La conquista musulmana de Constantinopla, la agonizante resistencia de una cristiandad desunida
Para los Reyes Católicos y los grandes nombres de su generación la conquista de Constantinopla fue un acontecimiento clave a la hora de conformar su forma de entender el mundo, tal y como para sus respectivas generaciones lo fue la ejecución de Luis XVI en Francia o la caÃda del Muro de BerlÃn. «Esta es la segunda muerte de Homero y también la de Platón. Ahora, Mahoma reina entre nosotros. El peligro turco pende entre nosotros», anunció el futuro Papa PÃo II al conocer la noticia. Cuando Occidente creÃa que habÃa llegado al fin su momento, el Imperio otomano se presentó ante el mundo como la nueva hidra venida de Oriente a conquistar todo lo que se hallara en su camino. La conocida como segunda Roma habÃa sobrevivido a los años más oscuros de la Edad Media a base de una fuerza militar temida y una pujanza comercial que parecÃa no tener fin, pero nada pudo hacer ante la llegada otomana.
Conquistar Constantinopla habÃa sido un viejo sueño medieval para los musulmanes desde el siglo VIII. «La guerra santa es nuestra principal obligación [...]. Constantinopla, situada en el centro de nuestros dominios, protege a nuestros enemigos e incita contra nosotros. La conquista de la ciudad es, por lo tanto, esencial para el futuro y la seguridad del Estado otomano», proclamó el sultán Mehmed II años antes de comenzar la campaña. Para este sultán turco aquella guerra era, además, algo más que una cruzada religiosa: era la conquista de un mito otomano, «la manzana roja», por la que se harÃan con el dominio universal una vez tomaran ese territorio. Mas cuando él se consideraba entre su interminable ristra de tÃtulos «soberano de los romanos» de Oriente. A todo ello habÃa que sumar el resquemor que el sultán guardaba al emperador bizantino Constantino IX Paleólogo por apoyar la cruzada cristiana que en 1444 habÃa dividido en dos el emergente Imperio otomano.
Occidente ignora las peticiones de ayuda
Ante la inminente campaña, Constantino XI Paleólogo lanzó una desesperada llamada de auxilio a toda la cristiandad, y uno a uno casi todo los reyes europeos desoyeron la petición alegando causas egoÃstas. El Papa vio en la angustiosa situación de la ciudad una oportunidad para convencer a la Iglesia ortodoxa griega de que se uniera a la tradición católica a cambio del envÃo de tropas. El Cardenal Isidoro acudió allà en noviembre de 1452 con 200 soldados napolitanos buscando negociar la unificación entre iglesias, si bien las autoridades bizantinas solo hicieron caso al enviado papal porque pensaban que se trataba de la avanzadilla de un ejército de rescate. Nada más lejos de la realidad, nadie más irÃa en nombre del Papa.Las últimas posesiones bizantinas se limitaban a la gran ciudad, varios territorios en Grecia y a varios puertos marÃtimos de los que las repúblicas italianas sacaban amplias ventajas comerciales. Es por ello que Venecia y Génova sà participarÃan en la defensa de Constantinopla.
A principios de 1452, la construcción de una enorme fortaleza otomana en territorio bizantino trajo consigo a la desembocadura del Bósforo una flota otomana que cogió por sorpresa a los cristianos. Se trataba de una declaración de intenciones bastante evidente. Constantino se preparó para lo peor y ordenó que se hiciera acopio de alimentos y bebidas a la población, además de hacer un llamamiento para que los pueblos periféricos se refugiaran en la capital. La plata de las iglesias y monasterios fue empleada para pagar a las tropas y mejorar las defensas de la ciudad. También los aliados organizaron entonces sus refuerzos.
El Senado de Venecia estaba dividido entre los que defendÃan ir en ayuda de sus viejos aliados y los que consideraban a Bizancio una causa perdida y preferÃan mejorar sus relaciones con los turcos. El Senado armó dos buques de transporte con 400 soldados cada uno custodiados por 15 galeras que zarparon el 8 de abril de 1453 hacia Constantinopla, si bien no llegaron a tiempo de salvar la ciudad. Según el testimonio de Giacomo Tebaldi, la fuerza de rescate veneciano hubiera roto el asedio de haber llegado solo un dÃa antes. Además, las autoridades venecianas de Creta enviaron otros dos buques de guerra, de los que solo uno llegó a su destino. En tanto, los venecianos que estaban en la capital huyeron en su mayorÃa, seis de ellos incumpliendo las órdenes de Girolamo Minotto, representante del senado en la ciudad.
