Boudou, un pleito imparable para Cristina
Mala suerte. El mismo día que Cristina Fernández ordenó a Jorge Capitanich terminar con cierta tibieza kirchnerista y proteger a Amado Boudou, el escándalo Ciccone dio otro salto hacia la plena desvergüenza.
 El ex jefe de Asuntos Jurídicos del Ministerio de Economía, José Guillermo Capdevila, testigo clave en esa causa, huyó del país por miedo
  a las recurrentes amenazas, según describió en una carta. Esos 
aprietes habían trascendido la semana pasada, cuando dos hombres lo 
encerraron con un auto y un familiar suyo sufrió una persecución 
callejera.
Capdevila no es cualquiera  en la historia que 
embreta al vicepresidente. Como funcionario de carrera del Palacio de 
Hacienda se había ganado la confianza de Boudou. Fue quien le recomendó 
que no opinara sobre un pedido de moratoria de la ex Ciccone 
Calcográfica a la AFIP para intentar salvar su quiebra. El ministro hizo
 todo lo contrario  y Ricardo Echegaray lo terminó estampando en 
público cuando exhibió la nota de Boudou avalando la solicitud 
empresaria. Esas serían, apenas, algunas de las innumerables 
pruebas que tiene en su poder el juez Ariel Lijo, que debe convocar al 
vice a una declaración indagatoria. Fuentes judiciales indican que la 
AFIP habría arrimado con discreción nuevas evidencias, en ese trámite, que trasuntarían el inocultable interés ministerial. Un par de notas en las cuales le demandaba a Echegaray mayor celeridad.
El caso de Capdevila no es el primero que envuelve con cuestiones tenebrosas (las amenazas)
 el avance de la investigación. Antes había sucedido con Guillermo 
Reinwick, el yerno de uno de los fundadores de Ciccone, que resultó 
intimidado y recién se animó a declarar cuando Lijo lo incorporó al 
Programa de Testigos Protegidos. Fue quien aseveró que Boudou estuvo “detrás de la quiebra de Ciccone”. Un interrogante nacería del sentido común: ¿Por
 qué Capdevila no recibió igual trato? ¿Por qué motivo la inacción de la
 Justicia cuando ya hacía días que había comunicado intentos de 
persecución?
 Aquellas mismas fuentes indicaron que Lijo le 
daría la condición de testigo protegido en las próximas horas para que 
regrese y se presente a declarar.
La disciplina le jugó de nuevo 
al jefe de Gabinete una mala pasada. Repitió ayer por la mañana la 
convicción presidencial acerca de que el vicepresidente estaría 
sufriendo un “linchamiento mediático”.
 Cristina no habría 
quedado conforme con la vaselina que por el conflicto ensayó Florencio 
Randazzo. Menos con la admisión del titular de Diputados y nuevo 
presidenciable, Julián Domínguez, de que “no es bueno para el Gobierno 
que el vicepresidente figure todos los días en las tapas de los 
diarios”.
Seguirá estando,  porque las irregularidades en el origen y en el avance de la investigación por Ciccone siempre lo encuentran en el medio.
Habrá
 que observar la administración de los tiempos que hace Lijo antes de 
llamar a Boudou a la declaración indagatoria. El vice aseguró que su 
objetivo es que la causa progrese con rapidez para que se sepa todo.
Suena a un desafío bravucón o a un sincericidio:
 no podría ignorar que en el entrecruzamiento de llamados pedidos por el
 magistrado figuran los que hacía con el teléfono móvil de su secretario
 para dialogar con Alejandro Vandenbroele, su presunto testaferro, a quien afirma no haber conocido jamás.
Boudou
 está aislado en el Gobierno aunque reciba todavía alguna protección de 
parte de Cristina. Esa protección no sería por amor. Lo es por 
conveniencia: la Presidenta intenta ganar tiempo,  valida todos 
los artilugios que ensaya el vicepresidente en la Justicia, intercambia 
opiniones con su amiga Alejandra Gils Carbó, la procuradora General. 
Supone con cándida esperanza que si Lijo demora la citación y los meses 
que quedan del año se consumen, quedaría condicionado  para 
hacerlo en el 2015, pleno de elecciones cruciales. Gritarían a los 
cuatro vientos, como esgrimen Boudou y su defensa, que se trataría sólo 
de una causa con sustancia política. Lijo no piensa lo mismo  cada vez que revisa la parva de expedientes.
Una
 reciente coartada a Cristina no le funcionó. El pedido de 
sobreseimiento realizado por Boudou fue rechazado (2 a 1) por la Sala IV
 de la Cámara de Casación Penal. Era a priori un cuerpo fiable para los K
 pero una mayoría –ante el peso de las pruebas– optó por no inmolarse.
 El único que careció de ese margen fue Ricardo Borinsky, un juez que 
llegó a la Justicia impulsado por el ex vicejefe de la SIDE en épocas de
 la Alianza, Darío Richarte.
Su buffet de abogados aporta ahora defensores a Boudou.
 La Presidenta y su vice transportaron las ilusiones a la Sala I de la 
Cámara Federal, que debe considerar la validez o no en la causa de los 
familiares de Ciccone. Si los tumba, con probabilidad Lijo sufrirá 
complicaciones.
Cristina parece empeñada en ensayar en todos los frentes una estrategia ultradefensiva, asimilable al viejo catenaccio del fútbol italiano
  que inventó Nereo Rocco. Al tiempo que busca prorrogarle la vida 
política a Boudou, para salvar su propia ropa y responsabilidad, explora
 una sanción ejemplar contra el fiscal José María Campagnoli, que osó 
indagar en un tramo de la ruta clandestina del dinero del empresario K, 
Lázaro Báez, y hurgó en vínculos oscuros del hermano de la ministra de 
Seguridad, María Cecilia Rodríguez.
La hipotética lapidación de Campagnoli (su juicio político y destitución)
  no sería, bajo el cristal de una transición que tiende a complicarse, 
un episodio menor. Pretendería constituir un mensaje para todos los 
fiscales que sustancian denuncias sobre corrupción kirchnerista. 
Un aviso, además, a los dirigentes de la oposición que amagan con fundar
 en el 2015 una Conadep de la corrupción. Los únicos que insisten con 
hacerla, hacia adelante y hacia atrás de la década K, son los 
postulantes de la coalición del Frente Amplio con UNEN.
La suerte 
de Campagnoli, que ya fue suspendido, está en manos del Tribunal de 
Enjuiciamiento de Fiscales, cuya mayoría respondería a Gils Carbó. Uno 
de ellos, Rodolfo Ojea Quintana, pasó años en la Cancillería apañado por
 Jorge Taiana, con quien compartió épocas de cárcel. Ese pergamino lo 
catapultó como representante del Senado para enjuiciar a fiscales.
El
 plan para destituir a Campagnoli quedó al descubierto en la vidriosa 
reunión del Tribunal de Fiscales de ayer. Las primeras audiencias fueron
 fijadas para cuando arranque el Mundial de Fútbol. Faltan aún 20
 días para esa fiesta. Coincidiría también con la ausencia del fiscal 
Guillermo Marijuán, en uso de licencia, y pieza clave en la posible 
defensa de Campagnoli. Aquella alusión al catenaccio italiano, adoptado 
ahora por Cristina para el resguardo judicial, no parecería una simple 
casualidad.