domingo 4 de marzo de 2012
LA PATRIA DESGARRADA
La República Oriental en las últimas décadas del siglo XX, fue escenario de la aparición de planteos críticos en contra de la “historia oficial” aceptada como dogma de fe en cuanto a que la Independencia de esta Banda fue “reconocida por la Convención Preliminar de Paz el 27 de agosto de 1828”. Ésta sería según la línea dominante en la historiografía uruguaya: la coronación de un camino de “predestinación” de los Orientales “y no un hecho fortuito de la diplomacia y menos todavía una fórmula artificiosa”.
La cosmovisión balcanizadora afirmada a finales del siglo XIX mostrando un Artigas separatista se sumaba al planteo que veía en Juan Manuel de Rosas un enemigo de los Orientales y al Presidente General Manuel Oribe un sicario del mal apodado “Tirano” de Palermo de San Benito. Esta fue la visión totalizadora que se impartió en los centros de enseñanza. Desde hace unos años respondieron a esa “historia ad usum delphinis” con una visión revisionista de la Patria Grande el hoy fallecido Carlos Real de Azúa y Guillermo Vázquez Franco, entre otros historiadores con los que formaron un haz junto a las plumas de la Banda Occidental.
Con alborozo, cuando se están cumpliendo 185 años de las Leyes de San Fernando de la Florida, escuchamos al Canciller Oriental Don Luis Almagro señalar que el verdadero sentido las leyes del 25 de agosto de 1825 “era pertenecer a las Provincias Unidas del Río de la Plata”. A ello agregó, con justeza histórica, (nobleza obliga reconocerlo) “que se trataba de un acto de identidad local en el marco de un proyecto regional amplio y generoso”. Ciñéndose a la verdad, expresó con contundencia: “La historia escrita hará primar la idea de independencia como factor diferenciador, pues la Banda Oriental debió seguir el rumbo que le imponían los tratados internacionales. Era el destino elegido por otros y no el forjado en los campos de batalla”.
El muy buen discurso que, como se ha señalado, no registra antecedentes en un acto oficial, fue objeto de observaciones poco convincentes. Tal el artículo que envió a la revista “Búsqueda” el ex Presidente uruguayo Dr. Julio M. Sanguinetti, publicado el 9 de septiembre, y en el que expresa refiriéndose a las Instrucciones de 1813: “nuestro proyecto era el de confederación (alianza de soberanos) y no un Estado federal (soberanía única con autonomías relativas)”. Tal afirmación se ve desmentida por Francisco Bauzá cuando en el tomo III de su obra “Historia de la Dominación…, etc.” estampa que Artigas “estatuía la Confederación de la B. Oriental como paso preliminar al establecimiento de un gobierno común…” Poco más adelante el Dr. Sanguinetti escribe, en referencia a Inglaterra, que ésta “sólo procuraba la paz para comerciar”. Las afirmaciones expuestas por el articulista, sumadas a otras que no podemos transcribir por su extensión, exigen que buscando la verdad histórica entremos en la liza. Veamos.
Nuestra Independencia nació desconociendo un proceso que fue de fidelidad al tronco y los ancestros, manteniéndonos dentro de la Ecumene del Plata, expresión geopolítica cuya ruptura fue crimen de Lesa Patria. Descuartizamiento que Inglaterra propugnó forjando la siniestra red de la que resultó la Convención Preliminar de agosto de 1828, rubricada en Río de Janeiro. Allí estaba, en las sombras, John Ponsomby, el maquiavélico “mediador” que amputó nuestro territorio negándole ser uno en la argentinidad. Vocación nacida con el alumbramiento de estas regiones en tiempos de los Reinos de Indias con el César Carlos I de las Españas y NO de Coloniaje materialista como se ha afirmado con sentido equívoco. Unidad a la que jamás había imaginado renunciar.
Un ejemplo notorio lo encontramos con Artigas, quien marcó claramente su disposición en la reunión de Tres Cruces, el 5 de abril de 1813, en momentos de designar los diputados que lo representarían en Buenos Aires. Muy clara fue su expresión en un párrafo destacado de su discurso: “ni por asomo la separación nacional”, sentimiento que reiteraría varias veces en 1815. Una de ellas a Nicolás Herrera, ministro de Carlos María de Alvear, y poco después, a Blas Pico y José Rivarola, enviados del Director Supremo Álvarez Thomas cuando otra vez dijo NO a la Independencia de la Provincia Oriental propuesta por los delegados de la jerarquía Directorial.
