Durante las Cruzadas, su leyenda se difundió
grandemente, dando motivo a una extensa devoción y a múltiple
iconografía que representa a la santa con la rueda con la que fue
torturada y ataviada en tres colores: blanca, por su virginidad, verde
por su sabiduría, y roja por su martirio.
Desde hace unos años, la existencia histórica de Santa Catalina
ha llegado a ser puesta en tela de juicio por algunos sectores, que ven
en su figura una mera réplica literaria a la gran filosofía pagana,
igualmente alejandrina, de rabiosa actualidad, Hipatia.
Santa Catalina es patrona de múltiples
profesiones, entre las cuales la de oradores, filósofos, predicadores y
teólogos. Se celebra su fiesta se celebra el 25 de noviembre, hoy pues,
día de las “catalinadas”, que vinculan su figura a las solteras, a las
que procura marido. En tiempos era frecuente ver a muchas jóvenes
conocidas como las “catalineras”, ataviadas con sombreros en los que
predominaban los colores de la santa. En Jaén, ese mismo día se celebra
una romería al Castillo de Santa Catalina.
Pero la obra que mejor perpetúa la memoria de la santa no es otra que el famoso monasterio de Santa Catalina del Sinaí que guarda sus reliquias, emplazado en el lugar en el que, según la tradición, Moisés habló con Dios manifestado en forma de zarza ardiente, lugar en el que Santa Elena, madre del emperador Constantino, mandó elevar una capilla. Mismo lugar en el que, posteriormente, el emperador Justiniano
(483-565) construirá el actual monasterio. Y es que según quiere la
leyenda, fueron sus monjes los que hacia el año 800, al descubrir en una
gruta el cuerpo inerte de una joven, la identificaron con Catalina, depositada allí por los mismísimos ángeles.
La conservación en el monasterio de la que, según la tradición, es la zarza que vio arder Moisés,
convierte al sitio en lugar sagrado para las tres religiones
monoteístas, judaísmo, cristianismo e islam, devotas las tres del famoso
episodio narrado en el Exodo (ver Ex. 3, 1-4, 17).
Reza un documento en posesión del monasterio, escrito, según la tradición, de puño y letra por Mahoma,
el mismo Profeta habría dado su protección al monasterio tras recibir
en él refugio de sus enemigos. Gracias a este documento y a la mezquita
fatimí construída en el interior de sus muros, el monasterio perduró a
la conquista musulmana de la región. La mezquita no obstante está
cerrada, habiendo sido muy poco utilizada, entre otras cosas, por tener
una deficiente quibla, nombre por el que se conoce la preceptiva orientación de los templos musulmanes hacia La Meca.
El elemento que hace sin embargo más importante al
monasterio no es otro que su antigua y valiosa biblioteca, la cual
guarda la segunda colección de códices y manuscritos más importante del
mundo, sólo después de la de la Biblioteca Vaticana, con unos tres mil quinientos volúmenes escritos en griego, copto, árabe, armenio, hebreo, georgiano, siríaco y otras lenguas.
Por otro lado, el monasterio constituye la Iglesia ortodoxa del Monte Sinaí, encabezada por un arzobispo que no es otro que su abad, consagrado tradicionalmente por el mismísimo Patriarca ortodoxo de Jerusalén.