Por el contrario, Génova, la gran rival de la SerenÃsima, envió al Cuerno de Oro a 700 soldados al mando de Giovanni Giustiniani Longo, cuyo reputación de experto en asedios le hizo gala del rango de mariscal de todas las tropas terrestres en Constantinopla. Según estimó Giacomo Tebaldi, en la ciudad habÃa un total de entre 30.000 y 35.000 hombres de armas, extranjeros y locales, y cerca de 7.000 soldados profesionales, lo que sumaba unos 42.000 cabezas armadas. El problema era que el grueso del ejército lo formaban milicias y voluntarios extranjeros sin mucha preparación.
El plan de Mehmed II era terminar rápido el asedio sin causar grandes daños materiales en la ciudad, puesto que temÃa que el paso del tiempo permitiera a Venecia y HungrÃa salvar la ciudad. Frente a la superioridad numérica musulmana, los cristianos pretendÃan hacer valer la fortaleza de sus murallas, que ya en 1422 habÃan frenado un ataque anterior, y valerse del fuego griego (probablemente se tratara de una mezcla de nafta, cal viva, azufre, y nitrato) para arrojarlo sobre los atacantes. Al otro lado de las murallas bizantinas se presentaron más de un centenar de navÃos, entre galeras, galeotas y barcos de transporte, y un océano de hombres que alcanzaba los 80.000 soldados. Entre las filas turcas sobresalÃan los jenÃzaros, la élite de la infanterÃa otomana reclutada entre los jóvenes cristianos secuestrados en los Balcanes, la mayorÃa eslavos y albanos.
La artillerÃa otomana marca la diferencia
El 6 de abril la principal fuerza terrestre otomana con los regimientos de palacio del sultán, temida infanterÃa, en el centro avanzó hacia las enormes murallas que defendÃan por el oeste la ciudad. El sultán situó su tienda en esta posición, frente a la puerta de San Romano. Los primeros asaltos fueron rápidamente rechazados por unas piedras que llevaban siglos en pie.El resto de la ciudad estaba rodeado de agua y protegida también por murallas, además de que las galeras bizantinas e italianas se concentraron entre la ciudad y la fortaleza de la Galata, en la otra orilla del llamado Cuerno de Oro. El Emperador confiaba en las experimentadas tripulaciones italianas para defender este estrecho. Si el sultán querÃa tomar la ciudad deberÃa derrotar a la flotilla cristiana, conquistar la Gálata (perteneciente a Génova) por tierra y por supuesto derrumbar las murallas en el oeste.
Con este último fin habÃa trasladado a esta zona unos enormes cañones de artillerÃa que, de tan pesados, necesitaban 60 bueyes para ser movidos. La artillerÃa se concentró a 8 kilómetros de las murallas y se colocaron en zanjas inclinadas sobre grandes bloques de madera para amortiguar las sacudidas que acompañaban a los disparos. Durante el asedio los cañones no dejaron de rugir dÃa y noche, lo que llevó a que varios se recalentaran e incluso se hundieran en el barro. Giacomo Tebaldi cuenta que los otomanos efectuaban entre 100 y 150 disparos diarios, con un consumo de 500 kilogramos de pólvora. El sultán tenÃa tantos hombres como para arriesgarse a mandarlos a recoger los proyectiles caÃdos a las puertas de la muralla.