Con empecinamiento notable (permítaseme la expresión) mantuvo el planteo en los treinta años de su ostracismo paraguayo. A este respecto —como muy bien señala Vázquez Franco— cuando en una especie de reportaje se le preguntó por qué no volvía a su Patria independiente, el anciano Caudillo contestó: “Yo ya no tengo Patria”. Rechazaba de esta manera con fuerza, a la Convención anglófila y pese a que los dados estaban echados (corría 1845 año de las agresiones del imperialismo franco británico) para el otrora Protector, la Patria era Una, Grande y Libre, la misma que años antes fuera el Reino del Río de la Plata. Con esa afirmación desconocía la amputación mediatizadora. Tan notable era su repudio al engendro inglés, así como su visión estratégica, que no aceptó el ofrecimiento de Carlos Antonio López para comandar el ejército paraguayo en la guerra contra Don Juan Manuel de Rosas que preparaba Asunción, haciendo torpe juego a los Braganza. Con sangre pagarían los paraguayos años después desconocer la unidad de las tierras y de los hombres siempre presentes en la raza, como lo probó “el crimen de la Triple Alianza” de Britania, Mauá, Rotschild y sus sicarios Venancio Flores, Bartolomé Mitre y Pedro II.
Pero continuemos el relato lineal luego que de la escena política desapareciera Artigas en 1820. Así, el intento de 1823 contra el usurpador brasileño. Sublevación que fracasó ante la negativa de apoyo expresada por el Bernardino Rivadavia justo en el instante en que el Cabildo de Montevideo, con fecha 29 de octubre, había declarado por enésima vez, su decisión irrevocable de Unidad Platense. En los dos años siguientes se preparó la reivindicación de la filiación oriental. Juan Antonio Lavalleja fue el jefe en la “Quijotesca empresa” (Busaniche dixit) contando con el apoyo de Tomás Manuel de Anchorena y de Juan Manuel de Rosas, quien relatará en 1868: “Recuerdo al fijarme en los sucesos de la Banda Oriental la parte que tuve en la empresa de los Treinta y Tres… procedí en un todo de acuerdo con el Ilustre General Don Juan Antonio Lavalleja y fui yo quien facilitó gran parte del dinero para la empresa…” En este sentido se expresa el citado historiador Busaniche: “Rosas, como hombre no sospechado por los brasileños había estado en Santa Fe y Entre Ríos interesando a Estanislao López y a León Solá. Llevando cartas de Lavalleja a los hermanos Oribe cruzó la campaña Oriental con el pretexto de adquirir campos en la zona del Bequeló, pero en realidad para establecer las bases de la insurrección...” Ella dio comienzo el 19 de abril de 1825 con el desembarco en la Playa de la Agraciada acompañando el manifiesto que decía: “Argentinos orientales: Las Provincias hermanas sólo esperan vuestro pronunciamiento para protegeros en la heroica empresa de reconquistar vuestros derechos. La gran Nación Argentina de que sois parte tiene gran interés en que seáis libres”.
