Escribe Horacio Palma
Y no es para menos, ha vendido su alma al diablo. Para trepar no ha dudado en pisotear la memoria de sus muertos. Renegó de sus ideas. No reconoce a los suyos. Se ha aliado a los verdugos de sus compañeros. Y tiene miedo. Y tiembla…y es lógico, siempre hay algo dentro de uno que avisa lo que está mal.
Toc… toc… toc... Repiquetea la conciencia. La mala conciencia: remuerde. Y entonces uno hace ruido para no escucharla. Pero toc, toc, toc…sigue que te sigue la conciencia.
El hombre tiembla como una hoja ante la brisa de otoño.
La memoria de sus compañeros muertos, lo visita por las noches. Toc… toc… toc
El hombre intenta espantarla con más ruido. Pero la conciencia que remuerde no es fácil de callar. Y sus ecos se cuelan por los huecos de las entrañas cobardes.
Y los compañeros muertos se aparecen en los que nunca olvidaron. En KARINA, en Cecilia, en Anita, en Victoria, en Rafael, en José María, en Silvia, en Nicolás y en miles y miles que se niegan a olvidarlos.
Y toc…toc…toc, la conciencia de ese general chiquititito, repiquetea y comienza a desmoronar lo poco que le queda de hombre.
El general resiste, hace ruido para espantar los fantasmas que lo persiguen por las noches de silencio. Y nada.
La conciencia que remuerde y carcome, comienza a enloquecer las entrañas del que se sabe cobarde. Y no quiere ver las caras de los que vienen recordando la Memoria de los que ya no están. La Memoria de los valientes que murieron para que los cobardes vivan…aunque sea, como ratas.
Y los fantasmas de los valientes que murieron para que él viva, aunque sea como una rata, lo salen a buscar por las noches. Lo acorralan. Y lo enloquecen. Él tiembla.
La conciencia remordida de los miserables… acusa. Y entonces… el cobarde no quiere ver. Se tapa los ojos…como ya antes se había tapado los oídos. Y antes, había rifado su historia. Pero es inútil callar la conciencia.
Toc…toc…toc.
La conciencia lo remuerde.
Toc…toc…toc.
El recuerdo de los valientes muertos, lo enfrenta con su miserable cobardía. Toc…toc…toc… tiembla el general chiquititito.
Porque sabe que tiene que traicionar con el beso de la negación para esconder su miedo. Porque sabe que ya hubo un tal Judas, que alguna vez hizo lo mismo. Y porque sabe cómo terminó Judas, tiembla. No le dan las pelotas para hacer lo mismo. Lo sabe bien.
Solo le dan para taparse los ojos y los oídos, ante las mujeres y los hombres que se niegan a renegar de los valientes muertos, que murieron para que otros vivan, aunque sea como ratas…
¡Pobre generalito!… si con eso le alcanza.
Horacio Palma
hdpalma@ciudad.com.ar