El Gran Rescate español a Malta que puso fin a uno de los mayores asedios de la Historia
Durante cuatro meses la Orden de Malta sufrió el ataque de la poderosa flota turca y de sus tropas, en su mayoría jenízaros. Tras una defensa numantina, donde el fuerte de San Elmo congregó la mayor parte de la gesta, los malteses solo recuperaron el aliento cuando las galeras españolas pudieron romper el bloqueo naval y los tercios viejos desembarcaron
Como narra el historiador Rubén Sáez Abad en «El Gran Asedio Malta, 1565» (HRM ediciones, 2015), los orígenes de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén se remontan a 1084, cuando mercaderes de la república de Amalfi fundaron en Jerusalén un hospital para peregrinos. Tras participar en las grandes cruzadas en Oriente Medio, la explosión otomana forzó a los hospitalarios a retroceder hacia Occidente. En 1310, la Orden se encontraba asentada en la isla de Rodas –que suponía un punto clave a nivel geoestratégico– desde donde lanzaban ataques piratas contra los intereses turcos y contra barcos cristianos dedicados a la trata de esclavos. Su nueva faceta como corsarios provocó un arranque de cólera de Solimán «El Magnífico», que, al frente de un ejército de 200.000 hombres, sitió Rodas en 1522. Con la retaguardia a poca distancia, Solimán no tuvo excesiva dificultad en obligar a la Orden a capitular y abandonar la isla. Pero toda esperanza musulmana de ver desaparecida la Orden se esfumó siete años después cuando Carlos I de España cedió la isla de Malta a los hospitalarios.
La Orden de Malta, enemigo Nº 1 de los turcos
El nuevo enclave de Malta suponía una estocada en el costado del Imperio Otomano y una excelente posición geoestratégica. No en vano, los líderes de la orden se mostraron defraudados con la sede en un principio, puesto que sus recursos y posibilidades se imaginaban muy lejanos a los de Rodas. Debido al avance berberisco –encabezado por el mítico pirata Dragut–, las operaciones de la orden tuvieron que multiplicarse. Entre ellas, la defensa de Pollensa (Mallorca), que sufrió el ataque de Dragut en 1550. La virulencia turca alcanzó su cota en 1551. El corsario y el almirante turco Sinán invadieron la isla de Malta con unos 10.000 hombres. Sopesado como inútil el ataque debido a las descomunales defensas, Dragut detuvo la acometida y se trasladó a un objetivo más sencillo: la vecina isla de Gozo, donde bombardeó la ciudadela durante días. Finalmente, el gobernador de los Caballeros en Gozo –Galatian de Sesse–, rindió la ciudadela. El corsario turco tomó como rehenes a casi la totalidad de la población (unos 5.000 habitantes) para después dirigirse a Trípoli, junto con Sinán Bajá, donde expulsó fácilmente a la guarnición de caballeros malteses.El Gran Maestre de la Orden entonces, Juan de Homedes, vio la amenaza musulmana cada vez más inminente y ordenó reforzar el Fuerte de San Ángel en Birgu. Además contruyó dos fuertes nuevos: el de San Miguel, en el promontorio de Senglea, y el de San Elmo, que sería crucial en el famoso sitio de 1565. Los nuevos fuertes fueron diseñados según la traza italiana, que reservaba a la artillería un lugar predilecto.
España quedó herida en la isla de Djerba, tras perder a 10.000 soldados
San Elmo, la gesta que retrasó la conquista
Comprometidos en numerosos frentes, el virrey de Sicilia, García de Toledo –línea secundaria de la Casa de Alba– se limitó a enviar a un millar de arcabuceros cuando los malteses reclamaron su ayuda. En total, las fuerzas cristianas sumaban 4.920 soldados: 500 hospitalarios, 400 españoles pertenecientes a las compañías de Miranda y Juan de la Cerda, 600 italianos, 500 soldados de galeras, 500 esclavos de galeras, 2.000 milicianos malteses, 200 soldados griegos y sicilianos, 100 soldados de la comandancia.Frente a estas exiguas fuerzas, las huestes otomanas habían reunido una de las mayores flotas de invasión de la historia moderna: 131 galeras y medio centenar de barcos de menor calado, cargados con un completo tren de asedio. En lo referido a las fuerzas terrestres el número oscila, según la fuente, de 25.000 a 40.000 soldados. La propaganda cristiana elevó la cifra con el fin de resaltar la hazaña, lo cual hace imposible estimar las cifras reales reunidas por Solimán. De lo poco nítido es que entre los turcos se incluían 4.000 fanáticos religiosos y 6.000 jenízaros (la infantería de élite otomana).
Los otomanos contaban solo con una enorme desventaja: su mando estaba dividido entre el visir Mustafa Bajá y el almirante Pialí Bajá, que a su vez quedaban supeditados al corsario Dragut cuando llegara procedente de Túnez. En la disputa por seleccionar el primer objetivo se impuso el criterio de Bajá: atacar la fortaleza de San Elmo antes de centrarse en la ciudad principal.