Dos meses después la Cruzada matrera establecía su gobierno en San Fernando de la Florida y llamaba a los Cabildos de la Provincia para que enviaran delegados “con poderes con el fin de decidir la reincorporación”. Ésta se proclamó el 25 de agosto con la ley que expresa claramente: “La Sala de Representantes… declara que su voto general constante y solemne es y debe ser por la unidad con las demás Provincias Argentinas a las que siempre perteneció por los lazos más sagrados que el mundo conoce…” Y luego volvió a resonar la tradición en la voz del Brigadier General Juan Antonio Lavalleja dirigiéndose a las ciudades con Cabildo: “¡Pueblos! Ya están cumplidos vuestros más ardientes anhelos; ya estamos incorporados a la Nación Argentina…” La Guerra con el Imperio de Pedro I se presentó como preocupante situación para el interés británico que creyó posible una victoria de las Provincias Unidas del Plata. Por eso hizo su aparición en Buenos Aires el altanero y donjuanesco John Ponsomby, Barón de Imokilly, como “mediador” pero en realidad para segregar la estratégica Provincia Oriental. El plan había sido esbozado por Canning, quien le manifestara al enviado inglés el 28 de mayo de 1826: “Arroje cualquiera el más rápido vistazo sobre el mapa y verá que el comercio de todo el antiguo Virreinato de Buenos Aires y todas las tierras vecinas hasta la cordillera dependen para salir al mar de la libre navegación del Plata y que cualquiera que se adueñe de la Banda Oriental y Montevideo puede abrir o cerrar a los otros el Río de la Plata” (L. A. de Herrera: “La Misión Ponsomby”, Eudeba, 1974).
Cortar el nudo gordiano era, según Canning: “Que la ciudad y territorio de Montevideo se hicieran independientes de cualquier país en una situación semejante a las de la ciudades hanseáticas de Europa” (Herrera: “La Misión…”, etc.). Toda la diplomacia del inglés, con sus dobles agentes “el bribón” (San Martín dixit) Manuel José García y el psicofante Pedro Trápani (socio comercial de Ponsomby), se volcó a preparar la segregación Oriental. No teníamos otro destino que el señalado a Bremen y Hamburgo para el Báltico o el de Gibraltar para el Mediterráneo. A los problemas de la Patria se agregaron las maniobras financieras de los comerciantes ingleses y los metecos criollos manejando las libras del usurario préstamo que Rivadavia contrajera con el Baring Brothers Bank. Todo desembocó en la insolvencia, la inflación y el curso forzoso.
Algo similar sucedía en el Brasil enfeudado a los préstamos de la Banca Rotschild. En medio de los enjuagues delictivos, Rivadavia —sedicente Jefe del Ejecutivo— le decía a Ponsomby lo que éste informaba a Canning en Octubre de 1826: “Está convencido que la Paz es necesaria y que tal vez sea mejor que la Banda Oriental sea separada…” La coacción era el arma que el Foreing Office utilizaba cada vez con mayor fuerza. Y llegó a la impúdica amenaza. El Vizconde de Itaboyana, embajador del Imperio en Londres, hacía conocer sin eufemismos su reunión con Canning: “Me intimidó que si el Brasil no hacía la Paz con Buenos Aires, es decir que si no cede la Banda Oriental, Inglaterra se declararía a favor de Buenos Aires y contra Brasil…” Mientras, en estas latitudes, Ponsomby, en un alarde de cínica franqueza, le espetaba a Roxas y Patrón, Secretario de Relaciones de las Provincias Unidas: “Europa no consentirá nunca que sólo dos Estados, el Brasil y Argentina sean dueños de las costas orientales de América del Sur” (Herrera, op. cit.).
Mientras así se continuaba la “negociación “el gabinete de Buenos Aires intentó una nueva acción. Así le dice a sus delegados Guido y Balcarce en nota RESERVADA el 26 de julio de 1828: “…el gobierno cree que las últimas ocurrencias con motivo de los tumultos de las tropas extranjeras, los avances de la expedición del norte que hace su movimiento sobre Río Pardo que amenazará a Porto Alegre y que aumentando nuestra fuerza naval a órdenes del Almirante Brown lo ponen en la necesidad de separarse de toda idea cuya tendencia sea la absoluta independencia de la Banda Oriental y formación de un Estado Nuevo…” A lo que los generales Guido y Balcarce contestan torpedeando las consideraciones llegadas con la firma del General José Rondeau. Así decían: “Finalmente la base de independencia absoluta libra a la República Argentina de una guerra doméstica con la Provincia Oriental y la libra con honor y provecho de ambas, pues ahora no es la Provincia de Montevideo la que lo exige, ni la República Argentina la que difiere su solicitud, sino LA DE UN PODER TERCERO QUE TIENE POSESIÓN Y DERECHOS PROBABLES QUE HACER VALER, FUERZA QUE APOYARLOS Y TÍTULOS EN SU MISMO DESPRENDIMIENTO, CON QUE ALGÚN DÍA ENAJENARÍA TAL VEZ LA AFECCIÓN DE LOS ORIENTALES EN PERJUICIO DE LA ARGENTINA COLOCÁNDOLA EN MAL PUNTO DE VISTA CON ELLOS MISMOS POR LA LIBERALIDAD CON QUE CARACTERIZARÍAN LA RESISTENCIA INESPERADA DE LA ARGENTINA A FORMAR DE LA ORIENTAL UN ESTADO INDEPENDIENTE” (Ernesto Quesada: “Archivo de la Familia Guido”) (resaltados nuestros).
