DEMOCRACIA
CULPOSA Y CULPABLE
Algo más de medio siglo atrás el progresismo
universitario quiso imponer la “autodisciplina” en el Colegio Nacional
de Buenos Aires. Convocó para eso a un grupo de psicopedagogos,
todos ortodoxos marxistas, que se ocuparon más del adoctrinamiento de los
alumnos que de su buen comportamiento. La experiencia fracasó en un año,
superada por la barullera sabiduría de los más lieros,
que se resistieron a la tiranía “psico-bolche” con las más eficaces armas del “quilombo” estudiantil. Los psicopedagogos
se fueron; pero quedó una semilla que fructificó en montoneros, erpianos, desaparecidos y acomodados universitarios. Aquellos “zurdos” no fueron los
únicos responsables, también colaboró la iglesia “progre”.
Medio
siglo parece haber pasado en vano.
“La historia vuelve a repetirse”, según palabras del mal letrista de tangos. Y la laya de entonces (particularmente
la de los acomodados, muchos provenientes del propio colegio) sigue con sus
malas costumbres.
Aquello
continuó en la Universidad. Por entonces, de golpe, aparecieron los mismos
zurdos persistentes que manejaban el final casi desierto de las asambleas, pero
ahora reivindicando al ”pueblo peronista”
al que antes habían denostado por “reformista y facho”.
Así empezó el “entrismo”, que tuvo su
momento de auge colado junto al máximo chupamedias de
nuestra historia: Héctor J. Cámpora, hoy sigla
neo-montonera. La muerte de Perón los salvó de la verdadera “desaparición
forzada” y aquí están -con décadas de tintura algunos, renovados en la
hipocresía los más jóvenes- invocando a la “democracia” que no les
importa sino como pretexto y empleo.
La
“democracia”, esta falsa democracia a la que todos mentan y en la que nadie cree. Porque todos, hasta el más
“demócrata”, saben que es mentira.
Por
de pronto, estos marxistas encubiertos que practican gimnasia revolucionaria en
la calle y en el recinto del Congreso al que falsifican respetar, no tienen
cargo de conciencia al mal utilizar a la “democracia” porque lo
único en que creen es en la “Revolución” que intentan imponer de
ese modo. Dicho de otra manera: para ellos la verdad es la revolución y bajo
esa consigna consideran que no mienten ni matan ni roban, “hacen la
revolución” según códigos distintos de los del común de los mortales a
quienes quieren bajo su yugo.
Del
otro lado, los que no son marxistas y podrían querer combatirlos –como
parecen ser quienes defienden al gobierno argentino actual- también se llenan
la boca permanentemente de “democracia”, a sabiendas vergonzantes
de que lo que practican no es sino una serie de maniobras sólo aparentemente
lícitas para sostener un sistema falsamente representativo, teledirigido,
basado en la especulación y en el negocio.
Del
primer lado están los marxistas de siempre, los resentidos residuales del kirchnerismo y los massistas que
derraparon de la “avenida del centro” por la banquina izquierda.
Enfrente
corren los siempre inútiles radicales (ver su reciente administración en
Comunicaciones y en Defensa para confirmar la inefable persistencia), los
neoliberales que siguen atados al mundialismo a pesar de las trompadas
recibidas de sus dueños, y una novedad, los “gestionadores”
que no saben una palabra de historia pero parecen conocer de cómo prenderse a
los negocios.
Desde
lejos, cada vez más lejos, los mira el grueso de los argentinos, ese conjunto
que sigue trabajando por instinto de supervivencia pero cada día con menos fe.
El que estableció una vez más su repudio por los primeros; pero también cree
cada vez menos a los segundos, en la medida en que éstos no tienen la
convicción suficiente para construir la patria que añora su esperanza.
Todo
el mundo que conozca apenas la historia, sabe que la “democracia”
actual nació de la falsedad que pontificara con sangre la Revolución Francesa
acerca de que “la mayoría tiene razón y es dueña de la verdad”.
Líneas sucesorias similares a aquélla (como la escuela de Frankfurt y el gramscismo) dieron un paso más transformando a la cultura
así surgida en “derecho-humanista y pro-homosexual”. Tan lejos han
quedado de la verdad de siempre los seguidores de esta cultura del día -que reúne a sólo aparentemente
contradictores, como los mundialistas y los populistas- que unos y otros creen
que fue la “democracia” quien descubrió el respeto por el prójimo y
por la naturaleza. El amor al hermano y el cuidado de la creación que supo
poner en su lugar el Cristianismo, se cambió en derechos humanos y protección
del medio ambiente para que el Cristo quedara lo más distante posible, no sin
responsabilidad de la propia Iglesia Católica. A esto responde esta
“democracia” culpable del desbarranco de la patria, que unos
defienden a pedradas y palos, y los otros proclaman de manera culposa.
Ninguno,
en cambio, propone una representación popular genuina y responsable, donde se
vote desde la base próxima pero además se exija a quienes se vayan elevando en
la pirámide del gobierno ser reelegidos desde su mismo lugar de origen si
quieren persistir en sus cargos. De tal
modo los ciudadanos podrían seleccionar a quienes
conocieran y opinar sobre lo que conocen. Pero la “democracia”
insiste en que los elegibles sean digitados desde y por la televisión. Así nos
va.
Como antes, una minoría entrenada para manejar el
caos que reina en sus propias almas empuja a gobernantes que no tienen los
instrumentos culturales para contenerla. Eso implica desgobierno legislativo,
desgobierno judicial y desgobierno callejero.
Tal el diagnóstico. Pero no habrá tratamiento
eficaz si se lo intenta por el mismo camino destructor.
Le está pasando a los bimilenarios
catalanes. ¿No nos va a pasar a los bicentenarios argentinos?