La decisión de conquistar San Elmo bajo cualquier circunstancia fue a la postre una de las principales razones del fracaso turco. Un largo asedio lejos de las bases principales y con tantas bocas que mantener se vislumbró insostenible a cada semana que pasaba. «Los dos días estimados por Pialí para tomar San Elmo, cuando decidió acometerse el sitio, se estaban convirtiendo en una auténtica pesadilla para los mandos otomanos, que no encontraban la forma de reducir la resistencia de tan reducido enclave, por muchos medios humanos y materiales que concentraban en torno a él», explica Rubén Sáez en «El Gran Asedio Malta, 1565». Finalmente, el día 23 de junio, tras un mes de asedio y 6.000 muertos en las filas turcas se hicieron con su anhelado objetivo: ¡un amasijo de ruinas! Por el camino quedó el legendario Dragut, que, empeñado en impedir la llegada de refuerzos, fue alcanzado en su galera por un proyectil desde San Ángel.
La capital se salva de forma milagrosa
Incluso diezmadas, las fuerzas musulmanas seguían resultando aterradoras y durante todo el tiempo del bombardeo sobre San Elmo no habían aflojado el bloqueo marítimo. Por ello fue especialmente meritoria la venida amparada en la oscuridad del capitán español Juan de Cardona al frente de cuatro galeras y 600 soldados, la mayoría pertenecientes a la élite de los ejércitos españoles: los tercios españoles.En la ciudad se empezaban a vivir situaciones de hambre y podredumbre
El segundo asalto llevó al límite la resistencia de los malteses. Tras sufrir un bombardeo colosal, según una fuente turca se emplearon 130.000 balas de cañón, los muros de la ciudad a medio derruir recibieron dos ataques simultáneos el 7 de agosto. Con todo a favor de la causa turca y las huestes dentro de la ciudad, un golpe de suerte en el bando cristiano echó al traste la victoria musulmana. Así, la batida diaria del jefe de la caballería, Vincenzo Anastagi, se encontró por casualidad con el hospital principal de los otomanos, que, ante el ataque a su retaguardia, creyeron vislumbrar el desembarco de refuerzos españoles. No son gigantes sino molinos debió vociferar el visir al observar el repliegue turco. Paradójicamente, la legendaria caballería maltesa, que poco podía aportar en la defensa de las murallas pero tanta gloria había procurado a la Orden en el pasado, salvó a la ciudad cuando todo parecía perdido.
Sin interrumpir en ningún momento el bombardeo, los otomanos emprendieron sendos asaltos el día 19 y el día 31 de agosto, aprovechando que las lluvias de aquel día reducían efectividad a los arcabuceros cristianos. La situación dentro de la ciudad llegó a ser tan desesperada como para que el Consejo de Ancianos –órgano civil al mando de la ciudad– se retirara al Fuerte de San Ángel. Valette, no obstante, prefirió mantenerse en su posición, quizá sabedor de que los pulmones turcos no podían aguantar el aire eternamente.
El Gran Rescate español: Bazán a la cabeza
A principios de julio un joven miembro de la Corte del Rey Felipe II se escabullía por la noche de su residencia en Galapagar para tomar rumbo a Barcelona, donde una flota española se concentraba para dirigirse a Malta. Aquel joven era Don Juan de Austria y, aunque entonces se le impidió embarcar, pocos años después se encargaría de encabezar a la madre de todas las flotas enviadas contra el Imperio otomano. Y es que en Malta comenzó a cambiar el balance de fuerzas en el Mediterráneo o al menos así lo vio la Europa cristiana, que respondió con furia al grito de auxilio. García de Toledo planificó con los pobres recursos que disponía una escuadra de socorro en un tiempo razonable. El esfuerzo era aunar una flota de galeras, con capacidad de romper el bloqueo, y un grupo terrestre que pudiera hacer frente a las tropas musulmanas desplegadas.El rescate se hizo esperar, pero el día 7 de septiembre se dio el paso clave. Don Álvaro de Bazán, otro de los que resultaría clave en Lepanto, venció la línea de defensa turca con 60 galeras. Embarcada en la flota de rescate iban tropas del maestre de campo Gonzalo de Bracamonte, procedentes de Córcega, de Sancho de Londoño, venidas de Lombardía, y las de Álvaro de Sande, procedentes de Nápoles. El grueso de las fuerzas cristianas lo conformaba el Tercio de Sicilia, aportado por García de Toledo (por esas fechas gravemente enfermo de gota). El duque de Florencia y el de Génova también enviaron varias embarcaciones.