Es indignante el entreguismo de los comisionados. Finalmente se cumple el objetivo inglés con la firma de la Convención Preliminar de Paz, el 27 de agosto de 1828. Nada importaba la sangre derramada en Rincón, Sarandí, Juncal, Camacuá, Ituzaingó y en la conquista de las Misiones Orientales, episodio que había jaqueado al Imperio haciendo temblar a Pedro I. El General Fructuoso Rivera, que encabezó victoriosamente esa fulgurante campaña, mostró su indignación y así escribía a su amigo Gregorio Espinosa: “¡Qué gloria se han robado a la República Argentina!… Algún día saldrán los pueblos del letargo en que los tiene sumidos la embriaguez de una paz, la más ominosa y que jamás se podrá hacer otra cosa igual por mucho que se trabaje en imitarla…”, agregando: “Se corre precipitadamente a la Corte del Janeiro a ofrecer una paz humillante para el vencedor…”
Fenecía la tercera década del siglo XIX. Ayacucho ya era historia y el heroico Brigadier Pedro Antonio de Olañeta caía asesinado en el Alto Perú cuando continuaba la lucha para impedir que el Imperio de Isabel y Fernando, los Católicos Reyes del Yugo y las Flechas, cayese en manos de los mercaderes del Támesis.
Era el formidable Sacro Imperio Romano Hispánico que, extendiéndose desde California hasta la Antártida, resistiendo durante trescientos años los ataques del enemigo, se hundía para convertirse en veinte republiquetas balcanizadas orbitando en el Imperio Británico. En el derrumbe, asimismo, nuestro Río de la Plata con Montevideo y la Banda Oriental serían convertidos por más de un siglo, en factoría informal de la City londinense, “Ad maiorem Gloriam Britania”.
La cosmovisión balcanizadora afirmada a finales del siglo XIX mostrando un Artigas separatista se sumaba al planteo que veía en Juan Manuel de Rosas un enemigo de los Orientales y al Presidente General Manuel Oribe un sicario del mal apodado “Tirano” de Palermo de San Benito. Esta fue la visión totalizadora que se impartió en los centros de enseñanza. Desde hace unos años respondieron a esa “historia ad usum delphinis” con una visión revisionista de la Patria Grande el hoy fallecido Carlos Real de Azúa y Guillermo Vázquez Franco, entre otros historiadores con los que formaron un haz junto a las plumas de la Banda Occidental.
Con alborozo, cuando se están cumpliendo 185 años de las Leyes de San Fernando de la Florida, escuchamos al Canciller Oriental Don Luis Almagro señalar que el verdadero sentido las leyes del 25 de agosto de 1825 “era pertenecer a las Provincias Unidas del Río de la Plata”. A ello agregó, con justeza histórica, (nobleza obliga reconocerlo) “que se trataba de un acto de identidad local en el marco de un proyecto regional amplio y generoso”. Ciñéndose a la verdad, expresó con contundencia: “La historia escrita hará primar la idea de independencia como factor diferenciador, pues la Banda Oriental debió seguir el rumbo que le imponían los tratados internacionales. Era el destino elegido por otros y no el forjado en los campos de batalla”.