Tras varios asaltos fallidos, en la noche del 18 de abril los musulmanes lanzaron un ataque nocturno en el sector de Mesoteichon que se alargó sin avances durante cuatro horas. Las cosas iban lentas en tierras, pero todavÃa más en el mar. El primer ataque otomano contra la barrera flotante cristiana acabó en fracaso, al igual que el segundo, pues la flota cristiana contaba con barcos más altos aunque menos numerosos. El 20 de abril, tres grandes buques de transporte papales con armas, tropas y alimentos cruzaron por sorpresa el bloqueo musulmán y entraron en la ciudad junto a un barco bizantino con trigo. Desde la costa, el sultán turco, colérico, se metió con su caballo en el mar lanzando órdenes incomprensibles a su flota. El bloqueo naval debÃa ser pleno o no serlo... El comandante turco fue azotado, degradado y sustituido por su negligencia.
La moral cristiana se elevó con aquella pequeña victoria sobre la flota turca. Si bien, no iba a haber tiempo para los festejos. El nuevo comandante de la flota trasladó la mayorÃa de los cañones de sus barcos a tierra para que bombardearan los bajeles cristianos desde detrás de la Gálata, esto es, en un ángulo similar al de los morteros. Igualmente original fue la idea de trasladar por tierra, usando una rampa de madera, a 72 pequeñas galeras al Cuerno de Oro, en la retaguardia de la barrera flotante cristiana. Asà no solo quedó en peligro la flota cristiana, sino que los defensores de las murallas tuvieron que desplegarse también en el este.
Dos horas antes del amanecer del 28 de abril, se produjo una batalla naval que en esta ocasión benefició a los musulmanes y entregó el control del Cuerno de Oro a los musulmanes.
La última defensa desesperada
Aunque la barrera flotante seguÃa en pie, e incluso resistió ataques el 16, 17 y 21 de mayo, ya no tenÃan nada que defender ahora que detrás suyo habÃa barcos musulmanes. Mientras tanto, el 25 de abril los cañones otomanos lograron al fin derribar una de las torres de la Puerta de San Romano y abrieron otras brechas en la muralla frente a la que se concentraba el ejército del sultán. El dÃa 6 de mayo la brecha se agrandó hasta los 3 metros de ancho y el posterior asalto estuvo muy cerca de tener éxito, al menos hasta que la plana mayor bizantina, con el mismÃsimo emperador Constantino a la cabeza, lo evitaron espadas en mano.El 11 de abril una nueva brecha, esta vez en la Puerta de Caligaria, precedió un asalto que alcanzó el palacio de Blanquerna. Y precisamente en el subsuelo de esta puerta, los zapadores serbios del sultán se enfrentaron a los zapadores bizantinos en una lucha cuerpo a cuerpo bajo tierra. Los asaltos cada vez se acercaban más a su objetivo y a mediados de mayo una serie de malos presagios extendieron entre el pueblo bizantino la idea de que estaban ante el final. La «Odigitria», el icono más sagrado, se desprendió cuando era llevado en procesión. Al dÃa siguiente, una extraña niebla envolvió la catedral de Santa SofÃa, en lo que los musulmanes quisieron ver la luz de Alá.
Entre tantas malas noticias, la noche del 19 de mayo los defensores salieron de las murallas y volaron con barriles de pólvora una de las torres de asedio que usaban los turcos a modo de cobertura. Una esperanza en un mar de malos presagios.
En esas fechas, Mehmet envió una última oferta a Constantino XI temiendo que si no rendÃa cuanto antes la ciudad pudieran llegar refuerzos venecianos y húngaros. Las condiciones dictadas eran que se le respetarÃa la vida si se retiraba al sur de Grecia y entregaba la ciudad. «Dios no permita que yo viva como un emperador sin imperio. Si cae mi ciudad, yo caeré con ella. Aquel que quiera huir, puede hacerlo y salvar la vida. Y el que esté preparado para enfrentarse a la muerte, que me siga», afirmó el emperador según las crónicas posteriores. Dicho y hecho. Muchos extranjeros se preparan para zarpar ante la defensa suicida planteada por el emperador.
