Carta Abierta a Monseñor José María Arancedo – Por Marìa Lilia Genta
Excelencia:
He leído la homilía que VE pronunciara en la Misa de Apertura de la
107 Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina en el día de
ayer. En ella recuerda VE que está próximo a cumplirse el cuadragésimo
aniversario de la muerte del Padre Carlos Mugica, hecho que (son
palabras textuales) “está presente en la memoria de la Iglesia”. Añade
que el Padre Mugica fue víctima de un asesinato en una época triste de
nuestra historia; que “fue un sacerdote que vivió su fe y ministerio en
comunión con la Iglesia y al servicio de los más necesitados, que aún lo
recuerdan con gratitud, cariño y dolor”; y concluye pidiendo al Señor
que, “junto a la verdad y a la justicia” los argentinos avancemos por la
senda de nuestra reconciliación. Es respecto de este tema,
particularmente sensible, que deseo escribirle ahora.
Hace varios años, más precisamente el Viernes Santo de 1998, en el
texto de una de las estaciones del Vía Crucis celebrado aquel día en
Roma, se mencionaba de modo encomiástico a las Madres de Plaza de Mayo a
las que se ponía como ejemplo. Por cierto que en aquella época las
señoras aún no habían perpetrado su asalto y esquilmación del Estado
Nacional con los “Sueños compartidos” de la mano del “hijo” (no Jesús,
precisamente). En aquella ocasión, junto a otras señoras, familiares de
“ajusticiados” en esos mismos años 70, “duros y tristes”, por “jóvenes
idealistas” con quienes, como ha dicho el Papa Francisco, seguramente
los Pastores se habían equivocado al educarlos y acompañarlos en sus
“utopías”, integré una Comisión que pidió ser recibida por el entonces
Presidente de la CEA, el hoy Cardenal Karlic, quien accedió a recibirnos
y tras la entrevista nos remitió a nuestros respectivos obispos
ordinarios. Así fue que, en mi caso y el de otros familiares, fuimos
recibidos por el Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Bergoglio.
Monseñor Karlic nos atendió con una cortesía gélida, sin dedicarnos
una mirada ni menos una palabra de compasión o de misericordia. No digo
hacia mí, que apenas soy hija de uno de esos muertos, pero tampoco para
la Sra. Sonia Fernández Cutiellos, madre del Teniente coronel Horacio
Fernández Cutiellos, muerto en el copamiento de La Tablada, que al menos
era, y es, tan madre como las otras. En cambio, debo reconocer que
Monseñor Bergoglio nos recibió con la mayor calidez, comprensión y
misericordia, nos ofreció todas las parroquias de la Arquidiócesis para
que hiciéramos rezar misas y rosarios por nuestros familiares caídos;
sólo nos pidió que no rezáramos vía crucis para no aparecer como
oponiendo un vía crucis a otro, recomendación que, al menos en mi caso,
se cumplió. Aparte del hecho que acabo de relatar, en los años que
siguieron, siempre como parte de asociaciones de víctimas del
terrorismo, visité varios Obispos y en todos los casos encontré una
actitud cálida y misericordiosa, más allá de lo que cada uno pensara
políticamente.
Pero en esta ocasión, Excelencia, no sólo me acerco al Pastor como
hija, ya que lo soy de Jordán Bruno Genta, asesinado en la puerta de la
misma casa donde hoy vivo con mi familia (coincidentemente, también hace
cuarenta años de su muerte y aún nos estremece leer la carta que nos
enviaron sus asesinos, escrita por un cura o ex cura según se evidencia
en los conceptos allí vertidos). Esta vez me acerco, sobre todo, como
joven de los sesenta y setenta. Me acerco in memoriam de tantos miembros
de la Acción Católica en la que milité y de otros grupos católicos a
los que también pertenecí. Chicas y muchachos con los que compartí
misas, retiros, conferencias, actos públicos, guitarreadas y demás
actividades propias de aquella juventud. ¡Cuántos de ellos fueron
llevados a matar y morir por la encendida prédica del Padre Mugica y de
otros curas tercermundistas! A alguno de esos sacerdotes los conocí
personalmente, desde la infancia; es el caso del Padre Ricciardelli con
quien compartía parroquia y barrio.
En aquellos años trágicos, la Conferencia Episcopal Argentina, que VE
ahora preside, publicó un duro Documento advirtiendo sobre los peligros
y las desviaciones doctrinales que representaba el llamado Movimiento
de Sacerdotes para el Tercer Mundo del que el Padre Mugica era uno de
sus principales mentores.
Monseñor Arancedo: fue duro afrontar la muerte de mi padre después de
meses de amenazas; esto hizo pedazos a mis hijos. Pero mucho peor fue
enterarme de que un joven otrora católico, Juan Carlos Dios, fue quien
había puesto una bomba en un sonado atentado matando decenas de
personas, en nombre de la “revolución”. Sólo los curas pudieron haber
logrado semejante “conversión” suya pues resulta que, entre otras cosas,
me recuero sentada a su lado siguiendo un largo curso sobre Santo Tomás
en el que leíamos la Suma Teológica. Alargaría demasiado este escrito
si enumerara a todos los conocidos y amigos que siguieron idéntico
camino.
Tengo alguna certeza de que el Padre Mugica se arrepintió al final y
de que estaba preocupado por lo que había ayudado a construir.
Curiosamente, no suele hacerse mención a esta actitud de
arrepentimiento, pero qué bueno sería hacerlo en aras de la verdad
completa.
Antes de caer acribillado, mi padre comenzó a trazar la señal de la
Cruz; era domingo y se dirigía a escuchar misa. El Padre Mugica fue
asesinado después de celebrar misa. Espero que los jóvenes a quienes
arrastró con su prédica a la guerrilla y murieron en ella, tuvieran
tiempo de acercarse a Dios. Esta carta es abierta pues no tengo nada que
ocultar ni disimular; pero, primero, como corresponde, se la envío a VE
por medio del correo electrónico. Cuando fuera posible me gustaría
hablar con VE; estimo que es el consejo que nos ha enviado el Papa
Francisco a cuantos están en similar situación a la mía. Sería un buen
ejercicio de la “cultura del encuentro”.
En cuanto a conseguir la concordia nacional y la reconciliación de
los argentinos, invocada en su Homilía, allí van todos nuestros
esfuerzos como VE podrá apreciar si tuviere a bien observar la sostenida
actividad desarrollada por múltiples asociaciones (la Asociación de
Abogados por la Justicia y la Concordia, entre otras) que nos
representan.
Con afecto filial. Suya en el Señor.