El muy buen discurso que, como se ha señalado, no registra antecedentes en un acto oficial, fue objeto de observaciones poco convincentes. Tal el artículo que envió a la revista “Búsqueda” el ex Presidente uruguayo Dr. Julio M. Sanguinetti, publicado el 9 de septiembre, y en el que expresa refiriéndose a las Instrucciones de 1813: “nuestro proyecto era el de confederación (alianza de soberanos) y no un Estado federal (soberanía única con autonomías relativas)”. Tal afirmación se ve desmentida por Francisco Bauzá cuando en el tomo III de su obra “Historia de la Dominación…, etc.” estampa que Artigas “estatuía la Confederación de la B. Oriental como paso preliminar al establecimiento de un gobierno común…” Poco más adelante el Dr. Sanguinetti escribe, en referencia a Inglaterra, que ésta “sólo procuraba la paz para comerciar”. Las afirmaciones expuestas por el articulista, sumadas a otras que no podemos transcribir por su extensión, exigen que buscando la verdad histórica entremos en la liza. Veamos.
Nuestra Independencia nació desconociendo un proceso que fue de fidelidad al tronco y los ancestros, manteniéndonos dentro de la Ecumene del Plata, expresión geopolítica cuya ruptura fue crimen de Lesa Patria. Descuartizamiento que Inglaterra propugnó forjando la siniestra red de la que resultó la Convención Preliminar de agosto de 1828, rubricada en Río de Janeiro. Allí estaba, en las sombras, John Ponsomby, el maquiavélico “mediador” que amputó nuestro territorio negándole ser uno en la argentinidad. Vocación nacida con el alumbramiento de estas regiones en tiempos de los Reinos de Indias con el César Carlos I de las Españas y NO de Coloniaje materialista como se ha afirmado con sentido equívoco. Unidad a la que jamás había imaginado renunciar.
Un ejemplo notorio lo encontramos con Artigas, quien marcó claramente su disposición en la reunión de Tres Cruces, el 5 de abril de 1813, en momentos de designar los diputados que lo representarían en Buenos Aires. Muy clara fue su expresión en un párrafo destacado de su discurso: “ni por asomo la separación nacional”, sentimiento que reiteraría varias veces en 1815. Una de ellas a Nicolás Herrera, ministro de Carlos María de Alvear, y poco después, a Blas Pico y José Rivarola, enviados del Director Supremo Álvarez Thomas cuando otra vez dijo NO a la Independencia de la Provincia Oriental propuesta por los delegados de la jerarquía Directorial.
Con empecinamiento notable (permítaseme la expresión) mantuvo el planteo en los treinta años de su ostracismo paraguayo. A este respecto —como muy bien señala Vázquez Franco— cuando en una especie de reportaje se le preguntó por qué no volvía a su Patria independiente, el anciano Caudillo contestó: “Yo ya no tengo Patria”. Rechazaba de esta manera con fuerza, a la Convención anglófila y pese a que los dados estaban echados (corría 1845 año de las agresiones del imperialismo franco británico) para el otrora Protector, la Patria era Una, Grande y Libre, la misma que años antes fuera el Reino del Río de la Plata. Con esa afirmación desconocía la amputación mediatizadora. Tan notable era su repudio al engendro inglés, así como su visión estratégica, que no aceptó el ofrecimiento de Carlos Antonio López para comandar el ejército paraguayo en la guerra contra Don Juan Manuel de Rosas que preparaba Asunción, haciendo torpe juego a los Braganza. Con sangre pagarían los paraguayos años después desconocer la unidad de las tierras y de los hombres siempre presentes en la raza, como lo probó “el crimen de la Triple Alianza” de Britania, Mauá, Rotschild y sus sicarios Venancio Flores, Bartolomé Mitre y Pedro II.
