La Caridad sin Verdad sería ciega, La Verdad sin Caridad sería como , “un címbalo que tintinea.” San Pablo 1 Cor.13.1
lunes, diciembre 04, 2017
«¡A buenas horas, mangas verdes!»: la poderosa policía de los Reyes Católicos que siempre llegaba tarde
Los
alcaldes y cuadrilleros estaban autorizados a perseguir a los
delincuentes hasta cinco leguas de su villa, desde donde tomaban el
relevo los cuadrilleros del siguiente lugar previamente avisados por el
toque de campana.
La expresión «¡A buenas horas, mangas verdes!»
tiene su origen en un unidad de carácter policial llamada Santa
Hermandad, cuyos soldados se distinguían por su uniforme: un coleto, o
chaleco de piel hasta la cintura con mangas de color verde. El carácter
rural de este antecedente de la Guardia Civil en época de los Reyes Católicos hacía
que llegaran tarde siempre al lugar del crimen. El pueblo castellano
acuñó esta expresión popular como chanza de su lentitud.
La Santa
Hermandad, uno de los primeros cuerpos policiales organizados de Europa,
fue creada en los años posteriores a la guerra civil que enfrentó a los
partidarios de Isabel de «Castilla» y a los de Juana «La Beltraneja». En 1476, las Cortes de Madrigal decidieron
unificar las distintas hermandades de este tipo, que venían existiendo a
nivel local desde el siglo XI en los reinos cristianos, para combatir
el problema del bandolerismo en los campos castellanos. Carentes de
tropas propias, los futuros Reyes Católicos reclamaron a
los procuradores de cada región que levantaran ejércitos leales a la
Corona para perseguir a los bandoleros y a los nobles que habían apoyado
a «La Beltraneja». La respuesta fue la creación de hermandades en
villas y ciudades durante la guerra y, al finalizar del conflicto, la
unificación de estas en una hermandad general.
Castigar a los criminales que habían delinquido amparados en la guerra fue el primer objetivo de la Santa Hermandad.
Los caminos se habían llenado de partidas de asaltantes, que se nutrían
de soldados del bando derrotado o, simplemente, de mercenarios sin
empleo. El hecho de que tuviera carácter nacional, en toda Castilla,
permitía que la Santa Hermandad persiguiera a los delincuentes sin prestar atención a qué noble o a que villa pertenecía la tierra,
si bien cada cuadrilla se encargaba de vigilar su territorio. Lo que no
dejaba de ser una gran novedad tras siglos de sistema feudal y de
señores que se creían por encima de todo, incluso de la Corona.
Precisamente
por ello, la nobleza vio como una amenaza contra su autoridad la
creación de este cuerpo policial, el único ejército permanente a
disposición de los Reyes de Castilla. El historiador Modesto Lafuente en su «Historia de España»
explica: «Bien comprendieron los nobles que el establecimiento de la
Hermandad no podía ser favorable ni a sus ambiciosas miras ni a las
usurpaciones a que estaban acostumbrados, ni a sus tiranías y excesos.
En ella veían, no ya solo un freno para los malhechores, sino una
institución que acercaba a los pueblos al trono, y los unía para
reprimir una oligarquía turbulenta». Parte de sus protestas se
canalizaron en Cobeña (Madrid), donde la nobleza
reunida pidió a Isabel que limitara el campo de actuación de esta
policía militarizada. Pero la testaruda Reina se negó a escuchar sus
quejas.
En este sentido, la Santa Hermandad Nueva se admitió sin
dificultades mayores en Castilla y León, pero encontró serios
inconvenientes en Andalucía y Toledo. La más alta nobleza se mostró contraria al establecimiento de la Hermandad, salvo algún caso aislado como el de Pedro Fernández de Velasco,
condestable y conde de Haro, que ordenó el ingreso inmediato de su
señorío en la organización hermandina. La oposición solo se pudo superar
con el viaje de la Reina a varias de estas ciudades.
