El testimonio de los herejes
G. K. Chesterton
Así
podrían alzarse de sus tumbas los grandes heresiarcas para confundir a sus
camaradas de hoy día. No hay nada que los críticos afirmen ahora que no podamos
llamar a estos grandes testigos para que lo nieguen.
El
crítico moderno dirá bastante ligeramente que el cristianismo no fue sino una
reacción hacia el ascetismo y una espiritualidad anti-natural,
un baile de faquires furiosos contra la vida y el amor.
Pero
Manes, el gran místico, les contestará desde su trono secreto y gritará:
"Estos cristianos no tienen derecho a ser llamados espirituales; estos
cristianos no tienen ningún título para ser llamados ascetas; ellos, que se
comprometieron con la maldición de la vida y con toda la suciedad de la familia.
Por medio de ellos la tierra está aún manchada con frutos y cosechas y
contaminada con población. El suyo no era un movimiento contra la naturaleza,
pues de ser así mis hijos lo habrían llevado al triunfo; pero estos tontos
renovaron el mundo cuando yo lo habría acabado con un gesto".
Y
otro crítico escribirá que la
Iglesia no era sino la sombra del Imperio, la moda de un
Emperador de turno, y que permanece en Europa sólo como el fantasma del poder
de Roma.
Y
Arrio el diácono contestará desde la oscuridad del
olvido: "No, ciertamente, pues de ser así el mundo habría seguido mi
religión, que es más razonable. Porque los míos cayeron ante demagogos y
hombres que desafiaban a César; y alrededor de mi campeón estaba la capa
purpúrea y era mía la gloria de las águilas. No fue por falta de estas cosas
que yo fallé."
Y
sin embargo un tercer moderno mantendrá que el credo se extendió sólo como una
especie de pánico del fuego del infierno; hombres que por todas partes intentan
cosas imposibles huyendo de una increíble venganza; una pesadilla de
remordimiento imaginario; y semejante explicación satisfará a muchos que ven
algo terrible en la doctrina ortodoxa.
Y
entonces surgirá en contra la terrible voz de Tertuliano, diciendo, "¿Y
entonces por qué yo fui expulsado? ¿Y por qué blandos corazones y cabezas
decidieron en mi contra cuando proclamé la perdición de todos los pecadores? ¿Y
cuál fue este poder que me frustró cuando amenacé a todos los reincidentes con
el infierno? Porque ninguno anduvo nunca por ese duro camino tan lejos como yo;
y mío era el Credo Quia
Impossibile.”
Luego
está la cuarta sugerencia de que había algo de la sociedad secreta semita en
todo el asunto; que era una nueva invasión del espíritu del nómada sacudiendo a
un paganismo más amable y más cómodo, a sus ciudades y sus dioses domésticos,
para que las celosas razas monoteístas pudieran después de todo establecer a su
celoso Dios.
Y
Mahoma contestará desde el torbellino, el torbellino rojo del desierto,
"¿Quién sirvió jamás a los celos de Dios como yo lo hice, o quién lo dejó
más solo en el cielo? ¿Quién alguna vez tributó más honor a Moisés y Abraham o
ganó más victorias sobre los ídolos y las imágenes del paganismo? ¿Y qué fue
esa cosa que me rechazó con la energía de una cosa viva, cuyo fanatismo logró
sacarme de Sicilia y arrancar mis profundas raíces de
la roca de España? ¿Qué fe era la suya que arrastró a miles de toda clase y
país clamando que mi ruina era la voluntad de Dios, y que lanzó como una
catapulta al gran Godofredo contra los muros de Jerusalén, y que trajo al gran Sobieski como un rayo a las puertas de Viena? Creo que
había más de lo que usted imagina en la religión que se ha medido así con la
mía."
Aquellos
que sugerirían que la fe era un fanatismo están condenados a una perplejidad
eterna. En su versión ella aparece como fanática por nada, y como fanática
contra todo. Es ascética y está en guerra con los ascetas; es romana y está en
revuelta contra Roma; es monoteísta y lucha furiosamente contra el monoteísmo;
es áspera en su condenación de la aspereza; un enigma que no puede ser
explicado ni siquiera como absurdo.
¿Y
qué clase de absurdo es ése que parece razonable a millones de europeos cultos
a través de todas las revoluciones de unos dieciséis siglos? La gente no se
divierte con un rompecabezas o una paradoja o una mera confusión mental durante
todo ese tiempo.
No
conozco ninguna explicación salvo que semejante cosa no es el absurdo sino la
razón; que si es fanática, es fanática por la razón y fanática contra todas las
cosas irrazonables.
Ésa
es la única explicación que yo puedo encontrar de una cosa que desde el
principio es tan separada y tan segura, condenando cosas que se parecían tanto
a ella misma, rehusando la ayuda de poderes que parecían tan esenciales a su
existencia, compartiendo en su lado humano todas las pasiones de la época, y
sin embargo siempre en el momento supremo elevándose de repente por encima de
ellas, nunca diciendo exactamente lo que se esperaba que dijera y nunca
necesitando desdecir lo que había dicho. No puedo encontrar ninguna explicación
salvo que, como Palas del cerebro de Júpiter, había en verdad salido de la
mente de Dios, madura y poderosa y armada para el juicio y para la guerra.
(G. K.
Chesterton, fragmento del Capítulo IV de la Segunda Parte de: The Everlasting Man, Image Books, 18th. ed., New York
1955. Traducción de Néstor Martínez Valls, revisada
por Daniel Iglesias Grèzes).