Anticoncepción clerical
Por el Padre Thomas J. Euteneuer
Presidente de Human Life International
El querido fundador de Human Life International, el P. Paul Marx, no andaba con rodeos cuando hablaba de lo que él llamaba la “conspiración del silencio” de los púlpitos de nuestra Iglesia en la cuestión de la anticoncepción. Y sus percepciones de hace veinte o treinta años, dieron bien en el blanco, y permanecen vigentes al día de hoy: “Las generaciones futuras”, decía, “se preguntarán por qué tantos obispos y sacerdotes católicos en Occidente no vieron a la anticoncepción como el mal primigenio, y como la causa principal de la estrepitosa decadencia en la Iglesia.” Allí está el nudo del problema. El silencio de los Sacerdotes respecto de los anticonceptivos es mortal para la Iglesia y para la sociedad.
Es el día de hoy que aún la vasta mayoría de los sacerdotes católicos se niegan a hablar de la anticoncepción, a pesar de la obligación moral de hacerlo. Les puedo decir que no es sólo el caso de los Estados Unidos; esto es cierto en todo lugar del mundo. Las razones de esta negligencia se presentan en un abanico de posibilidades: desde la abierta herejía, la falta de coraje moral, hasta la inexcusable ignorancia del tema. Cualquiera sea la razón, el efecto es el mismo, y podría llamarlo: la anticoncepción clerical.
La anticoncepción en sí es el rechazo de la soberanía de Dios sobre el propio matrimonio y la negación de la sumisión al precepto divino “creced y multiplicaos”. El sacerdote, si bien no está casado, análogamente “anti-concibe” (N. del T. obstruye) la prolífica semilla de verdad cuando se niega a predicar la fe católica en su plenitud. La fe llega por el oído, dice San Pablo, y es a través del ministerio sacerdotal que Cristo transmite la fe a su Esposa, la Iglesia, para que ésta pueda fructificar y multiplicar el número de las almas que son salvadas.
Probablemente ésta es la principal razón por la que tantos católicos de hoy día anticonciben o se esterilizan, y no ven absolutamente ninguna contradicción en recibir la Eucaristía cada domingo y creen que están en perfecta comunión con la Iglesia. No han sido nunca realmente advertidos de que el uso de anticonceptivos o la esterilización es pecado mortal. No han sido nunca informados de los peligros físicos y espirituales de dichas prácticas, y no han sido nunca instruidos en las magníficas y fructíferas alternativas que la Iglesia presenta contra la ideología de la infertilidad.
Los sacerdotes que silencian la enseñanza católica sobre los anticonceptivos también olvidan dos cosas muy importantes. Primero, que las vocaciones sacerdotales generalmente vienen de familias numerosas. La falta en predicar la apertura a la vida y la generosidad en el número de hijos tiene un efecto directo en el número de varones que más adelante se apostarán en la trinchera con nosotros. “Anticoncebir” esta doctrina tiene el mismo efecto que “anticoncebir” el acto marital: el resultado es la esterilidad. La constante esterilidad en vocaciones sacerdotales en Occidente es producto de sacerdotes que silencian la plaga de la anticoncepción en el laicado, y que olvidan que su propia vocación es el resultado de la generosa donación de la vida de sus padres. Los sacerdotes que se desgastan en su ministerio cosecharán el fruto de su silencio en materia de anticonceptivos por un largo tiempo.
Segundo, el silencio sacerdotal en materia de anticonceptivos tiene consecuencias “eternas”. El precio de ese silencio es la perdición de las almas. Los varones y mujeres que pecan de anticoncepción, que no son advertidos de su pecado, y que, por tanto, no se arrepienten, apuestan por la muerte de sus inmortales almas, y ello es un escándalo de inmensas proporciones. Estar advertidos es estar prevenidos, especialmente en algo tan categórico. Quizá el único peligro de mayores consecuencias es el peligro para los mismos sacerdotes que no cumplen con su deber: ellos se exponen a su misma muerte espiritual, pues, finalmente, al ser su objetivo la predicación del mensaje completo de la Iglesia “oportuna e inoportunamente”, serán tenidos como responsables.
