SIN NOVEDAD EN EL
ABORTO
Hugo Esteva*
Una vez más se discute sobre el aborto libre entre nosotros. Ahora
parece que va en serio porque es el propio Poder Ejecutivo quien promueve la
polémica. Si haber puesto el asunto sobre la mesa legislativa es una maniobra
oportunista o no, es lo de menos. Sólo permitirse elucubrar sobre matar
inocentes es suficientemente grave como para no necesitar
aditamentos.
Así todo, vale la pena resaltar, como acaba de recordarse (Clarín,
26/II/2018, pág. 11) que fue Raúl Alfonsín quien, en 1994, impidió que se
clausurase el debate sobre el aborto y evitó que se dejase definitivamente
establecida la defensa de la vida desde su concepción, durante la Convención
Constituyente. Ahí arranca la piedra libre.
Nada nuevo hay acerca del aborto. Acaso la ratificación de las
tendencias negativas provocadas por su legalización que se insinuaban ya varias
décadas atrás y, eso sí, una mayor explosión local de la sofística con que se
quiere disfrazar su justificación. En esto último se multiplican el uso y abuso
ante la ignorancia general en materia biológica y social.
Veamos entonces algunos de esos abusos, aunque vayamos a repetir
parte de lo que nos hemos sentido obligados a aclarar desde hace décadas
(“Aborto: inducción anestésica”. La Prensa, 26/IX/1994, pág. 8).
Los promotores del aborto siguen usando los consabidos argumentos
que apuntan a la sensibilidad fácil: están para salvar vidas de chicas pobres
que no tienen otra opción que buscar un aborto en malas condiciones de higiene
porque el Estado no se lo brinda bajo control sanitario. Son ellas las dueñas de
su cuerpo y de la libertad de su destino (que un hijo comprometería) y, por otro
lado, no van sino a sacarse del útero un puñado de células que no constituyen
una persona, por lo menos hasta después de la 14ª semana de gestación: sencillo,
aséptico y sin secuelas.
Nada es así, sin embargo. Desde tiempo atrás se sabe que –para
tomar un ejemplo cultural equivalente al nuestro- en Italia “sólo el 8% de las
mujeres que abortan tiene menos de 20 años y sólo el 19% es estudiante; el 43%
se cuenta entre las empleadas y el 38% entre las amas de casa”. El perfil de la
mujer que aborta allí desde la legalización que tuvo lugar por el plebiscito de
1978, “es el de una edad comprendida entre los 30-35 años, ama de casa o
empleada, de condición económica discreta, de nivel de instrucción media,
católica practicante con dos hijos, es decir el de un típico exponente de la
burguesía media: en el 70% de los casos esta madre considera que desde la
concepción el hijo es un ser humano, pero recurre al aborto no obstante ello por
razones no fundamentales, llamémoslas contingentes, pero suficientemente fuertes
como para debilitar cualquier visión religiosa y moral que hasta hace poco eran
consideradas el eje estabilizador del individuo en la sociedad actual”
(Gianbattista Massi. “Etica en Medicina”, Fundación Alberto Roemmers, Buenos
Aires 1982). El Profesor Massi, Director del Instituto de Clínica Obstétrica y
Ginecológica de la Universidad de Florencia entonces, visitó nuestro país y
brindó una conferencia en la Academia Nacional de Medicina donde agregó que
luego de la legalización y la aceptación social implícita “un conjunto de datos
culturales y epidemiológicos nos obliga a reconocer que existe la tendencia a
percibir el aborto no como la reparación dolorosa de una contracepción
fracasada, sino como un método anticonceptivo propiamente dicho… Un comentario
típico de muchas mujeres es: La píldora es un mal, la espiral es un mal, el
aborto es un mal, pero elijo este último (gratuito y legal) con la esperanza de
que no me ocurra con frecuencia”.
El empleo del aborto como método anticonceptivo no se ha limitado a
los países de sangre latina, menos “educados” en materia de “prevención”. “Desde
Roe vs Wade (el caso líder para la legalización en EEUU, 1973) el número de
abortos realizados en los Estados Unidos aumentó de 744.000 a 1.500.000. Los
abortos terminaron el año pasado con un tercio de todos los embarazos en la
nación. Más de un millón de adolescentes se embarazó y el 38% se hizo un aborto”
(Walter Isaacson, Time, abril 6, 1981). Lo que ha dado lugar a una destrucción
demográfica que esencialmente cae sobre la raza blanca de uno y otro
continentes, innegable ya a comienzos del siglo XXI.
A pesar de que la mayor parte de nuestros políticos y buen número
de nuestros profesores universitarios no se ilustren al respecto y sigan
repitiendo estadísticas de segunda mano más que sesgadas, los números de la
realidad local también se empecinan en desmentirlos. Así es que, si consultaran
apenas la página web de la Dirección de Estadísticas e Información de Salud
(DEIS) del Ministerio correspondiente (deis.msal.gov.ar), verían que en 2015, último
año con cifras publicadas, hubo en el país sólo una muerte en menores de 15 años
por embarazo terminado en aborto (lo que no necesariamente es aborto provocado
porque esa denominación engloba otras siete causas), que entre los 15 y los 19
sucedieron 5, y que el grupo más grande en el total de 55 (0,7% de las muertes
femeninas en el año) se encontraba entre los 25 y los 29. Con lo que deberían
suspender su exageración acerca de las muertes adolescentes por abortos para
ponerse a pensar en serio en las debidas a accidentes o a suicidios y en las
vinculadas con la rampante cultura de la droga.
