«Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere», afirmó el conquistador extremeño cuando se encontraba a las puertas del Imperio Inca. Solo 13 de los 112 hombres decidieron ser ricos y pasar a la Historia
Francisco de Pizarro, nacido en la localidad de Trujillo (Extremadura), era un hijo bastardo de un hidalgo emparentado con Hernán Cortés de forma lejana, que combatió en su juventud junto a las tropas españolas de Gonzalo Fernández de Córdoba en Italia. Existe el acuerdo historiográfico de considerarle hijo ilegitimo de Gonzalo Pizarro Rodríguez, un destacado hombre del Gran Capitán, pero lo cierto es que incluso su año de nacimiento es motivo de controversia. En 1502, se trasladó a América en busca de fortuna y fama, no siendo hasta 1519 cuando participó de forma directa en un suceso relevante de la Conquista de América. Francisco Pizarro arrestó y llevó a juicio a su antiguo capitán Vasco Núñez de Balboa, el primer europeo en divisar el océano Pacífico, por orden de Pedro Arias de Ávila, Gobernador de Castilla de Oro. El descubridor fue finalmente decapitado ese mismo año con la ayuda de la versión más oscura de Pizarro, la que alimenta en parte la antipatía histórica que sigue generando este personaje incluso en nuestros días.
Entre 1519 y 1523, Pizarro fue el alcalde de la colonia de Panamá, una insalubre aldea de covachas poblada por una horda de aventureros europeos; algo así como una sala de espera antes de lanzarse a las entrañas del continente en busca de tesoros. Estando en este cargo, el conquistador debió escuchar las historias que llegaban sobre un rico territorio al sur del continente que los nativos llamaban «Birú» (transformado en «Pirú» por los europeos). Frustrado por su mala situación económica y sus pocos logros profesionales, Francisco Pizarro, de 50 años de edad, decidió unir sus fuerzas con las de Diego de Almagro, de orígenes todavía más oscuros que el extremeño, y con las del clérigo Hernando de Luque para internarse en el sur del continente.
La primera expedición partió en septiembre de 1524, pero resultó un completo desastre para los 80 hombres y 40 caballos que la integraban. Hubo que esperar otros dos años hasta que Pizarro tomó contacto, al mando de 160 hombres, con los nativos del Perú. A la vista de que por fin había opciones de cubrirse en oro, Pizarro mandó a Almagro de vuelta a Panamá a pedir refuerzos al gobernador antes de iniciar la incursión final. Sin embargo, no solo le negó los refuerzos sino que ordenó que regresaran de forma inmediata. Fue entonces, en la isla de Gallo, cuando el extremeño trazó una línea en el suelo y, según los cronistas, afirmó: «Camaradas y amigos, esta parte es la de la muerte, de los trabajos, de las hambres, de la desnudez, de los aguaceros y desamparos; la otra la del gusto. Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere».
Los Trece de la Fama, hacia el Impero Inca
Solo 13 hombres, «los Trece de la Fama», decidieron quedarse junto a Pizarro en la isla del Gallo, donde todavía permanecieron otros cinco meses hasta la llegada de los pocos refuerzos que pudo reunir Diego de Almagro y Hernando de Luque, bajo el mando de Bartolomé Ruiz. Cuando estuvieron listos partieron hacia el sur, dejando enfermos en la isla a tres de los 13 al cuidado de los indios naborías venidos en la nave de Ruiz. Así y todo, esta primera expedición que alcanzó el Perú lo hizo a modo de exploración para sopesar las opciones lucrativas del territorio. Hubo que esperar hasta 1532 para que los planes militares del extremeño se materializaran.«Los 13 de la Fama» recibieron el título de hidalgos por su lealtad hacia Pizarro
No en vano, la dificultades que pasó el contingente de españoles, donde el calor y las enfermedades les acosó durante todo el trayecto, alcanzaron la categoría de legendarias cuando tuvieron que abrirse paso entre miles de incas, sin registrar una sola baja, con la intención de capturar al líder Atahualpa en Cajamarca. ¿Cómo fue posible que tan pocos pudieran vencer a tantos?, es la pregunta que ha causado fascinación en la comunidad de historiadores. «En Cajamarca matamos 8.000 hombres en obra de dos horas y media, y tomamos mucho oro y mucha ropa», escribió un miembro vasco de la expedición en una carta destinada a su padre. La superioridad tecnológica y lo intrépido del plan de Pizarro, cuyas intenciones no habían sido previstas por Atahualpa al estimar a los españoles como un grupo minúsculo e inofensivo, obraron el milagro militar.
El secuestro y muerte de Atahualpa, que no llegó a ser liberado pese a que los incas pagaron un monumental rescate en oro y tesoros por él como había exigido Pizarro, marcó el principio del fin del Imperio Inca. Sin embargo, lejos de la imagen de que el extremeño conquistó el Perú en cuestión de días, hay que recordar que la guerra todavía se prolongó durante toda una generación hasta que los últimos focos incas fueron reducidos. Esta guerra se benefició, de hecho, de los conflictos internos entre los conquistadores, que cesaron momentáneamente con la victoria de Pizarro y sus hermanos en 1538 sobre su otrora aliado, Diego de Almagro, que fue decapitado y despojado de sus tierras. Pero en un nuevo giro de los acontecimientos, los partidarios supervivientes de Almagro irrumpieron el 26 de junio de 1541 en el palacio de Pizarro en Lima y «le dieron tantas lanzadas, puñaladas y estocadas que lo acabaron de matar con una de ellas en la garganta, relata un cronista sobre el amargo final del conquistador extremeño.