Fusilar y dinamitar al Sagrado Corazón, la macabra diversión de las milicias
Juan E. Pflüger
El Cerro de los Ángeles alberga, desde 1919, un
monumento consagrado a la adoración del Sagrado Corazón. Allí se
vivieron escenas de odio y violencia protagonizadas por las milicias del
Frente Popular en los primeros días de la Guerra Civil. El primer
asalto al complejo religioso se produjo el 23 de julio de 1936, cuando
cinco jóvenes pertenecientes a Acción Católica que se turnaban para
defender el convento y el monumento fueron asesinados por un escuadrón
de milicianos.
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Desde ese momento todo el complejo situado en una
zona elevada, de gran importancia estratégica, quedó en manos
republicanas hasta que fue recuperada por los nacionales. El
Frente Popular decidió, lejos de aprovechar su uso estratégico, emplear
el convento para instalar una checa en la que fueron asesinadas decenas
de personas.
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No contentos con ello, el 7 de agosto los milicianos, socialistas y anarquistas en su mayor parte, realizaron un fusilamiento del monumento al Sagrado Corazón y emprendieron las labores de demolición. Empezaron
intentando derribar la columna de sujeción de la estatua a mano, pero
sus casi 900 toneladas de piedra lo hacían imposible, por eso optaron
por dinamitar la base de la estructura.
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El siguiente paso fue cambiar el nombre del
entorno, que por decisión del Gobierno republicano, que no debía tener
nada mejor que hacer, pasando a ser el de Cerro Rojo, en sustitución del de Cerro de los Ángeles.
Repercusión internacional
Las imágenes que la prensa frentepopulista difundió
en sus publicaciones, especialmente la de la formación de un pelotón de
fusilamiento para disparar al Sagrado Corazón, llegaron rápidamente a
todos los países europeos. Dos de ellos, Irlanda y Rumanía, reaccionaron
enviando voluntarios para luchar contra el comunismo y en defensa de
los valores del cristianismo que estaban siendo atacados en España.
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Los primeros en llegar fueron los
voluntarios irlandeses, eran miembros de dos grupos: los “camisas
azules” y los “camisas verdes”, liderados por Eoin O’Duffy. La
tropa enviada ascendía a 700 militantes. Muchos eran veteranos que
habían participado como soldados en la Guerra de Liberación de Irlanda
junto a Michael Collins, pero la mayor parte eran jóvenes que se
integraron en unidades autónomas dentro de las banderas de la Legión o
de las banderas de Falange. Participaron muy activamente en la batalla
del Jarama.
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Los voluntarios rumanos pertenecían a la Guardia de Hierro, un grupo nacionalista dirigido por Corneliu Zelea Codreanu
quien pidió voluntarios para defender el cristianismo en España. Su
intención era dar testimonio del apoyo de los cristianos rumanos a la
causa nacionalista en España por lo que tenía de defensa de los valores
de la Europa cristiana. Sin embargo, la respuesta dentro de la Guardia
de Hierro fue tan abrumadora que obligó a Codreanu a tomar una medida
prudente.
Las listas de voluntarios eran muy numerosas. Según los documentos internos de la formación llegaron a apuntarse más de 13.500 voluntarios.
Algunos autores han asegurado que fueron 20.000. En cualquier caso, el
partido de Codreanu no tenía capacidad para dotar y enviar un
contingente de ese tamaño y optó por enviar a una representación de
varios dirigentes del partido. Los elegidos fueron el General Georgios
Cantacuceno, Banica Dobre, Nicolae Totu, el príncipe Alexandru
Cantacuceno, Ion Mota, Vasile Marin, Dimitru Borsa, sacerdote ortodoxo, y
Gheorge Clime.