La última Misa y Muerte de Padre Pío El domingo día 22 de septiembre de 1968 se celebraba el 50 aniversario de la aparición de los estigmas de Padre Pío. Cincuenta ramos de rosas rojas decoraban el altar, traídos por los delegados de setecientos Grupos de Oración llegados de todas partes, en recuerdo de esos 50 años de ininterrumpido sangrar, de crucificado sin cruz, de participación en la Pasión de Cristo. –"Padre, celebre usted una misa solemne y cantada" –le pidió el padre guardián. Como era de esperar, obediente, sin fuerzas, no se sabe cómo, pero lo hizo, ayudado por 3 de sus hermanos, celebró su última misa. Cada paso que daba era un ataque de asma. Algunos testigos cuentan que le vieron muy enfermo. Trató de cantar, pero no pudo... Al terminar, estuvo por desplomarse si el padre Guglielmo no lo hubiera sujetado y ayudado a sentarse en la silla de ruedas. Al alejarse, dirigió una impresionante mirada a los fieles, y tendiéndoles los brazos como si quisiera abrazarlos, se despidió con un susurro: –"Hijos míos, queridos hijos míos". Cual no sería la sorpresa de algunos fieles que se dieron cuenta, mientras celebraba la Misa, que habían desaparecido las llagas de sus manos, que habían permanecido abiertas, frescas, sangrantes durante medio siglo. | |||||||||||||||||||
ULTIMA MISA DE PADRE PÍO Aquel día 22 de septiembre, después de una breve aparición saludando con el pañuelo y bendiciendo con la mano, se retiró a su celda . Sonreía, pero su rostro se veía muy cansado. Dirigiéndose a sus hermanos capuchinos, que lo venían cargando, les dijo: “dentro de poco ya no tendrán que molestarse para acompañarme a decir Misa”, fue una dramática profecía Esa misma noche, a las 21 horas, comenzaba el final de la vida de Padre Pío. A las 22 horas Padre Pío le pregunta la hora a Padre Pellegrino- que lo cuidaba- Recitaba una Ave Maria y le pedía que se quedara junto a él. A las 23 horas Padre Pellegrino se despide de Padre Pío, pero preocupado, se queda despierto en su celda contigua. Padre Pío sigue con su rosario en la mano recitándolo débilmente. A las 0.20 horas del día 23 de septiembre, le pide a Padre Pellegrino que lo confiese y le pide renovar su profesión religiosa y consagración de sí mismo y de su vida y después, con voz lenta y cansada le dice “Si el Señor me llama hoy, pídeles perdón –en mi nombre- a mis hermanos del convento y a todos mis hijos espirituales por las molestias que les di y pídeles una oración por mi alma. Padre Pío estaba incomodo en su cama, casi no podía respirar. Lo sentaron en su silla de ruedas y lo llevaron a la terraza. Llegó su medico y le puso una inyección. No reaccionó. Sus labios se movían lentamente repitiendo la jaculatoria “Jesús, María...” A las 2.09 le pusieron los santos óleos. A las 2.27 cayó de sus manos el rosario. Seguía repitiendo su jaculatoria con gran dificultad. A las 2.30 de aquel día, 23 de septiembre de 1968, dulcemente, con el rostro sereno lleno de paz y un rosario entre las manos, el Padre Pío de Pietrelcina entregó su alma a quien ya se la había ofrecido junto con su vida entera. ¡Así muere un Santo! Con el doctor Sala presente, los hermanos descubrieron la desaparición de los estigmas; en su lugar, ni una cicatriz, ni una señal quedaba del calvario padecido para gloria de Dios y salvación de los hombres. Durante toda su vida, sólo había buscado una cosa, cumplir la Voluntad de Dios. | |||||||||||||||||||
Había trabajado en la viña del Señor desde su primer día hasta el último. Su cuerpo estaba destruido, masacrado por el cansancio y la enfermedad. Había llegado el momento de entregarlo a la tierra, para que subiera –libre- hacia su Señor en la eternidad gloriosa. Comenzaron a tocar las campanas del convento. En pocos minutos toda la ciudad estaba iluminada. Enseguida la noticia se difundió por todo el mundo. De día y de noche permanecieron abiertas las puertas de la iglesia para acoger a las más de cien mil personas que acudieron a San Giovanni Rotondo para verlo por última vez. Los funerales fueron grandiosos e impresionantes. El 26 de septiembre de 1968, el ministro general de los capuchinos, presidió los funerales. Se leyó el telegrama de S.S. Pablo VI, y el administrador apostólico, padre Clemente de Santa Maria in Punta, pronunció el elogio fúnebre. El cuerpo del Padre Pío fue bajado a la cripta, que se había preparado unos meses antes, con esa finalidad, exactamente debajo del altar mayor del Santuario de Nuestra Señora de las Gracias y que había sido bendecida a las 11 de la mañana del día 22 de septiembre, víspera de su muerte, al mismo tiempo que la primera piedra del monumental Vía Crucis que recorre varios cientos de metros por las estribaciones del Monte Gargano. S.S. Pablo VI pondrá al Padre Pío como ejemplo a los capuchinos: «Seguid el ejemplo de vuestro santo hermano fallecido hace poco, el Padre Pío. ¡Mirad qué fama ha tenido! ¡Qué multitud de todo el mundo ha reunido a su alrededor! ¿Y por qué? ¿Era filósofo, sabio? ¿Disponía de medios enormes? No. Decía Misa humildemente, confesaba desde la mañana a la noche y era –es difícil decirlo –el representante de Nuestro Señor, marcado por las llagas de nuestra Redención. Un hombre de oración y sufrimiento. Esa es la razón por la que sentimos hacia él un agradecido afecto». Esta es la tumba de Padre Pío. Los restos mortales del "fraile de los milagros" reposan bajo este bloque de mármol. Millones de personas vienen cada año a rendirle homenaje, un interminable cortejo de devotos rezan y le piden consuelo, protección, "milagros". Todo está como cuando Padre Pío vivía, nada ha cambiado, sino que, con el tiempo, se ha reforzado. Aquí en San Giovanni Rotondo se tiene la sensación de tocar y ver todavía a Padre Pío, que se encuentra en todos los rincones.
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La Caridad sin Verdad sería ciega, La Verdad sin Caridad sería como , “un címbalo que tintinea.” San Pablo 1 Cor.13.1