Macri comenzó a construir la épica de Cambiemos un 16 de febrero
Pocos recuerdan qué pasó en aquellas horas pero Mauricio Macri las tiene grabadas perfectamente. La economía empeoraba día a día; la inflación se escapaba sin remedio y la mejora del empleo era la gran utopía. Los piqueteros se habían adueñado de las calles y la CGT se fortalecía con la experiencia de los Gordos y la furia opositora de los gremios kirchneristas. En ese escenario inquietante, se supo que el Gobierno había iniciado un trámite oficial para cobrarle una vieja deuda del 2001 a Correo Argentino S.A., la empresa privada de Franco Macri, el padre del Presidente. Una fiscal estimó que los 600 millones de pesos que el Estado iba a cobrar eran muy poco dinero en relación a los 296 millones originales y la sombra de un negociado familiar se instaló sobre la opinión pública. A Macri le llovieron las críticas. Y las más duras de todas se las hizo su diputada aliada, Elisa Carrió.
Fue cuando el Presidente, el mismo que hoy es visto como un líder político en ascenso tras su victoria en las PASO, tomó la decisión de cortar amarras con el pasado. El cambio de rumbo tuvo tres ejes fundamentales.
- Dio una conferencia de prensa en la Casa Rosada y anunció que se suspendía el trámite para cobrarle la deuda polémica a la empresa de correos familiar. Privilegió el lazo con Lilita Carrió y congeló el compromiso con Franco Macri.
- Le avisó a su primo, Jorge Macri, que no iba a ser el candidato a senador en la provincia de Buenos Aires. Ese era otro de los reclamos de su fogosa aliada.
- Le pidió a su otro primo, Angelo Calcaterra, dueño de la constructora Iecsa y contratista habitual de la obra pública, que desistiera de competir en futuros contratos del Estado o bien que vendiera su compañía. Y así fue. Antes de un mes, la empresa fue vendida al holding del empresario Marcelo Mindlin.
Jamás hubiera existido el buen resultado de las PASO si Macri no hubiera corregido a tiempo los errores aquel 16 de febrero. Aceptar las sugerencias corrosivas de Carrió significó también una apertura de la mítica Mesa Chica del Gobierno (conformada por el Presidente, el jefe de gabinete Marcos Peña, la ascendente María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y la presencia alternativa de Gabriela Michetti), que comenzó a diseñar una campaña electoral mucho más sostenida en la marca del Frente Cambiemos que en el escudo original del PRO.
Esa es la estructura exitosa que hoy desconcierta al peronismo y va camino a consolidarse electoralmente en los distritos más importantes del país. Es la que crece en provincias jamás imaginadas por el oficialismo (La Pampa, Neuquén o San Luis) y la que se prepara para arrancarle al kirchnerismo su feudo originario de Santa Cruz. La demolición estará completa si en octubre Cambiemos también consigue aventajar a Cristina Kirchner en la imprescindible provincia de Buenos Aires.
Surfeando sobre la tabla del Frente Cambiemos, Macri se fortaleció con las andanadas cívicas de Carrió y con el soporte político de un Radicalismo en el que se destacan el intelecto de Ernesto Sanz y los liderazgos de los gobernadores Gerardo Morales y Alfredo Cornejo. A ese combo, la dirigencia fundacional del PRO le suma sus columnas vertebrales: mochila ideológica liviana; pasión por la obra pública y la exaltación del trabajo en equipo, una forma sutil de calmar los protagonismos extremos.
Es que los nuevos estrellatos son inevitables en una coalición que se asoma a una revalidación electoral contundente como la que Cambiemos recibiría en octubre. El estilo de liderazgo de Macri podrá gustar o no pero ha permitido que crezcan a su lado Vidal, Rodríguez Larreta y el menos experimentado Peña, todavía sin haberse sometido a las inclemencias de un examen electoral. Es un caso muy diferente al de Cristina, rodeada por oportunos dirigentes sin brillo. La ex presidenta siempre se ha mostrado preocupada por evitar no ya que florezcan mil flores. Si no por impedir que se levante una sola flor en el desierto que supo construir a su alrededor.