SAN IGNACIO DE LOYOLA.
Por Concepción Massa.
“ La Prensa “ ,20 de septiembre de 1991.
En el Renacimiento, en ese período tan importante de la historia en que gran número de personalidades insignes se destacaron tanto en las armas , en las artes o en la religión , vino al mundo un noble varón, Ignacio de Loyola, el que había de imprimirían honda huella en el curso de la civilización al querer cumplir el ideal supremo del hombre de España , en aquella época ser un caballero celestial , en defensa de la causa de Cristo. El mismo Felipe II – escribe el historiador, Martín Hume –viviendo como ermitaño y afanándose como un esclavo en su celda de piedra, era querido por sus súbditos porque obedecía al mismo instinto que ellos. El los guiaba, es verdad, pero los guiaba porque ellos querían seguir el mismo camino.
En pleno invierno, en el mes de enero del año 1491,nacía, en la casa solar de los Loyola, erguida cerca de la villa de Azpeitía ,verdadero enjambre de monasterios que dieron tantos padres y hermanos a todas las órdenes religiosas, IÑIGO DE LOYOLA ,el último de los trece hijos de una noble familia de la región. Por ser “ segundón “ tuvo que dejar el hogar, ir a lo desconocido, a lo insospechado. Fue protegido de Don Juan de Velásquez ,gran tesorero de los Reyes Católicos ; al perder Velásquez, al poco tiempo la confianza de los monarcas, nuestro joven Loyola se hizo soldado en Nájera , en plena tierra castellana de La Rioja ;por eso decimos que Iñigo era un vasco injerto en castellano .Uno de sus mejores biógrafos, el padre Rivadeneyra nos cuenta que junto a la fortaleza , la sagacidad y la prudencia que resaltan en su espíritu, era asimismo diestro en el difícil arte de aunar voluntades dispares y de conciliar espíritus enemigos y contrarios. Como embajador del virrey de Navarra, en su Guipúzcoa natal , distinguióse notablemente, volviendo al redil a los más díscolos y revoltosos.
Francisco I y Calos V andaban en guerra , las tropas del primero, sitiaron Pamplona e Ignacio de Loyola, que no aprobaba de ningún modo la entrega de la ciudad, reunió un grupo de hombres dispuestos a resistir hasta la muerte.
Allí combatió el bravo capitán animando a sus soldados con la palabra, hasta que un tiro de arcabuz le hirió en la pierna. A pesar de dos operaciones que soportó sin quejarse , sin mover un dedo o estremecerse, la pierna herida quedó más corta condenándolo a cojear el resto de su vida .Qué lejos quedaban desde ese momento, las guerras, los torneos, los amoríos. En su nueva existencia, las horas iban pasando leyendo libros .Uno fue “ La vida de Cristo “ de Indolfo el Cartujano, y el otro la vida de los santos. Los libros devotos hieren nuevamente su imaginación. Y una noche el capitán, arrodillado ante una imagen de la Virgen jura consagrarse en adelante al servicio de Cristo. Este vasco tenaz fue fuerte y duro como el árbol de Guernica a cuya sombra generaciones enteras gobernaron el señorío vascuence. “ Árbol de Guernica , árbol bendecido. Entre todos los árboles vascos, tú eres el árbol profundamente amado “. Así empieza el Guernicaco Arbola que compuso Iparraguirre, poco tiempo antes de embarcar para Buenos Aires, donde se casó, nada más llegar, en la parroquia de San Ignacio.
Iñigo, como “ caballero andante “ de lo divino se aleja de Pamplona en una mula y va a “ velar sus armas “ a Montserrat . expresa Maragall – no hay árboles gigantes, no oscuros ; pero allí lo único que se ve son plantas aromáticas, un sin fin de florecillas , fuentes que son hilos de aguas , pájaros muy leves de finísimo gorjeo…
No es la selva, es el jardín. Es el jardín en el templo; en el templo de la Virgen.
Al pie de la amada Moreneta, deja su daga y espada militar ; cubre su cuerpo con toscas telas que ciñe con una cuerda y calza alpargatas de esparto.
Ya tenemos ante nuestros ojos al nuevo caballero de Cristo. Como santo penitente visita Barcelona, París, Bolonia y Venecia. En Roma, es consagrado sacerdote. Y, en la mañana del 15 de agosto de 1534 , siete jóvenes : IGNACIO DE LOYOLA, PEDRO FABRO, FRANCISCO JAVIER, DIEGO LAINEZ, ALFONSO SALMERÓN, SIMÓN RODRÍGUEZ Y NICOLÁS ALFONSO- ascienden a la colina de Montmatre , comulgan en la capilla de San Dionisio y pronuncian , en voz alta su voto de religión.
En este instante quedó fundada la Compañía de Jesús con los fines de trabajar con ardor en defensa de la fe, para la difusión de l buena doctrina, para el cultivo de todos los ramos del saber y para la reforma de las costumbres. En 1541, por volunta de todos sus compañeros, Ignacio de Loyola es elegido el primer general de los jesuitas. En esa etapa de su vida compone sus famosos “ Ejercicios Espirituales “ que han quedado como fieles testigos de la fe católica que don Iñigo quiso propalar al mundo.
La Compañía aumenta en poco tiempo de modo increíble. Roma, París ,Alcalá, Colonia ,Coimbra ven surgir en su seno casas de jesuitas con el nombre de Colegios, donde la ciencia y la virtud se practicaban de la más rigurosa manera. El mayor florecimiento de la Compañía de Jesús alcanza hasta el tercio del siglo XVIII.
En ese momento, los vientos favorables que la habían empujado hasta la cúspide se convierten en desatado vendaval que la amenazan con los peligros más temibles. En España, en 1767, el rey Carlos III decreta la expulsión de los jesuitas embarcándolos a todos rumbo a los Estados pontificios. En 1835, otra vez España, los lanza de sus dominios.
San Ignacio murió en Roma el 30 de julio de 1556. Paulo V lo beatifica el 27 de julio de 1609, y Gregorio XV lo canoniza , al tiempo que a Santa Teresa , el 12 de enero de 1623. El padre Rivadeneyra traza de su figura este bello este bello retrato: “Era de estatura mediana, o por mejor decir, algo pequeño y bajo de cuerpo, habiendo sido sus hermanos altos y bien dispuestos. Tenía el rostro autorizado, la frente ancha y desarrugada, los ojos hundidos, encogidos los párpados y arrugados por muchas lágrimas que abundantemente derramaba ; las orejas medianas , la nariz alta y combada, el color vivo y templado y la calva con muy venerable aspecto. El semblante del rostro era alegremente grave y gravemente alegre, de manera que su serenidad alegraba a los lo miraban y con su gravedad los compungía “.