La malvestida
Y no es que una sepa mucho de moda, salvo lo que alguna profesora
solidaria le transmitió en el colegio de señoritas: “no mezclar los
colores fríos con los cálidos”, “No mucho blanco en el invierno, ni
mucho negro en el verano”.
Pero hay cosas que no se explican ni se enseñan.
Ataviada con una edad que ya se fue no hay nada más triste que lucir la juventud a destiempo.
Y más triste que cualquier otra cosa es vestirse con los ropajes
ideológicos de lo que sólo se aprecia desde lejos, sin mucho compromiso
ni conciencia.
En las pasarelas de París o Milán nadie junta el luto con las joyas,
el llanto con la batucada, la pobreza con el Rolex Presidente.
La sobreactuación y el grotesco son los oropeles del payaso y ya se
ha sentenciado hasta el cansancio que de lo único que no se vuelve es
del ridículo.
Triste papel el de una sociedad que mira y espera, que cuenta los días como un preso, hasta que esta pesadilla se termine.
Si los que miramos y esperamos, sufrimos ¡Cuánto más sufren los que
miran este circo tras las rejas: pagando con su libertad por la nuestra!
Libertad que malgastamos, mirando y esperando que esta pesadilla se
termine.
Y acuden diariamente a otros tantos circos, donde un grupo de payasos
circunspectos -de riguroso traje- sobreactúan con seriedad fingida que
miente fe en la justicia y el derecho.
Malvestidos todos, todos nosotros, los que callamos y hasta los que gritamos, porque no gritamos suficiente.
Malvestidos de inercia. Malvestidos por una sociedad traidora que le
pone traje a rayas a los que la defendieron y corona a los que vilmente
la atacaron. Malvestidos por una cáscara vacía que alguna vez fue una
Nación que quisimos y hoy no la queremos. Porque no era así nuestra
Patria, no era así nuestra Argentina. No gobernaban los ladrones; no era
para esto que sangró San Martín y Belgrano murió pobre.
Contando los días como presos para que se vayan los peores y vengan
los menos malos, que no son buenos. Esperando que brote la esperanza, la
que brota del fracaso. La Esperanza que no llega, que se murió en una
Argentina malvestida, disfrazada de farsas y fantoches, de periodismo
ideológico -o militante que es lo mismo-; de periodismo que critica lo
que es; de jueces canallas comerciantes de la ley; de políticos
rastreros que ayer se vestían de rojo y hoy corren a cambiarse.
La malvestida nos muestra lo que somos: un grupo de ovejas asustadas
que aguanta cualquier cosa por inercia; esperando caerle como lobos
malvestidos de fiereza en cuanto su disfraz invulnerable se descorra.
Porque ella lo hizo antes malvestida de lealtad, hoy traiciona y será
traicionada en el futuro por los que aplaudían sus carnavales de
caretas.
La Argentina que dejan en harapos sólo renacerá desnuda de esta
mugre, apenas vestida con la celeste y blanca. Apenas, como si fuera
poco, con nuestra bandera de virtud, de amor, de sacrificio, de trabajo,
de honor y todo lo que debimos ser y que no fuimos para terminar -sin
llegar a estar desnudos- malvestidos de la nada.
Andrea Palomas-Alarcón