El arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer,
consideró oportuno hablar de la pastoral de los sacramentos,
especialmente de la pastoral del Bautismo, porque “hubo macaneos muy
graves", y expresó que "no se puede manosear los sacramentos. El manoseo
de los sacramentos tiene un nombre terrible: sacrilegio. Es la
manipulación de lo sagrado en función de posturas relativistas, ajenas a
la doctrina y a la praxis de la Iglesia Católica”.
Lo dijo en el programa "Claves para un Mundo Mejor" que se emitió el sábado 16 de septiembre por el Canal 9 de TV.
“Si mal no recuerdo -comenzó diciendo el pastor platense-,
hace poco hablé, en esta columna televisiva, sobre el Bautismo; repito
lo que entonces dije y es que creo que la mayoría del pueblo argentino
bautiza a sus hijos. Eso es un valor inestimable porque el Bautismo es
el inicio de la vida cristiana. Quien bautiza a su hijo es porque quiere
que su hijo sea cristiano, que sea católico”.
Y prosiguió explicando: “Tenemos mucho que trabajar todavía en
cuanto a la pastoral del Bautismo porque, si ustedes han asistido a un
Bautismo, habrán visto que lo que se pide allí, no al bebé que no puede
hablar sino a sus padres y padrinos, es que se comprometan en nombre y
representación del niño a vivir en la fe cristiana y a cumplir con todo
lo que Jesús nos ha ordenado. Eso es lo que, a veces, no resulta tan
bien y es, insisto, porque, en mi opinión, nuestra pastoral del Bautismo
anda un tanto descaminada. Tendríamos que estar muy cercanos a los
padres. El asunto de los padrinos yo lo pondría entre paréntesis, porque
me parece que los padrinos no hacen tanta falta; la cuestión son los
padres. Los padres, en cualquier situación en que se encuentren, si
traen a su chiquito para bautizar tienen que darse cuenta, tienen que
hacerse conscientes de que ellos son los responsables de que el chico
sea educado en la fe cristiana. El padrino puede eventualmente cumplir
una función supletoria, que resulta fundamental”.
“Lo que se dice en la celebración del Bautismo -subrayó
monseñor Aguer-: ese “sí, quiero” o “sí, creo”, va en serio y no es
simplemente un compromiso ritual, circunstancial, sino un compromiso
para siempre con Cristo y con la Iglesia. Este valor del Bautismo tiene
que ser muy marcado hoy. El Bautismo es el inicio, pero va unido de
inmediato a otros dos sacramentos: la confirmación y la eucaristía. El
bautismo debe ser complementado por la confirmación, y ambos están en
función de la eucaristía. De hecho los cristianos de Oriente, los
ortodoxos, confieren los tres sacramentos juntos mientras que nosotros
en el rito romano o latino los separamos en el tiempo”.
“Aquí, en la arquidiócesis de La Plata -prosiguió explicando el
arzobispo platense-, hemos restaurado el orden tradicional y teológico
de los sacramentos: Bautismo, Confirmación y Eucaristía, porque en
realidad solo el cristiano que está plenamente formado por el Espíritu
Santo puede acercarse a la mesa del Señor”.
“El Bautismo se recibe una sola vez porque es la generación
cristiana, es el nacimiento a la vida de hijos de Dios. La Confirmación
también una sola vez porque es como una llegada a la adultez. Cuando yo
era joven, a los 18 años nos daban la Libreta de Enrolamiento y eso era
como convertirse un adulto, y las chicas festejaban sobre todo el
cumpleaños de 15. Hoy todo se ha hecho más prematuro. La Comunión, la
Eucaristía, en cambio es el alimento continuo. Entonces no se trata de
valorar exclusivamente la Primera Comunión, que muchas veces resulta ser
la única, sino la comunión asidua en la asamblea dominical, en la
Misa”.
“Yo, a veces, disculpen si exagero un tanto, defino a la
Argentina como un país de paganos bautizados, o un país donde los
bautizados en la Iglesia Católica no van a misa. Esto es lo que hay que
corregir, aunque sea difícil; los primeros responsables somos nosotros,
los pastores. Tenemos que corregir eso mediante una buena orientación
pastoral y no metiendo la pata con soluciones extravagantes".
Respecto de estas soluciones extravagantes, monseñor Aguer contó
que se había enterado de que "en algún lugar se celebró un bautismo
colectivo de adultos que vivían en concubinato. Eso no puede ser
-manifestó- porque el bautismo supone la conversión, supone abandonar
la vida de pecado, supone iniciar la vida de la gracia y, además, como
insinué antes, cuando se bautiza a un adulto se confieren, además, los
otros dos sacramentos, la Confirmación y la Eucaristía". Para ello "debe
preceder un tiempo de preparación, de duración variable, que es el
catecumenado, una institución antiquísima, renovada en la actualidad,
según el ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos".
"Esto -observó el prelado en un paréntesis- no tiene nada que
ver con el Movimiento Neocatecumental, que yo no comprendo bien, porque
convierte a los que ya son cristianos en catecúmenos para toda la vida
(por más neo que se pongan delante). Pero no se puede bautizar para que
formen parte del Pueblo de Dios, entendiendo esta verdad subrayada por
el Concilio Vaticano II en un sentido puramente sociológico y, aún a
veces, ideológico y político”.
En la parte final de su columna editorial, monseñor Aguer
prosiguió en estos términos: “El Pueblo de Dios es la Iglesia. Se los
bautiza porque se han convertido y quieren vivir como cristianos. Eso es
lo que enseña el Señor al final del Evangelio de San Mateo; antes de
volver al Padre les encarga a los Apóstoles: 'vayan y hagan que todos
los pueblos sean discípulos míos, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo
les he mandado'. Por eso no se puede bautizar a una persona que no está
dispuesta a cumplir todo lo que el Señor nos ha mandado, aunque eso
cueste”.
“En la tradición de la Iglesia el sacramento de la Confesión o
Reconciliación ha sido llamado Penitencia Segunda porque la Penitencia
Primera es el Bautismo. Penitencia equivale a Conversión. Por eso un
Bautismo sin conversión es una ficción, y en el bautismo de los niños
los papás, y eventualmente los padrinos, se comprometen a que ese chico
va a ser criado y educado como cristiano; si no se da este requisito hay
algo allí que no funciona, y porque estas cosas no funcionan pasan
muchas otras también en la sociedad argentina. Una 'teología del pueblo'
parcializada, concebida como una realidad cultural o sociológica
desfigura el misterio de la Iglesia, que expuso maravillosamente el
Vaticano II en la Constitución Dogmática 'Lumen Gentium'.
Y concluyó: “Nosotros tenemos que tener esto en claro, porque la
Iglesia lo ha sostenido siempre así. No hubo cambios en esto; lo que
hubo han sido macaneos y macaneos muy graves, porque no se puede
manosear los sacramentos. El manoseo de los sacramentos tiene un nombre
terrible: sacrilegio. Es la manipulación de lo sagrado en función de
posturas relativistas, ajenas a la doctrina y a la praxis de la Iglesia
Católica.”.+