Al igual, hace más de medio siglo se viene repitiendo la falsedad
acerca de que la llamada “educación” sexual va a reducir el número de abortos,
cuando desde entonces se sabe por estudios realizados en Suecia y EEUU que “la
más alta frecuencia de abortos inducidos se halla en el grupo que, en general,
usa más frecuentemente anticonceptivos” (Vergara H. “El complejo de Layo”. Ed
Tercer Mundo. Bogotá 1968, citando a Ulf Borrel y a Algred C. Kinsey,
respectivamente). Y asimismo el sobresaliente obstetra argentino Miguel
Margulies señaló en esa oportunidad que la incidencia de malformaciones
inducidas por la rubeola o las radiaciones a dosis diagnósticas no justifica los
abortos “terapéuticos” que se usan como pretexto para inducir su empleo (“Etica
en Medicina”, ob. cit.).
En síntesis, he aquí apenas algunos ejemplos de la manipulación
estadística que se repite con énfasis desde mucho tiempo atrás y que sólo parece
tener como última razón valedera aquella aseveración que el turbio presidente
norteamericano Lyndon Johnson pronunciara al festejar el 20º aniversario de las
Naciones Unidas en San Francisco: “Actuemos sobre el hecho de que 5 dólares
invertidos en control de población equivalen a 100 dólares invertidos en
crecimiento económico” (Vergara, ob. cit.).
Por otra parte, seudo-científicos que como el mediático Carl Sagan
(Parade Magazine, April 22, 1990) se ocupan de justificar el aborto intentan
–contra la más elemental lógica- correr el inicio de la vida humana. Aceptar que
ésta comienza en el momento de la concepción implicaría dar el sí a su carácter
criminal. En aquel sentido hay desde quienes pretenden que el embrión humano va
pasando por etapas equivalentes a las que describen los evolucionistas y se va
transformando de ameba a renacuajo antes de ser persona humana. Otros, con
diferentes períodos según su imaginación, dicen que el embrión humano pasa un
largo tiempo intrauterino como animal no racional y hay quienes lo extienden
hasta que el neonato es capaz de sociabilizar.
Sin embargo, como habitualmente ha sucedido a lo largo de la
historia, la ciencia verdadera termina dejando en ridículo el desenfreno de la
imaginación. En este caso da un ejemplo definitivo acerca de la singularidad de
la vida humana porque ha mostrado que, una vez salido del ovario y habitualmente
en su trayecto por la trompa de Falopio, el ovocito maduro acepta uno y sólo uno
entre la multitud de espermatozoides que llegan hasta él en una relación sexual
normal. Al instante la membrana del ovocito se bloquea para empezar el
intercambio genético intracelular que ya configura la identidad de la nueva
persona, absolutamente distinta de todas las precedentes y de todas las que la
pudieran suceder a lo largo de la historia. Con semejante celo sella la
Naturaleza el comienzo de una nueva libertad.
A partir de allí el cuidado de un embarazo debería incluir el de
una adopción sin tropiezos cuando los padres genéticos no quisieran hacerse
cargo. Pero hasta tal punto llega la mala predisposición de la sociedad moderna,
que no sólo en nuestra enredada Argentina la adopción se hace más difícil cada
vez: la Australia que con frecuencia se nos da por ejemplo pone tantas trabas
como para que el destino final de los adoptados, luego de largos períodos en
hogares de tránsito, lleve consigo una nueva dolorosa separación (MercatorNet,
November 11, 2014).
Por otra parte, los abortistas ponen acento en la “prevención”
anticonceptiva, como hemos visto en impúdicas manifestaciones de legisladores de
“pañuelo verde” en el recinto del Congreso; pero ya les pisan los talones los
millonarios reclamos leguleyos que llevan adelante decepcionados usuarios contra
los gobiernos, a causa de contracepciones o esterilizaciones fallidas
(MercatorNet, ídem). Porque, claro, en materia de error todo es
empezar…
Un gobierno que abre la discusión parlamentaria sobre un tema lleno
de mentiras como este, no puede ignorar las que aquí cito y las que por razones
de espacio no puedo desarrollar. He aquí lo básico, y en eso básico puede
claramente vislumbrarse hasta qué punto está instalada la cultura de la
muerte.
Ese gobierno conoce bien el calibre de buen número de
parlamentarios elegidos a través de los mecanismos y las listas más degradadas.
¿Cuál no va a ser su permanente responsabilidad por haber dejado las vidas
indefensas de incontables inocentes en manos de la cantidad, representada por
semejantes ejemplares?