Todos los sacerdotes deberían leer la recomendación divina al profeta Ezequiel, para percatarse de todo lo que seriamente está en juego, si se falta al no predicar totalmente la doctrina de Cristo: “Si yo digo al hombre malvado, “ciertamente morirás”, y tú no lo amonestas o exhortas a evitar su conducta perversa para que viva, ese hombre perverso morirá por su pecado, pero Yo te consideraré responsable de su muerte” (Ez 3, 18).
¡Espero que cada sacerdote tome esta advertencia con gran seriedad!
Cordialmente en Cristo,
Rev. Thomas J. Euteneuer
Presidente de Human Life International
Clerical Contraception
From Fr. Thomas J. Euteneuer, President of HLI
Spirit & Life: Human Life International e-Newsletter
Volume 01, Number 36 | Friday, Oct. 06, 2006
The beloved founder of Human Life International, Fr. Paul Marx, was not known to mince words when it came to what he called the "conspiracy of silence" from the pulpits of our Church on the issue of contraception, but his insights of twenty and thirty years ago were right on target and remain true to this day: "Future generations," he said, "will wonder why so many Catholic bishops and priests in the West didn't see contraception as a seminal evil and the chief cause of the Church's swift decline." There is the core issue. Priestly silence about contraception is deadly both to the Church and to our society.
To this day the vast majority of Catholic clergy refuse to talk about contraception despite their moral obligation to do so. I can tell you that it is not only in the United States that this is the case; it is true in every part of the world. The reasons for this negligence range from outright heresy to lack of moral courage to inexcusable ignorance of the subject matter. Whatever the reason, the effect is the same: something I call clerical contraception.
Contraception itself is a rejection of God's sovereignty over one's marriage and a refusal to obey the Lord's command to "be fruitful and multiply." The priest, though not married, analogously contracepts the life-giving seed of truth when he refuses to preach the Catholic Faith-all of it. Faith comes through hearing, says St. Paul, and it is through the priestly ministry that Christ transmits the Faith to His bride, the Church, so that she can be fruitful and multiply the souls who are brought to salvation.
This is probably the main reason why so many Catholics today contracept or sterilize themselves and see absolutely no contradiction in receiving the Eucharist every Sunday and believing themselves in perfect communion with the Church. They've never been admonished that it is a mortal sin to use contraception or get sterilized. They've never been told of the physical and spiritual danger of these practices, and they've never been made aware of the magnificent, life-giving alternatives that the Church offers to the Ideology of Infertility.
Priests who are silent about the teaching on contraception also forget two very important things: first, priestly vocations generally come from large families. Failure to preach openness to life and generosity with children has a direct effect on how many men will be standing in the trenches with us later on. Contracepting this teaching has the same effect as contracepting the marital act: sterility. The persistent sterility of priestly vocations in the West is caused by priests who are silent about the plague of contraception among the laity and forget that their own vocations are the result of their parents' generosity with life. Overworked priests will be reaping the fruits of their silence on contraception for a long time.
Secondly, priestly silence about contraception has eternal consequences. The price of that silence is the loss of souls.
Contracepting men and women who are not warned of their sin and who therefore do not repent of it risk the death of their immortal souls, and that is a scandal of immense proportions. To be warned is to be forewarned, especially about something so crucial. Perhaps the only danger of greater consequence is the danger to the priests themselves who don't do their job: they risk their own spiritual deaths because in the end they will be held accountable for preaching the Church's full message "in season and out of season."
All priests should read the Lord's message to the prophet Ezekiel to know the high stakes of failing to preach the fullness of Christ's teaching: "If I say to the wicked man, You shall surely die; and you do not warn him or speak out to dissuade him from his wicked conduct so that he may live: that wicked man shall die for his sin, but I will hold you responsible for his death" (Ez 3:18). May every priest take this warning to heart!
Sincerely Yours in Christ,
Rev. Thomas J. Euteneuer
President, Human Life International
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