¿Qué viene después de un desacuerdo inicial serio e insalvable? Un recíproco argüir. ¿Y si a ninguno convence? Un recíproco intimar. ¿Y si nadie se intimida? Bueno: un recíproco desprecio, un recíproco anatema y un recíproco intento de sojuzgar al otro.
Campo y gobierno andan cerca, a estas horas, del mutuo anatema, en su descomunal querella creada por la inconcebible soberbia del matrimonio Kirchner. Pero, para pasar a la siguiente fase, la de sojuzgar al otro, deberán antes minarlo; que en política significa dividirlo. Ahora bien, se divide lo que es divisible. Quien sepa hoy en cuál de las dos trincheras es la cohesión más artificial y fingida, sabrá con seguridad el nombre del perdedor. Porque el perdedor será el que primero se desgaste.