La noticia no pudo caer peor en Olivos. Cuando el cardenal francés Jean Louis Tauran anunció que el nuevo papa será el cardenal argentino Jorge Bergoglio, desde varios despachos de Balcarce 50 se escucharon exclamaciones de reprobación, estupor y sorpresa. "¡No!", salía un joven funcionario. "¡Ah, no puede ser!", se fastidió una compañera. Decenas de jóvenes salían a los pasillos internos a murmurar y a asimilar el impacto.
Eran las 16.08. La presidenta Cristina Kirchner estaba
en su mundo tuiteando en la residencia presidencial de Olivos sobre los
anuncios del día anterior sobre un plan científico. Según confiaron a LA
NACION fuentes oficiales, la mandataria no podía disimular, atónita, su
malestar y sorpresa por la elección de Francisco.
Sólo dos horas después, la Presidenta reaccionó y
difundió una carta, escueta y distante, con una felicitación y deseos de
suerte y en una "fructífera tarea pastoral". En forma simultánea, la
Casa Rosada anunció que el martes próximo la primera mandataria asistirá
en el Vaticano a la asunción del nuevo papa.
"En Dirección de Ceremonial se preguntaban si iría",
confió un funcionario que salía de ese despacho. No obstante, cerca de
la Presidenta aseguraron que "la relación institucional con la Santa
Sede se mantendrá firme". Pero deslizaron una frase que demuestra la
profunda contrariedad reinante. "Bergoglio ya dejó de ser Bergoglio...
ahora es el Papa." Sonrisas nerviosas, caras largas, decepción, llamadas
por teléfono celular y expresiones de indignación. "Somos un gobierno
revolucionario y el nuevo papa dijo que el matrimonio gay era parte del
plan del diablo", refunfuñó una funcionaria de corta edad.
Según confiaron fuentes oficiales a LA NACION, el ánimo
de los altos funcionarios no era mejor. La frase más escuchada: "¡No
podemos tener tanta mala suerte!".
La última vez que Cristina Kirchner se entrevistó con
el prelado fue el 17 de marzo de 2010 en su despacho de la Casa Rosada,
cuando recibió a la cúpula de la Conferencia Episcopal Argentina. Antes y
después, la tensión dominó la relación entre ambos.
La Presidenta viajó a distintas provincias todos los 25
de Mayo y a Tucumán todos los 9 de Julio -tradición que inauguró su
fallecido esposo, el ex presidente Néstor Kirchner- sólo para esquivar
las críticas homilías hacia el poder político que el ahora Santo Padre
solía pronunciar en el tradicional tedeum en la Catedral Metropolitana.
La carta a Bergoglio fue escueta, fría y distante: "Es
nuestro deseo que tenga, al asumir la conducción y guía de la Iglesia,
una fructífera tarea pastoral desempeñando tan grandes responsabilidades
en pos de la justicia, la igualdad, la fraternidad y la paz de la
humanidad. Le hago llegar a Su Santidad mi consideración y respeto".
Minutos después, el secretario de Comunicación Social,
Alfredo Scoccimarro, dijo que "la carta de la Presidenta es muy sentida"
mientras ingresaba en Tecnópolis. "Por supuesto, va a ir la Presidenta a
la asunción, no le quepa la menor duda", confirmó.
Una hora después, la Presidenta hizo un discurso en ese
predio y al referirse a Bergoglio sus adeptos le dedicaron una
silbatina.
En el Gobierno no creen que la entronización del
"cardenal opositor", como le decía Kirchner, pueda influir en la suerte
del kirchnerismo como expresión política. Pero lo encasillaron.
"Bergoglio es un señor claramente asociado al macrismo, amigo de
Gabriela Michetti", dijo una fuente oficial a LA NACION. Puertas adentro
lo vinculan además con la dictadura militar de los años 70.
Aunque la tensión era precedente, la ruptura con
Bergoglio se hizo definitiva cuando éste criticó al Gobierno en la
crisis del campo, en 2008, y rechazó el matrimonio gay y la ley de
identidad de género. El ahora Santo Padre siempre fustigó los índices de
pobreza, el uso electoral del clientelismo y el estado de crispación
social y la confrontación permanente del Gobierno.
Nunca se lo perdonó la Presidenta, que el 15 de febrero
pasado, en El Calafate, ironizó ante un cura amigo: "Mirá, decí que no
hay papisa, si no te estoy disputando algún lugar".