lunes, diciembre 17, 2012


PERIODISTAS Y PERIODISMO MAS ALLA DE LA LEY
Hugo Esteva
Pocas profesiones hay más modernas, en el verdadero sentido de la palabra, que el periodismo. Aunque con algunos antecedentes previos, creció después de la Revolución Francesa y llegó a nuestras tierras con la Revolución de Mayo. Desde entonces, consciente o inconscientemente, su tarea ha sido socavar el orden tradicional de las ideas. Su sola fugacidad (“No hay nada más viejo que el diario de ayer”, según vieja y acertada observación) marca su carácter superficial y efímero.
Eso no quiere decir que nada valga la pena entre lo periodístico, pero sí hasta qué punto hay que tomarlo con pinzas. A la inversa, personajes como Manfred Schönfeld y, en general, publicaciones como La Prensa mientras fue dirigida por Máximo Gainza durante el Proceso, fueron capaces de dejar principios y distinciones memorables entre la defensa práctica de los mejores valores de la patria y el negocio de subsistir. Claro, primó la necesidad de supervivencia y, como entonces el diario fue sancionado con la más dura ausencia de propaganda oficial, sobrevinieron la muerte de aquel espíritu y, prácticamente, la del diario.
El resto -y me refiero preponderantemente a La Nación y a Clarín-, cada uno a su modo, supo encontrar ese tono intermedio, “políticamente correcto”, que cultiva la mayor parte de los periodistas para halagar al gobierno que le toca. Y así como festejaron como triunfos cada uno de los préstamos que hizo crecer hasta eternizar la deuda externa, en tiempos de Martínez de Hoz; así también cambiaron de inmediato su idioma para adaptarse a la “democracia de derechos humanos” que se enseñoreó de la cultura ambiente con Raúl Alfonsín. Diarios, radios y televisión trocaron enseguida la “cassette” (no había CDs entoces) para adaptarse al poder dominante aquí y en el mundo. Los términos dictadura, represión, víctimas, reemplazaron a gobierno militar, guerra antisubversiva, comandos armados, sin solución de continuidad y como si tal cosa. Poco después, sometiéndose al ritmo que se impuso en Occidente, empezaron a condenar al terrorismo. Pero, eso sí, al terrorismo de afuera. Respecto de la subversión local de montoneros y erpianos, tan brutal y desaprensiva respecto de sus víctimas inocentes como los otros, jamás usaron el calificativo de terroristas que hubiera correspondido. Es que ya, poco a poco, aquellos terroristas (en particular los que habían sabido evitar jugarse la vida en el frente) empezaban a ocupar lugares de poder en la “cultura” que surgió a raíz de la derrota del país en las Malvinas.
Semejante mentalidad, por supuesto, incluye la sanción del silencio para el Nacionalismo argentino y para todo aquello que huela a verdadero interés por conservar viva a la patria. Nosotros no existimos, nuestra opinión no se pide ni se escucha (no vaya a ser que entusiasme a los compatriotas porque “demos bien” en televisión o en la prensa). A lo sumo aparecimos en las primeras planas, falsamente acusados de “fachos” mediante títulos catástrofe, cuando organizamos un pacífico Congreso de Historia del Nacionalismo, de alto nivel académico, destinado a recordar nuestro papel en más de medio siglo de lucha por lo mejor para los intereses del país, en 1998. O antes, cuando sin investigación ni fundamento alguno, nos acusaron de intentar el “magnicidio” de Alfonsín presidente, una verdadera contradicción en los términos.
Pero además, y esto como una entre las manifestaciones de pequeñez y sesgo ideológico gremial, la modalidad periodística promedio incluye callarse la boca cuando se persigue y se deja sin trabajo a un periodista como Nicolás Kasanzew por haberse jugado la vida en la guerra de las Malvinas y seguir defendiendo la causa.
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Esos son los grandes medios “independientes”. Independientes de todo, salvo de su habitual y progresiva tendencia por dar cabida a la destrucción de la familia, a la promoción de la homosexualidad y –críptica pero eficazmente- la cultura de la droga, a la clausura de la libertad de espíritu en nombre de la modernidad que les es innata.
Y, sin embargo, son preferibles a la sujeción grosera que pretende el gobierno de Cristina Kirchner para todos los medios de comunicación. Dejan algún resquicio para quien sabe leer, se les escapa alguna noticia esclarecedora, cuentan con algunos colaboradores honestos que respetan al prójimo al que se dirigen. A pesar de todo, no pueden sino dejarse instalar polémicas cuyo final no controlan y, a veces, son para bien.
En fin, que en contra de los esfuerzos de un gobierno digitado por varios de los peores nacidos al amparo de los medios (me refiero a los tipo Verbitsky o tipo Kunkel), es preferible seguirlos leyendo como son y como están. No sólo porque “más vale malo conocido…”, sino porque quizás el mal rato que están pasando los mejore un poco.