglo XI,sin
luz eléctrica ni paneles informativos. Un lugar donde resulta fácil
imaginar a Eneca, Fortún y la multitud de personajes de esta novela
histórica de Zueco, que abarca el periodo en que se levantó la
fortaleza, entre el año 1027 y el 1082.
«Se construyó en unos 60 años, lo que pone más
en valor a la gente que llevó a cabo esta proeza, con los medios de
entonces. La novela es un homenaje no a los reyes ni a los nobles que
mandaron construirlo, sino a los constructores, carpinteros... y a las
mujeres que lo hicieron posible», explica el autor. Aquellos cientos de
personas de toda condición que se jugaron la vida en esta peligrosa zona
de frontera con la esperanza de progresar.
Este domingo se presenta en el castillo este
libro ambientado en Loarre en ese momento histórico tan apasionante como
fueron los inicios de la Edad Media, con la desmembración del reino de
Pamplona y el nacimiento del reino de Aragón frente a unas taifas aún
poderosas y un complejo entramado de alianzas y conquistas.