Revolución rusa: los Románov, una dinastía de 300 años exterminada en un sótano
La muerte de Nicolás II y su familia, en 1918, marcó el final de una casa real que reinó desde 1613 y produjo 20 zares.
Pero estas leyendas de la historia, a menudo retratadas con mirada romántica, eran el ejemplo perfecto del despotismo y de la arrogancia del poder absoluto en Rusia. Al último zar ruso, el autócrata Nicolás II, poco iluminado en ideas y genialidades, le tocó la imposible empresa de masticar al mismo tiempo los estragos de una guerra externa que mataba de hambre a su población en masa y un conflicto interno con aires revolucionarios. El precio del fracaso era y fue la muerte.
Acorralado entre estos dos frentes y sin la experiencia ni la capacidad para resolverlos, en febrero de 1917, la combinación casual de una serie de factores en San Petersburgo tuvo el inesperado resultado de arrancar al zar del trono. Después de 304 años, la dinastía Románov se evaporaba sorpresivamente.
El comienzo de esta casa real, que produjo 20 zares, comienza a escribirse mucho antes con los últimos "emperadores" Ruríkidas, como Iván el Terrible (1547-1584), quien en un acto de locura --fiel a su apodo-- mató a su propio hijo, atravesándole un bastón en el cráneo. Los Románov entran en escena de la mano de Anastasia Románovna Zajárina, la primera esposa del lunático Iván. Seis hijos tuvieron. Cuando el último de ellos murió, la dinastía Ruríkida desapareció con él.
Se han escrito infinidad de libros y rodado otro tanto de películas sobre esta dinastía de autócratas que reinó Rusia entre 1613 y 1917. Sobre ellos se ha dicho, que "vivían en un mundo de rivalidad familiar, de ambición imperial, de esplendor escandaloso, de excesos sexuales y de sadismo depravado". Pero también, en palabras de Simon Sebag Montefiore en "Los Romanov", se trató de una dinastía "constructora de imperios que tuvieron un éxito espectacular desde los tiempos de los mongoles".
Nicolás II abdicó en la llamada revolución de febrero de 1917 ante la realidad de que el zar había perdido la lealtad de sus tropas en una Rusia que se hacía pedazos.
Sin el zar en el trono, durante ocho meses reinó la incertidumbre. Un gobierno provisional intentó aquello de atajar el frente externo y resolver el desorden interno. Fue imposible. Y la revolución de octubre se hizo presente. La familia del zar cayó presa. Y conducida a Ekaterimburgo, en los Urales.
El relato de la madrugada de la matanza de la familia real completa es escalofriante y rememorada hasta el cansancio. Es la caída y desaparición de una dinastía, enterrada en un par de fosas húmedas sin nombre, olvidadas y oscuras en el bosque, pero sobre todo es la aniquilación de unos padres junto a sus cinco hijos, en una balacera enloquecida y desquiciada; un baño de sangre.
El hecho de permanecer ocultos por décadas en tumbas sin marcar alimentó las especulaciones sobre la posible sobrevivencia o fuga del zarevich (hijo del zar) Alexis o alguna hija del zar.
En julio de 1991, nueve esqueletos humanos fueron exhumados en Siberia, a pocos kilómetros de la lúgubre celda donde el último zar y su familia habían sido asesinados en 1918. Entre esos restos estaban los del zar, su esposa la zarina Alejandra, tres de sus hijas, y cuatro sirvientes. La especulación entonces de que parte de la familia había logrado salir con vida engordó. Hasta que en 2007 en otra fosa de Ekaterimburgo se hallaron los restos de Alexis y una de sus hermanas.
Noventa años antes, a la 1:30 de la madrugada del 17 de julio de 1918, a unos 1.300 kilómetros de Moscú, Los Románov eran arrancados abruptamente de su sueño.
En aquella casa en los Urales dormían Nicolás II, de 50 años, la zarina de 46, sus cuatro hijas: Olga, la mayor (22); Tatiana (21), María (19) y Anastasia, la menor, de 17; el zarevich Alexis, de 13 años, débil, enfermo de hemofilia y el único hijo varón, además de un grupo de asistentes y el médico de la familia.
Llevados a un sótano con la excusa de que era preciso por seguridad huir del lugar, su verdugo Yakov Yurovksy, el jefe de los ejecutadores, les leyó la orden que le había llegado. Dos veces leyó la orden porque el zar no daba crédito a lo que escuchaba, mientras su familia se persignaba con estupor.
Padre e hijo iban vestidos de chaqueta militar y pantalones, las mujeres, todas, de blusa blanca y falda negra. Se les pidió que no llevaran objetos o que llevaran pocos. Y obedecieron.
"En vista de que sus parientes continúan con su ofensiva contra la Rusia soviética, el Presidium del Consejo Regional de los Urales ha decidido condenarlos a muerte", leyó Yurovksi y disparó contra el zar.
El pelotón de fusilamiento, (un hombre por cada víctima) que había ingresado poco antes a la sala, levantó las armas, apuntó y disparó desatando una lluvia de balazos y aullidos. Algunos cayeron de inmediato, otros resistieron los tiros y moribundos fueron asesinados a golpe de bayoneta. Al final, todo fue humo, pólvora en el aire, sangre y silencio. Los cargaron en un camión y se los llevaron. El proceso duró 20 minutos.
Cien años después, aún quedan los monárquicos nostálgicos. Acaso el mismo Vladimir Putin podría anotarse en esa lista, retratado en el último número de The Economist como un nuevo emperador bajo el título "Nace un zar", y su poca o más bien ninguna propensión a conmemorar hecho alguno este 7 de noviembre.
A 100 años del fin de una historia y el comienzo de otra, reflotan también los viejos secretos del último zar, como su romance con la famosa bailarina polaca Matilda Kshesínskaya; un amor que dio lugar a "Matilda", una película estrenada a fines de octubre, buscando el momento oportuno del centenario.
El film abrió viejas heridas en la sociedad rusa, y su estreno pareció, para muchos zaristas, golpear la imagen santa del último emperador.
También tuvo que pasar un siglo para que se revelaran cartas, fotografías y dibujos de la familia imperial que retratan su angustia ante la llegada al poder de los bolcheviques.
En su huida, la familia llevó consigo estos documentos --escritos en ruso, francés o inglés, en papel amarillento y con los monogramas de los miembros de la familia-- , que hoy vuelven a Rusia y revelan su vida cotidiana y el afecto que se tenían entre ellos.