De campana en campana
Como explica el catedrático de Historia Medieval José-Luis Martín en su artículo «La Santa Hermandad: Mano dura»,
este cuerpo se organizaba en cada villa en torno a dos alcaldes, uno
procedente de la nobleza local exenta del pago de impuestos, y el otro
del estado de los ciudadanos y pecheros. Estos alcaldes portaban una
vara teñida de verde para diferenciarse de la vara que traían los
alcaldes ordinarios del lugar. Así, los alcaldes eran elegidos por las
autoridades locales o directamente por el Rey. No cobraban salario y
solo ejercían por un tiempo limitado el cargo.
Estos
alcaldes, a su vez, encabezaban lo que se llamaban cuadrilleros, que
trabjaban en pequeñas unidades. Su uniforme estaba formado por un
coleto, o chaleco de piel hasta la cintura, y unos faldones que no
pasaban de la cadera. El coleto no tenía mangas y, por tanto, dejaba al
descubierto las de la camisa, que eran verdes. Los alcaldes y
cuadrilleros estaban autorizados a buscar y perseguir a los delincuentes
hasta cinco leguas de su villa, desde donde tomaban el relevo los
cuadrilleros del siguiente lugar previamente avisados por el toque de
campana.
Una vez capturado el malhechor, la Santa Hermandad Nueva lo trasladaba al lugar donde hubiera cometido el delito. Policía, juez y verdugo…
La Santa Hermandad estaba facultada a condenar y ejecutar la sentencia
sin juicio previo. La condena a muerte se ejecutaba con el disparo de
saetas en el campo de forma pública, una costumbre heredada de la Hermandad de Colmeneros deTalavera y Toledo y de otros cuerpos policiales de carácter medieval.
El
fin justificaba los medios. La efectividad de esta unidad permitió
limpiar Castilla de ladrones «e robos, e bandos, e salteadores de
caminos, de lo cual era llena cuando comenzó a reinar. Por ella [Isabel]
fue destruida la soberbia de los malos caballeros que eran traidores e
desobedientes a la corona real...», proclamó en una de los cantos a la
Reina Andrés Bernáldez, el cura de Los Palacios.
La
incapacidad de recurrir a otras tropas bajo la autoridad real llevó a
los Reyes Católicos a emplear esta fuerza también en sus grandes
empresas militares. De ahí que participaran en la conquista de Canarias,
en la guerra de Granada
y en otros conflictos peninsulares. Junto a la Santa Inquisición y
otros organismos reales, la Santa Hermandad contribuyó a la unificación
de Castilla y a establecer los cimientos de un estado moderno. De hecho,
se intentó introducir sin éxito en la Corona de Aragón, con la idea de
unificar instituciones entre Castilla y Aragón. Así las cosas, sí existía coordinación entre reinos contra la delincuencia. Antonio Lalaing, señor de Montigny, uno de los nobles que acompañaron a Felipe I «El Hermoso» en su breve reinado, elogió el logro de los Reyes Católicos:
«Cuando
un malhechor se escapa por algo, por pequeña que sea [la causa],
inmediatamente los alcaldes y los alguaciles... si no lo pueden detener,
hacen sonar las campanas de pueblo en pueblo, y cada uno con diligencia
persigue al fugitivo, que no se puede escapar más que a tres países:
Francia, Portugal y Navarra, pues Aragón está ahora comprendido en las
Españas...»
Sin embargo, la obra de Isabel «La Católica»
no sobrevivió mucho tiempo a su muerte. Las protestas de la nobleza y
de las ciudades, que corrían con los gastos de la Hermandad, y la manera
arbitraria de administrar justicia por parte de algunos alcaldes
condujeron a un proceso de declive de la Hermandad. La eficacia
desplegada por las cuadrillas y compañías inicialmente se vio
contrarrestada por el elevado coste desde la reorganización emprendida
en 1488. Su desprestigio quedó plasmado en la popular expresión :«¡A buenas horas, mangas verdes!».
El testigo lo recogieron otros cuerpos también de carácter nacional. Ejemplo de ello fueron las Guardias Viejas de Castilla,
creadas por decreto en mayo de 1493 con la intención de que los
Monarcas tuvieran a su disposición un ejército permanente frente a la
revoltosa nobleza, acostumbrada desde el reinado de Enrique IV «El Impotente» a levantar ejércitos privados cuando quería apropiarse de algo o chantajear a la Corona.