Para cuando George Bush        aterrice la semana próxima en Montevideo, Néstor Kirchner y Hugo Chávez        habrán organizado un gigantesco barullo en Buenos Aires, que naturalmente        será protagonizado por los piqueteros y las demás bandas de izquierda, ya        que el protagonista, Chávez, no podrá traerse al grueso de los suyos. Para        Kirchner será otro de los actos de lanzamiento de su campaña        matrimonialista y para el propio Bush, una nueva "contracumbre" como la        que ya soportó hace un año y medio en Mar del Plata, dándole la señal        definitiva de que Kirchner forma parte del universo        antinorteamericano.
     Ahora bien, ¿qué        consecuencias puede tener la patoteada para el argentino medio? Bush es        sin duda un fracasado que en Medio Oriente está en retirada y manotea        desesperadamente para evitar que en otros ángulos del planeta surjan        nuevos focos de conflicto. Pero si es cierto que era ingenuo pensar que        Kirchner podía ser usado como instrumento para disciplinar a Chávez,        también lo es que los mandatarios de otros países (Romano Prodi, Jacques        Chirac, Antonio Zapatero o Vladimir Putin) toman la precaución de        manifestar su disidencia de tal modo que no sea interpretada como una        provocación a la mayor sociedad        planetaria.
     Es tonto creer que        energúmenos como Chávez puedan agradar a la oposición demócrata        estadounidense. Ni a Lula ni a Bachelet, que también son de izquierda, se        les ocurre llenar las plazas contra la gira de Bush para favorecer a los        Clinton ni enviar a sus amigos a visitar Irán (D'Elía, Farinello,        Cafiero). O sea que esta provocación sólo va a sumarse al resto de las        desconfianzas que ya acumula nuestro país en diversas esferas del        hemisferio norte.