Pero continuemos el relato lineal luego que de la escena política desapareciera Artigas en 1820. Así, el intento de 1823 contra el usurpador brasileño. Sublevación que fracasó ante la negativa de apoyo expresada por el Bernardino Rivadavia justo en el instante en que el Cabildo de Montevideo, con fecha 29 de octubre, había declarado por enésima vez, su decisión irrevocable de Unidad Platense. En los dos años siguientes se preparó la reivindicación de la filiación oriental. Juan Antonio Lavalleja fue el jefe en la “Quijotesca empresa” (Busaniche dixit) contando con el apoyo de Tomás Manuel de Anchorena y de Juan Manuel de Rosas, quien relatará en 1868: “Recuerdo al fijarme en los sucesos de la Banda Oriental la parte que tuve en la empresa de los Treinta y Tres… procedí en un todo de acuerdo con el Ilustre General Don Juan Antonio Lavalleja y fui yo quien facilitó gran parte del dinero para la empresa…” En este sentido se expresa el citado historiador Busaniche: “Rosas, como hombre no sospechado por los brasileños había estado en Santa Fe y Entre Ríos interesando a Estanislao López y a León Solá. Llevando cartas de Lavalleja a los hermanos Oribe cruzó la campaña Oriental con el pretexto de adquirir campos en la zona del Bequeló, pero en realidad para establecer las bases de la insurrección...” Ella dio comienzo el 19 de abril de 1825 con el desembarco en la Playa de la Agraciada acompañando el manifiesto que decía: “Argentinos orientales: Las Provincias hermanas sólo esperan vuestro pronunciamiento para protegeros en la heroica empresa de reconquistar vuestros derechos. La gran Nación Argentina de que sois parte tiene gran interés en que seáis libres”.
Dos meses después la Cruzada matrera establecía su gobierno en San Fernando de la Florida y llamaba a los Cabildos de la Provincia para que enviaran delegados “con poderes con el fin de decidir la reincorporación”. Ésta se proclamó el 25 de agosto con la ley que expresa claramente: “La Sala de Representantes… declara que su voto general constante y solemne es y debe ser por la unidad con las demás Provincias Argentinas a las que siempre perteneció por los lazos más sagrados que el mundo conoce…” Y luego volvió a resonar la tradición en la voz del Brigadier General Juan Antonio Lavalleja dirigiéndose a las ciudades con Cabildo: “¡Pueblos! Ya están cumplidos vuestros más ardientes anhelos; ya estamos incorporados a la Nación Argentina…” La Guerra con el Imperio de Pedro I se presentó como preocupante situación para el interés británico que creyó posible una victoria de las Provincias Unidas del Plata. Por eso hizo su aparición en Buenos Aires el altanero y donjuanesco John Ponsomby, Barón de Imokilly, como “mediador” pero en realidad para segregar la estratégica Provincia Oriental. El plan había sido esbozado por Canning, quien le manifestara al enviado inglés el 28 de mayo de 1826: “Arroje cualquiera el más rápido vistazo sobre el mapa y verá que el comercio de todo el antiguo Virreinato de Buenos Aires y todas las tierras vecinas hasta la cordillera dependen para salir al mar de la libre navegación del Plata y que cualquiera que se adueñe de la Banda Oriental y Montevideo puede abrir o cerrar a los otros el Río de la Plata” (L. A. de Herrera: “La Misión Ponsomby”, Eudeba, 1974).
Cortar el nudo gordiano era, según Canning: “Que la ciudad y territorio de Montevideo se hicieran independientes de cualquier país en una situación semejante a las de la ciudades hanseáticas de Europa” (Herrera: “La Misión…”, etc.). Toda la diplomacia del inglés, con sus dobles agentes “el bribón” (San Martín dixit) Manuel José García y el psicofante Pedro Trápani (socio comercial de Ponsomby), se volcó a preparar la segregación Oriental. No teníamos otro destino que el señalado a Bremen y Hamburgo para el Báltico o el de Gibraltar para el Mediterráneo. A los problemas de la Patria se agregaron las maniobras financieras de los comerciantes ingleses y los metecos criollos manejando las libras del usurario préstamo que Rivadavia contrajera con el Baring Brothers Bank. Todo desembocó en la insolvencia, la inflación y el curso forzoso.
Algo similar sucedía en el Brasil enfeudado a los préstamos de la Banca Rotschild. En medio de los enjuagues delictivos, Rivadavia —sedicente Jefe del Ejecutivo— le decía a Ponsomby lo que éste informaba a Canning en Octubre de 1826: “Está convencido que la Paz es necesaria y que tal vez sea mejor que la Banda Oriental sea separada…” La coacción era el arma que el Foreing Office utilizaba cada vez con mayor fuerza. Y llegó a la impúdica amenaza. El Vizconde de Itaboyana, embajador del Imperio en Londres, hacía conocer sin eufemismos su reunión con Canning: “Me intimidó que si el Brasil no hacía la Paz con Buenos Aires, es decir que si no cede la Banda Oriental, Inglaterra se declararía a favor de Buenos Aires y contra Brasil…” Mientras, en estas latitudes, Ponsomby, en un alarde de cínica franqueza, le espetaba a Roxas y Patrón, Secretario de Relaciones de las Provincias Unidas: “Europa no consentirá nunca que sólo dos Estados, el Brasil y Argentina sean dueños de las costas orientales de América del Sur” (Herrera, op. cit.).