Una fuerza de 8.000 cristianos desembarcó el día 8 de septiembre en la bahía de San Pablo. En tierra, las fuerzas españolas formaron rápidamente los temidos cuadros de los tercios y emprendieron una marcha de tres días. Los turcos –estimando que se trataba solo de la avanzadilla de un ejército aún mayor– tocaron retirada. Sin embargo, en el último momento un soldado morisco se pasó a los turcos y les informó de que seguían en superioridad numérica. Mustafá suspendió el embarco y se preparó para el combate. Viendo al enemigo cerca, Álvaro de Sande –en punta de la vanguardia española– cargó sobre los turcos que iban a tomar posesión de una colina, con una única compañía de arcabuceros y sin esperar a ponerse la coraza o a recibir órdenes. Los desmoralizados turcos se convencieron rápido de que no había otra posibilidad que huir. El día 12, las últimas galeras turcas abandonaban la isla.
Hasta la conquista de la isla por Napoleón, los caballeros continuaron con su labor de corso
Hasta la conquista de la isla por Napoleón, los caballeros continuaron con su labor de corso. Cada año con menos recursos, la Orden se fue deshilachando poco a poco y su rol quedó desdibujado con el tiempo. En la actualidad, sus actividades se limitan a labores benéficas y a la defensa del patrimonio cultural.
Cinco preguntas a Rubén Sáez Abad
Experto en técnicas y máquinas de guerra de la Antigüedad, Rubén
Sáez ganó el Premio Nacional de Defensa 2004 en la modalidad de Historia
y Geografía militar. Su última obra «El Gran Asedio Malta, 1565» aborda
con precisión matemática la campaña turca y la maquinaria de asedio
empleada por éstos. El historiador nacido en Teruel responde para ABC
sobre las razones de la derrota musulmana.
-San Elmo es señalado como la perdición de los
turcos, ¿existía la posibilidad de pasar de largo y seguir la conquista
sin tomar este punto?
Se podía perfectamente evitar la toma de San Elmo, que era una
fortaleza peligrosa porque funcionaba como punto artillero. De alejarse
de su zona de disparo habría quedado como un simple espectador en la
contienda. Fue uno de los grandes fallos de los turcos, y el esfuerzo de
semanas de asedio a esta posición resultó un factor determinante en su
derrota final. Las tropas turcas pudieron atacar directamente, como
propuso Mustafá, la Capital Vieja Mdina, en el centro de la isla, y
desde allí dirigirse a los fuertes de San Ángel y de San Miguel.
-El enfrentamiento entre Pialí y Mustafa
influyó enormemente en la derrota, ¿cuáles serían las principales causas
del fracaso turco?
Uno de los mayores errores turcos es que Solimán dejó demasiada
autonomía a sus mandos sobre el terreno. El que hubiera un mando
separado hizo imposible en todo momento que alcanzasen un acuerdo sobre
la estrategia. El otro fallo importante es el mal uso de la fuerza
naval. La poderosa flota turca estuvo desaprovechada durante toda la
operación, y no se efectuaron ataques conjuntos entre la fuerza
terrestre y la naval.
-Se ha apuntado que de caer Malta toda Italia hubiera quedado expuesta, ¿cuál hubiera sido el impacto de la victoria turca?
Hay que entender el contexto de la época. El desastre español en
Djerba (batalla de Los Gelves) estaba muy reciente y la situación
cristiana era muy precaria. Si los turcos se hubieran hecho con el
archipiélago de Malta, que tiene los mejores fondeaderos del
Mediterráneo, hubiera conseguido una base desde donde asolar las costas
italianas en cuestión de días. Desde Estambul, en cambio, se perdían
varias semanas de navegación. El valor geoestratégico de Malta quedó
patente incluso en la II Guerra Mundial.
-El virrey de Sicilia, García de Toledo, ha sido tan criticado como
elogiado por su reacción (lenta para unos, prudente para otros) en el
envío de refuerzos y la organización del Gran Rescate.
Actuó con la prudencia necesaria dadas las circunstancias. Es
criticado por sus detractores por tener una reacción lenta, pero hay que
entender que el desastre español en Djerba estaba muy reciente. No
quiso arriesgar a otro desastre los pocos barcos con los que contaba. Y
solo autorizó el socorro cuando los medios navales y terrestres estaban
en condiciones de romper el bloqueo que sufría el archipiélago de Malta.
- Finalmente se rompe el bloqueo y los
tercios castellanos consiguen desembarcando, tiene lugar un
enfrentamiento entre tercios y jenízaros. Las batallas campales entre
ambas fuerzas de élite no fueron muy numerosas, pero aquí no hubo duda
de quién impuso su superioridad.
En la batalla por Malta los mandos turcos comenten error tras error
Desde la elección del punto del desembarco, el eterno asedio a San
Elmo, desaprovechar las prestaciones de su flota… y finalmente presentar
combate a la fuerza de rescate. Cuando los otomanos se percataron de
que la infantería trasladada por los españoles, cerca de 8.000 soldados,
no era tan numerosa como habían pensado en un primer momento, ordenaron
volver a desembarcar a 9.000 soldados, la mayoría jenízaros, para
hacerles frente. Los jenízaros estaban destrozados, con la moral por los
suelos y mal alimentados. Eran un espejismo de las tropas que habían
llegado a Malta meses atrás. En definitiva, los turcos ya habían perdido
el combate antes de que se librara.