El 29 de mayo de 1453 se preparó un ataque total desde distintos puntos. Giovanni Giustiniano Longo se situó con 400 italianos y lo mejor de las tropas bizantinas frente a la destrozada puerta de San Romano. Pere Julià y un grupo de soldados catalanes defendió uno de los distritos de la ciudad, la zona del Palacio Bukoleon, al sureste de la ciudad tocando al mar. Y otras compañçias extranjeras se repartieron alrededor de la muralla. Todos ellos debieron hacer frente a los ataques sucesivos y en apariencia interminables que siguieron a un largo bombardeo desde el amanecer. Como si se tratara de las tres lÃneas de las legiones republicanas de Roma, Mehmet lanzó primero a su fuerza más débil, los regulares; luego a sus tropas provinciales; y finalmente a los jenÃzaros. 3.000 soldados de esta infanterÃa avanzaron lentamente y en silencio hasta penetrar por la Kernaporta, donde desplegaron sus estandartes antes de ser desalojados por los cristianos por enésima vez. Y es que las balas cada vez sonaban más próximas al cuello del emperador.
Los cristianos seguÃan soportando estoicos cada golpe hasta que un balazo alcanzó a Giovanni Giustiniano Longo, convertido en un héroe del pueblo, que herido de muerte se retiró a retaguardia. Cuando los italianos vieron a su comandante retirarse creyeron que estaba huyendo y los otomanos incrementaron la presión en la Puerta de San Romano. El frente cristiano cayó en sucesión como piezas de domino.
El nacimiento de Estambul
En medio del pánico cristiano, una unidad de jenÃzaros al mando de un hombre de estatura gigantesca llamado Hasán de Ulubad tomó la muralla interior en la Puerta de San Romano, según la leyenda. El derrumbe fue completo ante los rumores de que los turcos habÃan tomado otros puntos de la muralla y la zona portuaria. Los milicianos griegos huyeron a proteger sus casas, mientras que los extranjeros supervivientes, no asà los catalanes de Julià fallecidos en la contienda, trataban de llegar a sus barcos. Los genovesesm, por su parte, intentaron cruzar a nado hasta Gálata, al igual que el cardenal Isidoro que lo hizo disfrazado de esclavo.Sobre lo que le ocurrió a Constantino XI existen dos versiones. Según una de ellas murió defendiendo la puerta de San Romano al grito de «¿no hay un solo cristiano en quien pueda apoyar mi cabeza». La otra versión afirmó que un grupo de infantes de marina turco le mataron cuando trataba de embarcarse en una galera en dirección a Morea.
Las tropas de la guardia de palacio del sultán tomaron posiciones en los principales palacios de la ciudad para que no fueran saqueados y al mediodÃa entró a caballo el mismÃsimo sultán en la catedral de Santa SofÃa, pronto convertida en una mezquita. Los ricos monasterios ortodoxos fueron saqueados por la marinerÃa, que estaba asaltando las murallas desde distintos puntos, antes de que las tropas del sultán pudieran evitarlo. 4.000 griegos murieron durante el asedio y el posterior saqueo. La aristocracia bizantina que no habÃa logrado huir se concentró en la catedral esperando clemencia de Mehmet. A diferencia de lo acontecido cuando los cruzados cristianos habÃan tomado la ciudad a la fuerza en 1204, la cifra de ejecutados fue bastante baja y primó el pago de rescates entre los gentiles hombres italianos en manos musulmanas. La rendición de Gálata y los castillos periféricos se sucedió a los pocos dÃas.
La caÃda de Constantinopla, rebautizada como Estambul, supuso la consolidación del Imperio otomano y el punto final a la historia del Imperio bizantino. Roma habÃa muerto por segunda vez y la Edad Media habÃa dado con sus huesos en tierra. El siguiente objetivo de Mehmet II fue la Europa Oriental, la zona de los Balcanes. En 1456 atacó sin éxito Belgrado, que a duras penas se defendió bajo la dirección del caudillo húngaro János Hunyadi. Precisamente HungrÃa harÃa durante décadas de estado tapón entre Occidente y Oriente. No en vano, antes de su muerte el sultán otomano incorporó Albania y expulsó a los genoveses del mar Negro.
En 1480, los turcos desembarcaron en el sur de Italia y conquistaron Otranto. El Mediterráneo se convirtió de repente en un tenebroso lago propiedad de la Sublime Puerta en el que la mismÃsima Roma estaba amenazado. Del asedio de Constantinopla a la batalla de Lepanto las aguas iban a seguir igual de oscuras.