Mientras así se continuaba la “negociación “el gabinete de Buenos Aires intentó una nueva acción. Así le dice a sus delegados Guido y Balcarce en nota RESERVADA el 26 de julio de 1828: “…el gobierno cree que las últimas ocurrencias con motivo de los tumultos de las tropas extranjeras, los avances de la expedición del norte que hace su movimiento sobre Río Pardo que amenazará a Porto Alegre y que aumentando nuestra fuerza naval a órdenes del Almirante Brown lo ponen en la necesidad de separarse de toda idea cuya tendencia sea la absoluta independencia de la Banda Oriental y formación de un Estado Nuevo…” A lo que los generales Guido y Balcarce contestan torpedeando las consideraciones llegadas con la firma del General José Rondeau. Así decían: “Finalmente la base de independencia absoluta libra a la República Argentina de una guerra doméstica con la Provincia Oriental y la libra con honor y provecho de ambas, pues ahora no es la Provincia de Montevideo la que lo exige, ni la República Argentina la que difiere su solicitud, sino LA DE UN PODER TERCERO QUE TIENE POSESIÓN Y DERECHOS PROBABLES QUE HACER VALER, FUERZA QUE APOYARLOS Y TÍTULOS EN SU MISMO DESPRENDIMIENTO, CON QUE ALGÚN DÍA ENAJENARÍA TAL VEZ LA AFECCIÓN DE LOS ORIENTALES EN PERJUICIO DE LA ARGENTINA COLOCÁNDOLA EN MAL PUNTO DE VISTA CON ELLOS MISMOS POR LA LIBERALIDAD CON QUE CARACTERIZARÍAN LA RESISTENCIA INESPERADA DE LA ARGENTINA A FORMAR DE LA ORIENTAL UN ESTADO INDEPENDIENTE” (Ernesto Quesada: “Archivo de la Familia Guido”) (resaltados nuestros).
Es indignante el entreguismo de los comisionados. Finalmente se cumple el objetivo inglés con la firma de la Convención Preliminar de Paz, el 27 de agosto de 1828. Nada importaba la sangre derramada en Rincón, Sarandí, Juncal, Camacuá, Ituzaingó y en la conquista de las Misiones Orientales, episodio que había jaqueado al Imperio haciendo temblar a Pedro I. El General Fructuoso Rivera, que encabezó victoriosamente esa fulgurante campaña, mostró su indignación y así escribía a su amigo Gregorio Espinosa: “¡Qué gloria se han robado a la República Argentina!… Algún día saldrán los pueblos del letargo en que los tiene sumidos la embriaguez de una paz, la más ominosa y que jamás se podrá hacer otra cosa igual por mucho que se trabaje en imitarla…”, agregando: “Se corre precipitadamente a la Corte del Janeiro a ofrecer una paz humillante para el vencedor…”
Fenecía la tercera década del siglo XIX. Ayacucho ya era historia y el heroico Brigadier Pedro Antonio de Olañeta caía asesinado en el Alto Perú cuando continuaba la lucha para impedir que el Imperio de Isabel y Fernando, los Católicos Reyes del Yugo y las Flechas, cayese en manos de los mercaderes del Támesis.
Era el formidable Sacro Imperio Romano Hispánico que, extendiéndose desde California hasta la Antártida, resistiendo durante trescientos años los ataques del enemigo, se hundía para convertirse en veinte republiquetas balcanizadas orbitando en el Imperio Británico. En el derrumbe, asimismo, nuestro Río de la Plata con Montevideo y la Banda Oriental serían convertidos por más de un siglo, en factoría informal de la City londinense, “Ad maiorem Gloriam Britania”.
Luis Alfredo Andregnette Capurro